Mi vida, a través de los perros (LIX)

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Estaba tomando mi desayuno habitual en esos días, dos aspirinas con un tazón de café cerrero, cuando escuché una voz muy familiar que tenía muchísimo tiempo sin oír.

-¿Tomasito, qué es lo que está pasando contigo?

Me volteé sobresaltado, como si me hubieran encontrado haciendo algo ilícito, y frente a mí pude contemplar la serena belleza de una de las mujeres más importantes de mi vida, en su franca madurez. Era, quien más, Margarita.

-¡Margarita! ¿Qué haces por aquí?

-Qué pregunta. ¿Crees que tu comportamiento de estos últimos tiempos ha pasado desapercibido? Estás en boca de todo el mundo.

En seguida me cerré como un puercoespín, poniéndome a la defensiva. Traté de no darle importancia al asunto, y más adelante empecé a ponerme altanero, pero ella sabía manejar bien esas situaciones y de paso tenía un tremendo ascendente sobre mí, así que fui poniéndome bajito poco a poco y me fue llevando hacia donde quería.

-Tomás, sé por lo que estás pasando, pero no puedes permitirte ese derrumbe. Tienes obligaciones con tu hija, no lo olvides. Estás hecho un desastre, hasta pareces un indigente: mírate la camisa sucia, y tu aspecto general. ¿Sabes qué? Te vienes a mi casa por un tiempo, hasta que logres enderezarte. Necesitas a alguien que te cuide, ustedes los hombres son un desastre cuando se quedan solos.

Después de muchas idas y venidas, de objeciones y argumentos, Margarita logró lo que se había propuesto, y esa tarde, al cerrar la tienda, me fui a mi casa a empacar algunas pocas cosas, y de paso buscar a los Beatles y a la perra tonta, para pasarme una temporada en la misma casa en donde se había producido mi iniciación, que Margarita todavía conservaba. Al llegar me tenía preparada una cena casera como hacía tiempo que no comía. Después de un baño largo y reparador nos sentamos en el comedor, a consumir esa cena y ponernos al día. Le pregunté por su larga ausencia, y me estuvo contando sus peripecias por medio mundo. Con la plata que le había dejado su padre se dedicó a viajar y a estudiar. Tenía una maestría en Artes, había realizado estudios de cine, de fotografía, se inscribió en una academia de cocina – y la cena que me había ofrecido lo demostraba – en fin, estuvo ocupada alimentando el espíritu. En el plano sentimental no le había ido bien, tuvo algunas parejas ocasionales pero nada perdurable, y poco a poco se había acostumbrado a la soledad y la llevaba bien.

Después pasamos a hablar sobre mi situación. Esperaba que su actitud fuera de reproche hacia mí, pero resultó todo lo contrario. Se puso de mi parte, y opinaba que yo había hecho lo correcto y la equivocada era Helga.

-Al fin y al cabo ella fue la que se vino buscando sus raíces a este país, y a la primera dificultad se fue huyendo. Eso denota falta de carácter, si me permites opinar al respecto.

-Creo que su principal preocupación es la niña, no seas tan dura con ella.

-Si le preocupara tanto su hija no la separaría de su padre así a la ligera, Tomás. Creo más bien que tú fuiste demasiado débil. No debiste ceder tan fácilmente. Aurora es hija tuya también, después de todo.

-No sé, en el fondo tengo la certeza de que Helga hizo lo correcto, llevarse a la niña a un lugar más civilizado.

-No te creas, yo vi algunas cosas allá que te espeluznarían.

-Sí, pero son hechos aislados, aquí en cambio todos los días hay algo nuevo y terrible.

-En mi opinión, cuando te toca te toca. En fin, yo no soy quién para opinar sobre tu vida.

-Claro que sí, sabes lo importante que siempre has sido para mí, a pesar de la distancia que hemos mantenido en los últimos tiempos. Tus opiniones y consejos los tomo muy en serio, siempre.

-Bueno, Tomasito, está estupenda la conversación pero creo que es hora de que nos vayamos a dormir. Te preparé un cuarto, y los perros están acomodados en el patio. Espero que puedas conciliar el sueño.

-Muchas gracias, Margarita. No sabes cuánto me estás ayudando.

-Lo sé, lo sé muy bien- me dijo riéndose, y estampándome un maternal beso en la frente se despidió de mí.

Dormí como no lo había hecho desde que se fueron Helga y la niña. Tal vez el saber que había alguien preocupado por mí me infundió la tranquilidad necesaria para conciliar el sueño; lo cierto del caso es que la mañana siguiente Margarita tocó a la puerta con un estruendo festivo, mientras me decía:

-Son casi las nueve, señor dormilón. ¿Qué se cree, que está de vacaciones? Levántese que vamos a hacer una diligencia.

-¿Diligencia? ¿A donde?

-Sorpresa. En 15 minutos te quiero ver bañado y vestido como para ir al campo.

-¿Qué estás inventando? Tengo que abrir la tienda.

-Ah, ahora abres los domingos. Necio. No preguntes más nada. Ya te dije que es una sorpresa.

No me había percatado sobre el día en el que estábamos, en efecto. Hice lo que me pidió, y en una media hora estábamos tomando rumbo a la zona rural que existe hacia el sureste de la ciudad. Margarita se limitaba a darme indicaciones sobre el camino a seguir. Poco a poco los edificios fueron desapareciendo dejándole lugar a primero a casas lujosas, después a viviendas rurales y por último a grandes sembradíos de flores y frutales. Seguimos rodando por una hora larga, y por fin nos detuvimos frente a una especie de hacienda. Margarita no me decía nada, y yo andaba todo intrigado. Nos bajamos de la Range, y caminamos hacia la casa que estaba al fondo de la propiedad. Se escuchaban ladridos varios, y tuve el primer indicio: era un criadero de perros. Se lo comenté, y dijo:

-Sí, en efecto. Es de un amigo mío. Sé que murió Byron, y necesitas cuidar y que te cuiden. De aquí vas a salir con un cachorro que va a ser tu nueva responsabilidad.

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