Alex está muerto

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Nota del Editor: este relato no es mío, si no que lo escribió un amigo mío hace ya varios años. Cuando era más joven e ingenuo, concordaba al 100% con este relato, movido por la furia que aún siento hacia los malandros. No obstante, hoy en día, he madurado lo suficiente para entender que tal vez ninguna persona merezca ser torturada. En todo lo demás, sigo estando de acuerdo con este relato. Ojo, el régimen descrito a continuación es para la peor escoria que haya habitado este planeta, no para los delincuentes menores. Y espero que me muestren el caso de un narcotraficante redimido antes de venir a decir que las cárceles deben ser para todos un centro de rehabilitación.

Alexander Granado, quien fuera de los barrotes fuese un verdadero tirano, jefe de redes de narcotráfico y un asesino serial inigualable. Temido dentro de su círculo, los del barrio siempre le tuvieron un respeto, más por sus hazañas pero igual por ser un hombre enorme en cuanto a tamaño. Su reputación la hondeaba orgulloso como una bandera, sin duda manchada en sangre.

Hoy se encuentra preso. Desde que inició la Evolución Latinoamericana el sistema penitenciario sufrió grandes reformas en el continente. Si antes eran un infierno injustificado hoy tiene justificación.

Alex tendrá un nuevo compañero de celda hoy, un norteamericano de nombre Michael Carter. Granado se queda sentado pegado a una pared y mirando los barrotes, esperando la llegada de su compañero.

El orden de la prisión es asombroso, nada que ver con la anarquía de años anteriores. Todos los prisioneros portan un brazalete computarizado en el tobillo, es lo primero que se nota con ese montón de luces.

Llega Michael esposado, tres guardias alzan sus rifles frente a la celda en caso de que Alexander se dispusiera a rebelarse «Descuiden, a ustedes como que se les olvida mi situación» le responde a los guardias para que bajen sus armas, pero el protocolo es claro y se deberá mantener el lineamiento ¿Que sucedió con esa policía corrupta que cedía ante un simple soborno? Es sorprendente pensar que al menos la mitad de los prisioneros fueron policías alguna vez.

Sin pena ni gloria, Michael entra a su celda y mira a su ahora compañero. Le tiende la mano pero Alexander no saluda, para él es muy difícil mantener amistades. Alex tiene muy en claro que ahora él está muerto y se lo da a entender a Michael, el solo espera su muerte física.

Es muy indiferente entonces ante las costumbres sociales, muy distinto a lo que solía ser, un hombre rodeado de compañeros, camaradas, narcotraficantes y putas por montón y les manipulaba con una labia asombrosa, controlandolos a voluntad. He allí del porqué fue tan temido.

Lo primero que se pregunta Michael es ¿Que sucedió? No fue hasta hace unos pocos años que la tierra que hoy estaba pisando fuese el simple corral del continente, el «patio trasero del Imperio». No puede explicarse tanto orden en un país tan anárquico.

Alexander: Muchas cosas han cambiado, amigouw.

Alex se levanta mientras camina hacia los barrotes, los sujeta con fuerza con sus dos manos en señal de furia, mira hacia su norte y empieza a relatar:

El sistema ha cambiado, hoy domingo es un día de descanso para nosotros los prisioneros. Son solo 2 días libres al mes, el resto de los días el trabajo es duro ante el sol inclemente. 14 horas de trabajo, 8 horas de sueño y un pan con mortadela de comida que hay que tragárselo durante 2 horas de descanso. Con una bola de plomo que se engancha con el brazalete electrónico, nos dedicamos a pavimentar carreteras, limpiar pisos, recoger basura de las calles o elaborar construcciones. Toda actividad menor que pueda ser de utilidad, nuestro trabajo no paga la comida sino el costoso sistema que nos mantiene negados de nuestra libertad.

Los policías siempre te vigilan, no quitan el ojo de ti. Si intentas escapar te sedarán, nunca trataran de matarte. Si te atrapan despertarás en una mazmorra suspendido al aire colgando de tus brazos, te bajan cada hora y quedarás «descansando» unas tres horas de pie. Por lo general quienes se intentan escapar quedan un día o dos allí, siendo alimentado con una esponja bañada en café con leche. Estando solo y sintiendo como cada músculo y hueso de tus extremidades superiores es separado lentamente por tu peso corporal, es por eso que ya nadie intenta escaparse, es horrible, yo lo he sentido y el tener que trabajar después de ello… horroroso.

Solo Michael escucha con temor la intensa condena que va sufrir y simplemente desea volver a su país.

Alexander no evita preguntar curioso la razón por la que está aquí. Michael fue arrestado por homicidio, lo que le costó 30 años de condena. No se tardaron los policías en encontrarlo, la impunidad ya no tiene cabida en esta tierra y toda persona deberá pensarlo dos y hasta tres veces antes de cometer un crimen.

Condenado a cadena perpetua se encuentra Alex por sus crímenes. No existe pena de muerte a no ser que la persona sea jefe de alguna organización terrorista o narcotraficante con el poder suficiente para forzar la liberación de su máximo jerarca. Por fortuna (y desgracia para Alex), todos sus compañeros han caído uno por uno y muy pocos afuera pueden ayudarlo. Aún así, los condenados en «esta prisión» no pueden recibir visitas «No tenemos ningún derecho» dice Alexander lamentado «Quienes violen los derechos ajenos han renunciado a los suyos propios» sentencia.

Sin embargo los ladrones o criminales menores son mínimamente castigados. Sus condenas no superan los 15 años, dos comidas al día y jornadas de trabajo menos intensas, con mayor tiempo al esparcimiento y visitas aceptadas, unos centros de rehabilitación, propiamente dicho.

Alexander dice: a nosotros nos tratan como basura. Nadie quiere saber de nosotros y mientras más tiempo pasemos aquí mejor para ellos. Nadie nos extraña ni nos quiere fuera, indeseables e innecesarios. Cuando salimos a cumplir trabajo forzoso la gente nos mira con asco. Muchos blasfeman en nuestra cara, nos insultan y hasta nos han agredido bajo el ojo permisivo de los policías. A veces se ponen considerados y le piden a las personas que nos dejen trabajar. Eso no quita que deseen que nos pudramos y caigamos en un pozo de ratas hasta la muerte, ellos no olvidarán ese tiempo en el que controlábamos las calles.

Michael sostiene fuertemente un barrote con su mano izquierda y le pregunta si existe algún método para salirse de aquel infierno. «No», responde convencido Granado. Le explica que un intento de fuga es duramente castigado, con una probabilidad del 1% de escapar y otra del 99% del ser capturado. Sus brazaletes emiten descargas eléctricas si el fugitivo se aleja de un rango determinado y los chips que tienen instalados dentro de su organismo permiten saber su ubicación. Instrumentos de la Santa Inquisición son importados para castigar a quienes intente escapar o lo hayan logrado y luego capturados.

Las prisiones son temerarias, dignas mazmorras de la tortura y del trabajo forzoso. Asesinos y criminales, fieles vagabundos e inertes ante la honradez. Su mayor tortura es sin duda el trabajo duro, más allá de estar suspendidos en una habitación medieval y oscura, más allá de una tanda de golpes y más allá de ser despellejados poco a poco. El sufrimiento del trabajo para estos individuos es solo comparable a una electrochoque en las pelotas, sin duda alguna los violadores no se salvan de las dos torturas.

Si, Alex está muerto y solo espera impaciente su muerte física, para él, esta sería un obsequio de los dioses. ¿Arrepentido de sus crímenes? Quien sabe, al mundo no le interesa, solo le importa que esté tras las rejas pagando sus delitos y que no vuelva a ser más nunca un peligro para la sociedad.

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