Canción Mansa para un Pueblo Bravo: La Vigencia de un Clásico

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Claudia me invitó el domingo a ver “Canción Mansa para un pueblo Bravo”.
Yo tenía pendiente la recomendación de ella, después de haberla visto y quedado impactada de la vigencia de su trama. Claudia me dijo: “te va a encantar. Es una pequeña obra maestra de nuestro cine”. No se equivocó.
Lástima porque la vimos en una copia mala y pirata, donde se mezclaba el traking del Betamax con la imagen de la cinta. Aun así, una gozada el hecho de descubrirla de manera tardía. Nunca le había prestado atención y siempre la subestimé. El prejuicio es mal consejero.
El film es protagonizado por un joven Orlando Urdaneta en la cresta de su popularidad como actor fetiche de la generación de relevo, de la edad de oro analizada por Sergio Marcano en su documental.
De inmediato, la fotografía captó mi atención por su poesía, habilidad narrativa y capacidad de abstracción.
Cuando bajaron los créditos pude captar el nombre de Pedro Laya, una institución en el gremio. Profesor de muchos de nosotros, a quienes nos tendió una mano en diferentes talleres dictados por Antonio Salvinelli.
El director sigue siendo una incógnita y aprovecharé el artículo de hoy para buscar información al respecto con ustedes. ¿Alguien sabe qué fue de la vida de Giancarlo Carrer? Solo aparece acreditado en IMD por dos títulos: una ficción(“Canción Mansa”) y un documental(“En Venezuela es la cosa”).
Según entiendo, el segundo trabajo causó revuelo en Caracas, generando el rechazo de críticos y espectadores. Me pregunto si el veneno de la pieza cayó mal en el estómago de las capas hipócritas y bien pensantes de aquella época(no muy distinta a la de ahora).
¿Por qué su trayectoria se trunca a partir de entonces? ¿Es el caso de otro italiano adoptado y luego condenado al exilio por la dureza de sus ideas, por su falta de concesiones? De ser así, me recuerda el suceso con los creadores de “Nuestro Petróleo y Otros Cuentos”. A ellos primero los elevaron al altar audiovisual del proceso. Posteriormente, los censuraron y los obligaron a regresar a su lugar de origen. ¿Seguimos siendo tan sensibles y alérgicos a los cuestionamientos recibidos por amigos y artistas del extranjero? ¿Practicamos una forma de xenofobia cultural?
Comparto mis interrogantes a la espera de una respuesta.
En dicho sentido, cabe formular una serie de inquietudes sobre “Canción Mansa para un pueblo Bravo”.
A mi entender, el film sufre un proceso de escamoteo contemporáneo, al colocarse por debajo de otros hitos de los setenta, igual de buenos, por cierto.
Yo puedo imaginar por qué “Canción Mansión para un Pueblo Bravo” es un recuerdo incómodo para muchos.
Primero, es un contrapunto a la canción de protesta de Alí Primera. Escuchamos su regia voz como banda sonora del surgimiento de una pesadilla: la de un pobre muchacho lleno de ilusiones por conocer la capital y finalmente corrompido por ella, al punto de devenir en maleante. No se olviden del subtítulo del largometraje: “los delincuentes no nacen, se hacen”.
Durante la proyección, el autor defiende su tesis con sensibilidad, humor, irreverencia e incorrección política, metiéndose con los dogmas de la izquierda y la derecha.
Seguramente, levantó roncha su ausencia de una mirada binaria y maniquea a la hora de juzgar las taras de la sociedad venezolana.
En el largometraje, todos contribuyen a la degradación paulatina de un arquetipo del sueño criollo, del típico provinciano cargado con un morral de fantasías de éxito a la vuelta de la esquina. Lo explotan los capitalistas, los usureros, los policías, los asalariados, los bandidos de poca monta, los patrones, los sindicalistas, los verdugos de cuello blanco, los comunistas.
De ahí la actualidad de su mensaje, donde el oportunismo y el interés parecen ser la moneda de cambio de todas las transacciones humanas.
El inicio del film es de una alegoría digna de Antonioni, de Fellini.
Orlando Urdaneta espera un autobús en las proximidades de un desierto. Él es de Falcón. Aburrido, decide caminar por encima de una tubería de petróleo o de gas. Dicho trayecto resume el espíritu del guión. El personaje, como nosotros, transita por una cuerda floja, al borde del vacío, la nada, la desolación y la muerte.
Verbigracia, la amenaza de la sangre desatada ocupa un espacio importante de la puesta en escena. Los protagonistas son testigos de homicidios inexplicables, cometidos por accidente o trámite, en un espiral de violencia con marca de pronóstico reservado para el futuro.
A cuchilladas muere un hombre en el estacionamiento de un centro comercial(el Paseo de las Mercedes), siendo atracado por un compañero del protagonista.
Aquello resuena en la construcción de la realidad contemporánea, tal como diría Claudia. Nuestros gérmenes de intolerancia y barbarie permanecen intactos, por más que sigamos escuchando y cantando Alí Primera.
El film pone en tela de juicio el nacimiento del hombre nuevo. El socialismo no puede alumbrarlo, la democracia electoral tampoco.
El estado falla en impartir justicia, los hombres se las arreglan como pueden, entregándose a la red del delito.
Además, “Canción Mansa para un pueblo Bravo” es cómica, divertida y alternativa. Sus diálogos derrochan chispa, sentido común e inteligencia.
Los protagonistas hacen un trío con total naturalidad en la playa y el director no los sacrifica por ello. Una caricatura del Che Guevara intenta llevar a Orlando por la senda del bien en Plaza Bolívar, sin lograrlo.
Ni Carlos Marx resucitado puede aleccionar o redimir al bravo pueblo venezolano. Menos los demás integrantes del reparto, entre dueños de chiveras, prostitutas, sepultureros y obreros en paro(como los profesores de la UCV).
Esta radiografía pesimista y distópica no tiene final feliz. En realidad, continúa desarrollándose por las calles de Caracas, brutal y líricamente plasmadas en el fresco de Giancarlo Carrer, del Silencio al ensimismamiento de los incipientes centros comerciales. Todo un señor adelantado a su tiempo.
Si quieren conocer un antecedente del fiasco de la polarización política, los invito a remitirse a la película de marras.
Espontáneas las intervenciones de los niños. Acertadas las postales de una ciudad en vías de desequilibrio y encerramiento por la inseguridad. No en balde, culmina con el plano de una escalera mecánica, donde rebota un anillo. Un hombre será atracado fuera de campo.
El proceso, el presagio se ha cumplido. Orlando aprendió la lección de Caracas a golpes. Urdaneta va en pos de su botín escondido en una maleta.
Creo que solo extraño mayor presencia de dos poderes para complementar el cuadro del horror: el político y el militar.
Materias pendientes para el cine nacional. Triste pero cierto. De acuerdo a la percepción de Claudia: hoy no hacemos un cine así de deslenguado e inclemente, donde la gente fume marihuana y se acueste sin ser señalado por ello.
Regresemos a las fuentes de “Canción Mansa para un Pueblo Bravo”.

4 Comentarios

  1. Hace un par de días hablaba de esa película, me encantaría volverla a ver. Si creo que es una película importamtísima, bien actuada y dirigida. El muchacho de Moruy, de lentes oscuros, coñazeado y con un semblante totalmente distinto cuando se despoja del anillo, queda grabado en la mente del espectador.

  2. La volví a ver, y me parece que envejeció con dignidad. Rescato el papel de Freddy, un malandro más simpático que el carajo, que cuando dice que para salir alante hay que partirse el culo lo dice literalmente.

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