El título debería ser «El programa de «El Ciudadano» salió del aire gracias a ideas (ideologías), prejuicios e instituciones paridas durante la «Cuarta República» pero incubadas mucho antes»; pero, claro, ese título resultaba, aunque mas preciso, muy largo.
Por supuesto, la salida del aire del programa «Aló, Ciudadano» es lamentable; lo mismo podríamos decir de «La Hojilla». Porque un reloj descompuesto da la hora correcta al menos dos veces al día. Se podrá estar o no de acuerdo con el estilo o el contenido de uno u otro programa, pero eran puntos de vista que algún aporte (aunque mínimo y desproporcionado) podían hacer al debate nacional. En todo caso, el fin del programa de El Ciudadano estaba cantado (personalmente pensé que lo dejarían hasta después de las elecciones de diciembre, pero, por lo visto, los amos del poder político y sus cómplices en el poder económico -busquen el concepto «mercantilismo»- tenían otros planes). Pero esto no debe hacernos pasar por alto, no solo la injusticia del hecho, sino también las causas últimas que crearon el escenario para que esto pasara.
No estoy hablando de los dueños circunstanciales del poder, ni de su proyecto político social (que exige obviamente el pensamiento único, ahora disfrazado de «hegemonía»), sino del Estatismo, en este caso comunicacional, que durante décadas preparó el terreno, y nuestras mentes, para llegar a esta situación. Pueden corroborarlo no solo con ustedes mismos, sino con cualquier conocido o amigo: Todos estarán de acuerdo en que la causa es este gobierno, que esto no hubiera pasado en un verdadera democracia con poderes independientes, etc. ¿Cierto? ¿Me van a decir que no están pensando eso? Precisamente, el que estemos «pensando eso», es lo que permitió, en última instancia, el fin de «Aló, Ciudadano», y lo que permitirá que sea una probabilidad en un futuro con un gobierno de distinta ideología.
Concretando, ¿qué ideas (ideologías), prejuicios e instituciones paridas durante la «Cuarta República» pero incubadas mucho antes fueron las causas últimas del hecho perpetrado este viernes pasado? De forma resumida 1) la propiedad estatal del espectro radioeléctrico, 2) el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, y 3) lo que hoy en día se llama lo «políticamente correcto». Por razones de tiempo, los trataré rápidamente, con la esperanza (casi vana) de ampliarlo en artículos posteriores.
La limitación natural del espectro radioeléctrico, llevó a pensar que éste debería estar administrado por el Estado -ustedes saben, ese ente providencial constituido por ángeles desprovistos de todo vicio mundano-, el cual, en su infinita sapiencia autoconferida, distribuiría justa y eficazmente la escasez. Pues bien, este pecado original de poner a un zamuro a cuidar carne retrasó enormemente el desarrollo de las telecomunicaciones, especialmente las televisoras, en Venezuela, por un lado, y por el otro, constituyó la espada de Damocles perenne sobre cualquier medio de comunicación desde hace décadas: El Estado nos da y el Estado nos quita, con la simple acumulación de un expediente podía anularse cualquier concesión. Esto nunca ha pasado, hasta ahora, pero por otro lado está la duración de la concesión que no es renovable automáticamente y cuya duración fija, ya adivinaron, el Estado. Así tenemos que esta hermosa pistola la cargamos, pulimos y tuvimos siempre lista, desde hace décadas, para quien tuviera el guáramo de usarla.
En cuanto al derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, tenemos otras útiles herramientas que en las manos apropiadas, son mejor que un pelotón de fusilamiento. Basta con que cualquiera (vivo o muerto, es decir, sus herederos; ya sea persona natural o jurídica) apele a que un medio ha mancillado su honor para desencadenar toda una panoplia de herramientas legales que pueden llevar a la quiebra a ese medio.
El tercer y último punto casi se explica por sí mismo. Como conclusión, y a la espera (ilusoria) de ampliar mas adelante estos puntos, adelanto que la tesis de este artículo es que el cierre de «Aló, Ciudadano» tiene causas gestadas en conceptos plasmados desde hace décadas en el país; que nadie está dispuesto a eliminar esas causas (y ni siquiera a cuestionarlas) porque todos estamos íntimamente convencido de su legitimidad; y que permitiremos que cualquier gobierno, del signo que sea, tenga a su disposición todos estos recursos para usarlos a su conveniencia, que quizá no llegaría a su uso extremo, pero que sí podría presionar lo suficiente para «calmar las cosas» (la crítica) y mantener a raya los medios negando la naturaleza de éstos.