Lealtades que matan (o los venezolanos no queremos saber)

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lealtad

Podría centrarme en la historia para hacer una deconstrucción del fenómeno de las vacas sagradas en Venezuela, o lo que es lo mismo, de cómo surge y se sostiene esa idea distorsionada de lo que es el respeto. Para esto podría hablar de ese hilo cultural que heredamos de los españoles que vinieron a América en la Edad Media, con su carga de catolicismo en general, y la creencia en la imagen pública de una persona – la fachada – como definitoria de su reputación en particular (con el evidente doble discurso que esto genera).

Podría ponerme lacaniano y hablar del halo imaginario con el que rodeamos a ciertas personas; de cómo proyectamos la omnipotencia que en la fantasía adscribimos a nuestros padres, desplazada a ciertas figuras de autoridad, con la consecuente falta de elaboración simbólica. En este caso me centraría en ese goce de verse a sí mismo sufriendo, cual la Justine del Marques de Sade.

También podría centrarme en la terapia sistémica y en su idea de la buena conciencia, o de cómo nos abstenemos de mirar objetivamente a nuestros seres queridos para ahorrarnos el trabajo de duelo y, sobretodo, la sensación de culpa, de «traicionar» al sistema. Lealtad que le llaman. Por supuesto, aclarando que esa es precisamente la tarea, abrirse a la «mala conciencia» – a liberarse de lealtades malsanas – como condición indispensable para la libertad y la transformación.

O simplemente podría ponerme existencialista y hablar de la mala fe, de la «tendencia originaria del cogito pre-reflexivo» como la define Sartre la cual, puesta en términos llanos, se refiere a cómo la conciencia se engaña a sí misma, de cómo una persona concreta omite una de las dos dimensiones de lo humano – la facticidad o la trascendencia – para mantenerse en un estado de falsa conciencia, de «desconocimiento» de las implicaciones de sus propios actos.

Quizás debería tomarme el tiempo y escribir sobre esto. También debería convencer a otros de que lo hagan, porque es precisamente con elaboraciones de este tipo que podremos bordear «eso» que sostiene la crisis en Venezuela, lo que ha creado este limbo, este loop que no cesa; eso reprimido que no se cansa de retornar.

Pero no tiene caso, en la Venezuela donde se pregona «el que tenga ojos que vea» lo que en realidad cabe es nuestro refrán popular: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Así que yo paro y se las dejo:

– ¿EN QUE SE PARECEN LOS PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL QUE BUSCAN REIVINDICAR A EDMUNDO CHIRINOS, LOS GAYS «REVOLUCIONARIOS» QUE DEFIENDEN LA HOMOFOBIA DE ESTADO Y LA MAMÁ QUE CULPA A LA HIJA DE QUE EL PADRE LA HAYA VIOLADO?

– ¡EN QUE NINGUNO DE ELLOS QUIERE SABER!

1 Comentario

  1. Existe una diferencia entre lealtad y jalabolismo. En la lealtad hay todavía un sentimiento genuino, honesto digamos. Es como lo que sentía Maquiavelo por César Borgia. Sabía que el hijo de Alejandro VI era un hijo de puta, peor le gustaba, le atraía, lo admiraba y le dedicó su obra Maestra «El Príncipe». En el caso venezolano lo que abundan son «jalabolas», es decir gente que no admira nada más que el billete y la posición que pueda adquirir en un momento dado. Por ejemplo, el Presidente de la Villa del Cine y Farruco. ya Farruco no está y a él le sabe a bola; pero él no hubiera llegado ahí si antes no hubiése accedido a hacerle la película a quien entonces detentaba todo el poder. Vamos, los leales tienen méritos. Maquiavelo era un hombre de méritos. El Presidente de la Villa no, es un jalabolas. A lo que voy: Nuestra degradación es tal, que no hay ni admiración ni nada de eso… Hay trepadurismo puro y duro. Más nada.

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