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Roba, vete o muérete

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El otro día, Juan puso esto en su muro de facebook

Pasará el tiempo y los chamos que denunciamos hoy de corruptos te contratarán para hacer el video del matrimonio de su hija y aceptarás, o tendrá un banco que trabajará con tu agencia de publicidad, quizás te presten plata para pagar la nueva grabación de tu banda o simplemente vaya a comer a tu restaurante. En Venezuela se olvida y el dinero se limpia, es un ciclo que vieron nuestros padres y nos toca por primera vez a nosotros. Bienvenidos a la vuelta, la cachetada y el beso no tarda en llegar.

El despertar de un joven venezolano ante la realidad. El verdadero funcionamiento de la maquinaria. El cambio de guardia que significó el chavismo.

Los comentarios de los amigos de Juan pecan de entusiastas. Muchos apuntan a un despertar generacional frente a la corrupción. Una renovada lucha contra los privilegiados. El nacimiento de una Sexta República. Permítanme ser escéptico y asumir que lo que aboga esa minoría es otro cambio de guardia. Una repartición que los beneficie.

La mayoría de las riquezas en Venezuela han sido producto de algún tipo de corrupción y dudo que eso cambie. Venezuela no produce casi nada, pero abres un hueco en el suelo y salen dólares. Es la fuente de la que mana la droga de occidente. Todo su dinero está sucio y una de las consecuencias directas de eso es que los venezolanos carecemos de espina dorsal. No somos como esos inmigrantes que llegaron con lo que llevaban puesto y se partieron el lomo para surgir. Hemos normalizado ciertos tipos de corrupción, desde las más «leves» como el nepotismo, la colusión y el tráfico de influencias, hasta el peculado de uso, una prerrogativa de todos los militares, que incluso está bien vista si te invitan a La Tortuga en «su» avioneta.

Cuando comencé a trabajar, hace 20 años, rápidamente me di cuenta de que si trabajabas por tu cuenta y querías hacer proyectos pequeños, tipo de $1000, bienvenidas eran tus habilidades y tu ingenio. Luego de mil maltratos, podías fundar una pequeña empresa (startup le dicen los mojoneados de hoy) y ponerte a trabajar. Pero si querías convertirte en lo que otros países se conoce como clase media, independizarte y con suerte dar la inicial para un carro, tenías que ser cómplice de un acto de corrupción: depender de un amigo que te pusiera donde había y deberle el favor, participar en licitaciones amañadas –»tráeme dos cotizaciones más»–, explotar a tu red a ver quién tenía un primo y regalar una botella de whisky en navidad. Esto sucedía en el sector privado y en el público. Era tan extendido que me parecía normal. El límite moral estaba un tanto desplazado: no tenía problemas con esos «pequeños» actos de corrupción, pero nunca estuve de acuerdo en vender cosas que no funcionaban, como hacía todo el mundo. Me cansé de ver estafas camufladas como «imprevistos» o «incompatibilidades» y proyectos parados porque el proveedor no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y había pasado la licitación y las pruebas técnicas «quién sabe cómo».

También me di cuenta de que si querías hacer dinero, algo así como el dinero que necesitas para luego de unos años pagar la inicial de un apartamento, tenías que relajar un poco tus manos y repartir. El proyecto más grande de mi vida lo perdí porque no quise renunciar a las ganancias y comprarle una camioneta a un gerente medio en una empresa privada. El tipo fue bien claro con lo que quería. Mi beneficio sería ganar el cliente y quedarme con el mantenimiento. Al vacilar (ni siquiera negarme, sólo vacilar), fui castigado por culo malo.

Ahora, si lo que querías era liquidez, tenías que convertirte en tipos como Franklin Durán y Carlos Kauffman, o como la rata de Wilmer Ruperti, o como Leopoldo Alejandro Betancourt Lopez y el resto de los bolichicos. Pedir prestado para estafar al estado, poner a servidores públicos en tu nómina, mandar a matar gente. Ser tan gánster como el presidente.

Algo me dice que si se me presentara la oportunidad nuevamente, la tomaría. Me dan envidia los millones de Diosdado y estas tipas viviendo en La Casona. Me sabe a mierda la moral. Estoy muerto por dentro o, mejor ¡sí, mejor! soy una víctima del sistema. El sistema está ingeniado para funcionar de esa manera y si no juegas, eres castigado. No solo eres un pendejo por no robar, como decía Uslar, sino que eres un antisocial si no participas en la piñata de la corrupción. Debes ir preso, o emigrar. Roba, vete o muérete, pero no nos agües la fiesta, maldito freak.

 

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