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Sobre el (falso) odio en el chavismo

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Existen dos visiones contrapuestas sobre la vida de Hugo Chávez. Una sostiene que era un sincero idealista que luchó por convertir a Venezuela en el paraíso socialista con el que él soñaba y que no se dio cuenta, por la ceguera ideológica, de lo equivocadas y anacrónicas que eran sus ideas. La otra sostiene que era un mero oportunista que no tenía un ideal definido, y que lo mismo le daba arrimarse a la Tercera Vía de Tony Blair (hoy criticada como «neoliberal» por los chavistas) que al socialismo castrista.

Yo personalmente creo en la segunda visión. Y pienso que hay evidencias firmes de que esa versión es cierta. Si efectivamente Chávez era un idealista, entonces su odio hacia los viejos políticos de la mal denominada «Cuarta República» era real. Entonces, ¿por qué no persiguió a casi ninguno de esos políticos por los casos de corrupción que les imputaba en su campaña presidencial de 1998?

Más de lo mismo con el golpe de Estado de 2002. Chávez nunca hizo un esfuerzo serio, ni siquiera después de haber recuperado el control del Tribunal Supremo de Justicia en 2004, de apresar a los golpistas que no hubieran directamente humillado su orgullo (como Carmona), como María Corina Machado y Manuel Rosales, que nunca pisaron la cárcel por haber firmado el decreto del Carmonazo. Más bien, su odio era dirigido solo hacia quiénes lo habían ofendido a él, como el capitán Otto Gebauer, cuyo único crimen fue ver a Chávez llorar.

Y así sucesivamente. Si detestaba tanto a la burguesía, ¿cómo fue capaz de pactar con uno de los más grandes millonarios de este país, Gustavo Cisneros? Si detestaba los crímenes cometidos por la democracia, como la masacre de El Amparo, ¿por qué hizo al autor intelectual de dicha masacre su Ministro del Interior y Justicia primero, y luego gobernador de Guárico?

Pienso honestamente que en el fondo, Chávez no era el ser lleno de odio que nos pintaron. Era en realidad un oportunista manipulador que utilizó el odio que él sabía que existía entre las grandes masas hacia los políticos y empresarios que las traicionaron en beneficio personal, en pro de afianzar su poder sobre Venezuela. Y le salió de maravilla su plan. Todos caímos en su trampa sin darnos cuenta de que su odio era impostado.

Chávez nunca llevó a cabo la culminación de su odio por qué sabía que luego de la tan anhelada «justicia», el viejo odio del pueblo desaparecería y los rostros se voltearían hacia él y su paupérrima gestión. Por eso siempre mantuvo el odio vivo, hasta el último momento, para así evitar tener que rendir cuentas de sus actos a sus partidarios.

La oposición, apoyada por los viejos políticos de la «cuarta» y el empresariado tradicional, no podía ni puede hacer referencia a esa mortal contradicción existente en el seno del chavismo. Solo Dios sabe si el chavismo será destruido por sus propias contradicciones internas tal como Marx profetizó que ocurriría con el capitalismo.

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