Gratitud [1 de la serie: el Lado Inexplorado]

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Este es el primer texto de una serie que pretende abordar la dimensión individual; humana, de los problemas. Nuestro país es caótico; el mundo es caótico: el resultado de una confluencia de intereses que al final resulta ajena a la visión íntima que cada persona podría tener de la vida. Pero en el fondo tanto de los avances como de las catástrofes, está siempre el ser humano: con sus miedos e inquietudes, con sus anhelos y a veces con su resignación. Albergamos en nosotros una oscuridad capaz de tergiversar los ideales y justificar las crueldades, pero también cierta sensibilidad para la bondad y la belleza. Reflexionar sobre el ser humano es, en última instancia, una mirada hacia adentro. Difícil, agridulce y a la vez emocionante; al modo de enfrentarse a una hoja en blanco o a un lienzo virgen. Espero que en estas reflexiones podamos encontrar no sólo un análisis crítico colectivo, sino esa emoción de sabernos creadores.

 

1. Gratitud

 

gratitud

 

En tiempos de tensión social y política, y sobre todo de violencia, como la vivimos en Venezuela, la gratitud parece una emoción fuera de lugar. Hay personas que piensan que la gratitud es  humillante, que hace ver disminuidos los esfuerzos que hemos hecho para llegar a dónde estamos y tener lo que tenemos. Hay quienes la confunden con conformismo, alegando que anula nuestra ambición y deseo de superación.

 

Otros, quizás, harán una lectura política de este texto, en la que resultará desmovilizador, comeflor o algo por el estilo. Creo, sin embargo, que cualquier cambio del mundo pasa por un cambio en los corazones humanos. Desconfío de las iniciativas de quienes quieren cambiar el mundo, porque en la mayoría de los casos es el miedo; no la bondad, el resentimiento; no el deseo de justicia, y en general el narcisismo de creerse salvadores del mundo, y no un auténtico anhelo de cambio para mejor, lo que los impulsa.

 

Dicho esto, quisiera introducir una nueva perspectiva a nuestra situación: gratitud. Ortega y Gasset decía que la vida es, ante todo, elegir. Esa es la óptica bajo la cual todos nuestros logros (tanto materiales como espirituales) son el resultado de nuestras acciones. Pero el mismo autor hace un inciso importante: no se elige entre opciones infinitas, sino entre una serie de opciones concretas; las que conforman nuestras circunstancias.

 

Mi circunstancia ha sido, en primer lugar, un país complejo. Mis padres –esa generación- experimentaron la movilidad social, ese echar pa’ lante. Mi mamá pasó de un caserío en Falcón a estudiar en una de las mejores universidades del país, luego pudo ejercer su profesión; comprar una casa, un carro. Mi generación no ha tenido esa suerte, y muchos de mis allegados han tenido que irse del país para conseguir las oportunidades que se merecen, pero el hecho de que mis padres la tuvieran, los hizo las personas que son hoy en día. Afortunadamente, fueron ellos quienes se preocuparon por mi educación y me inculcaron valores. Pude haber sido hija de aquellos que no tuvieron esas oportunidades, y que les cuesta creer en ese camino honrado hacia el bienestar. Pude haber sido parte de esa historia convulsa, azotada durante generaciones por la pobreza; el estigma social de la pobreza, la injusticia y la exclusión.

 

También pude haber sido parte de esa minoría intransigente, que siente miedo y a menudo repulsión por los pobres. No habría pisado nunca Dabajuro, ni Socopó, ni Petare. Se me habría enseñado a temer aquellos mundos desconocidos, instándome a conformarme con mi propio bienestar, status y éxito económico. Quizás de niña quise más de lo que mis padres podían darme, pero crecer en una familia en la que no todo giraba alrededor de mis caprichos, y donde muchas veces debía esforzarme para conseguir lo que quería, me enseñó que en la vida real todo tiene un costo. Me enseñó a compartir, a recordar siempre que soy parte de algo más grande y a necesitar cada vez menos lo material para ser feliz.

 

Quisiera poder quedarme en Venezuela, pero tengo miedo de que un malandro me apuñale para robarme el cabello o me pegue un tiro porque le dio la gana. Aún no sé si ese –la vida- es un costo que quiera asumir. He querido cambiar esta situación. Hice activismo político por más de cuatro años, dos de ellos en un partido. Vi como amigos, antes bondadosos y sensibles, se dejaban encandilar por el halo dorado de los poderosos, sacrificando sus valores, siempre alegando que era por un “bien mayor”. Fui testigo, con dolor, de cómo ese “bien mayor” se difuminaba y su naturaleza se enrarecía. Entonces las motivaciones ya no tenían que ver con el fin último, no era ni siquiera una guerra ideológica, entre fines últimos y bienes mayores, sino una guerra entre egos y mafias.

 

Soy afortunada por haber podido observar todo esto. Agradezco mis circunstancias.

 

No me gustaría tener que irme. Intento adoptar una consciencia global, y reemplazar el nacionalismo por la certeza de pertenecer a algo más grande: la raza humana. En los momentos más optimistas lo logro, pero la mayoría del tiempo pienso que extrañaré a mi país. No sé por qué.

 

En todo caso, siempre tendré la experiencia de Venezuela. Tampoco es que el resto del mundo esté mucho mejor. Los sueños que motivaron a las generaciones anteriores han resultado sobrevalorados. Cuando reflexionas lo suficiente desde una perspectiva amplia, el problema no es la corrupción, o el petróleo, o la cultura de la viveza. El alma del mundo entero, está enferma. Por eso agradezco a Venezuela. Porque independientemente de cómo –o dónde- termine mi historia, he tenido la oportunidad de encontrar paz en el caos, viviendo en un país que no deja de fascinarme. Que no entiendo, que quizás nunca entenderé y por lo mismo me ha hecho humilde ante la amplia y profunda gama del potencial humano para la bondad y la crueldad. Desde una posición en la que lo material no ha sido suficiente para enceguecerme y adormecer mi consciencia, pero la necesidad no ha sido tan aguda como para llevarme a sobrevivir, en vez de vivir.

 

No creo en Dios, pero agradezco al misterio de la existencia, por mis circunstancias. En Venezuela he despertado: ante la consciencia de mi propia vida, ante lo engañoso del mundo, la crueldad y el sadismo; pero también ante la belleza posible, la que podemos crear. En este depositario de almas perdidas, regido por el poder y las apariencias, no todos tienen esa fortuna. Yo la celebro.

 

Por todo eso, gracias.

 

 

3 Comentarios

  1. «En los momentos más optimistas lo logro, pero la mayoría del tiempo pienso que extrañaré a mi país. No sé por qué.»

    No es tu país que extrañarás, es tu hogar.

    Veneuela, como la maldad, existe es en la imaginación de los filósofos.

    Bellísimo texto, espero el siguiente.

  2. @-ordo: probablemente sea el hogar lo que se extraña. Habrá que hacer como los caracoles o las morrocoyas. Gracias por tu comentario :)

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