A menos que ames tu vida pasará volando
El árbol de la vida es el monumental quinto largometraje de Terrence Malick, un director en activo desde los 70 pero sin muchas películas en su filmografía (aunque cada una de ellas se ha convertido en joyas invaluables para el cine). Todas sus películas son obras maestras difíciles y atemporales poco accesibles para un público promedio. Cada vez que Malick reaparece con una nueva película podemos esperar lo mejor, sobretodo si se toma ‘descansos’ que duran 20 años (el espacio de tiempo comprendido entre Días del cielo, 1978 y La delgada línea roja, 1998). Pero para esta ocasión los cinéfilos tuvimos que esperar seis años (desde El Nuevo Mundo, 2005), un tiempo de ausencia considerablemente largo para un cineasta cualquiera pero afortunadamente corto para alguien como Terrence Malick.
El árbol de la vida es probablemente la Obra Maestra entre sus otras obras maestras. La clase de película que cualquier cineasta de Autor ha esperado hacer toda la vida, hasta que llegara el tiempo adecuado para crearla. Al menos esa es la sensación que nos transmite tamaño riesgo ¿De qué trata? Esa es la gran pregunta del público. Es la historia de una familia tradicional y conservadora durante la década de los 50, pero es también el recuerdo de una perdida (¿será?), y finalmente una reflexión tremenda sobre la vida y la muerte que se remonta al origen del universo. Pero no hay una historia definida en un sentido canónico, sino que más bien es un recuento audiovisual de emociones, recuerdos, sensaciones y metáforas mediante un retrato impresionista que va de lo microcósmico (la familia O’Brien) a lo macrocósmico (el universo) para crear un álbum de imágenes, música y sonidos imperecederos, hermosos y con un cuidadoso impacto estético. Malick ha demostrado en anteriores trabajos su atención a los detalles, su preciosismo a través de la imagen y su amor por la naturaleza; aquí todo eso puede evidenciarse pero con mayor destreza. Cada plano parece estar cuidadosamente pensado y estratégicamente ubicado dentro del conjunto, ayudado por la impresionante fotografía de Emmanuel Lubezki. Malick es un artesano de las formas y un genio de la imagen. Es también un hombre muy valiente al hacer esta película, que para bien o para mal solo gustará a unos pocos.
Brad Pitt y Sean Penn son dos grandes figuras de Hollywood que forman parte de este inusual proyecto tan poco alejado de las formulas tradicionales del cine norteamericano industrial, y sin duda será una de las películas por las cuales se sentirán orgullosos de haber trabajado. Brad Pitt es el Padre, el Hombre de la Casa, el Sr. O’Brien, un hombre protector y duro preocupado por su familia. Pero es también un hombre dominante que oprime tanto a sus hijos como a su esposa en el régimen de su pequeña dictadura familiar, y sin embargo quiere que sus hijos estén preparados para la crueldad del mundo (“No se puede ser demasiado bueno si se quiere conseguir el éxito”). Sean Penn es el hijo mayor, ya crecido que recuerda a sus padres y sus hermanos. Junto a ellos, Jessica Chastain es la Sra O’Brien, esposa y madre. Pero sobretodo Madre. Ella es un refugio para sus hijos, el hogar y en cierto modo el amor. Ella es distante y magnificente, silenciosa y hasta cierto punto débil, precisamente como el amor.
Se cuenta aquí la historia de una perdida. Jack (Sean Penn) recuerda el momento en que su hermano murió cuando tenía 19 años, y vemos cuando sus respectivos padres reciben la noticia. La sra O’Brien no resiste el dolor porque la tragedia es algo nuevo para ella. Pero incluso a la gente buena le ocurren cosas malas, porque es la voluntad divina y “Dios manda moscas a las heridas que Él debería sanar”. Al principio se nos dice que se debe elegir entre el camino de la gracia o el de la naturaleza. Que la naturaleza es egoísta, y la gracia es sumisa. Padre y Madre parecen representar los respectivos caminos. Para aquellos que han elegido la gracia el costo es doloroso pero lleno de gloriosas recompensas. Para aquellos que han elegido la naturaleza tienen el mundo a sus pies, pero deben cargar con la culpa y el arrepentimiento, y probablemente la frustración o el anhelo de gracia que se les escapa. El sr. O’Brien es exitoso en su trabajo pero siempre quiso ser un músico. Sin embargo quiere que sus hijos se parezcan más a el que a su madre, porque ella es débil y buena y la gente buena no sobrevive.
El árbol de la vida es una película ambiciosa y difícil, pero es también un recordatorio de lo fácil y complaciente que se ha vuelto el cine. Perfecta en sí misma. Es difícil elegir entre tantas imágenes llenas de magia cinematográfica, pero mis favoritas son aquellas que transcurren al final de la película en una especie de limbo donde tanto los vivos como los muertos, el pasado y el futuro, pueden reencontrarse. El único lugar donde la naturaleza se confunde con la gracia. Otro momento inolvidable es ver a Jessica Chastain volando como un hada, o el alumbramiento del primer hijo intercalándose con una casa hundida en el océano. La secuencia de la película sobre la creación del universo es también un espectáculo visual, pero puede resultar excesiva (uno no sabe muy bien en qué momento pasamos de la familia O’Brien a los dinosaurios) y desorientarnos. La mayoría de las personas no tendrán idea de lo que se trata esta película, y se sentirán a veces partícipes de un documental sobre rocas volcánicas. Pero fundamentalmente no hay que buscarle un sentido a todo lo que aquí vemos, no con las herramientas acostumbradas. Hay que saber disfrutarla dentro de sus propias reglas. Algunas imágenes simplemente son hermosas. Hay muchas escenas de los niños O’Brien corriendo y jugando, y no es más que eso. Sin embargo una película así da pie para hacer rebuscadas interpretaciones, pero no siempre las más acertadas.
Creación, vida, muerte… Malick es contundente hasta el final con sus premisas. Sólo Lars Von Trier, mucho más profano, le iguala en valentía. El Árbol de la vida hará historia, no solo porque visualmente es hermosa sino porque es una de las pocas películas contemporáneas que se aproximan en forma y contenido al carácter sagrado de lo humano. Verla, es casi una experiencia religiosa. Asistir a un culto, evidenciar un rito dentro del propio cine. Es casi un exorcismo de todo aquello que contamina al arte cinematográfico actualmente, dejándolo únicamente con lo esencial como si por un momento el cine estuviera exclusivamente hecho para que existan películas así. Pero sigue siendo una película después de todo, y cuando se acaba la función seguiremos viendo y deseando ver el cine de costumbre. Probablemente fue la mejor película del 2011, o también la peor. Cualquier opción es válida dependiendo de las expectativas sobre lo que cada persona espera encontrar en una película. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, nominada a Mejor Película en el oscar y favorita de los críticos reputados, a El Árbol de la vida no se le escapa nada, a excepción del aburrimiento del público. ¿Es eso un defecto? ¿Una virtud? No sé, las películas son películas a pesar de todo. Ni más, ni menos. Si el público no responde como debe, te pasa factura por el tiempo desperdiciado. Pero la Gracia sabe cómo soportar la violenta ignorancia de la Naturaleza.
Guillermo López Meza.
Esto escribí en su momento, cuando la ví: «La secuencia inicial me encantó: la angustia y la desesperación de la familia se demuestra de manera brillante a través de las imágenes, sin necesidad de diálogo. Mi problema con el film comenzó con el segmento sobre el origen del universo y la creación de las especies. No sabía si estábamos viendo «2001 odisea en el espacio», «Fantasía» o «Live at Pompeii» de Pink Floyd. Demasiado largo, demasiado visto.Demasiados dinosaurios, inclusive. En mi modesta opinión de aficionado, la película está inflada por imágenes que no le aportan nada en particular, como por ejemplo el perro tomando agua de un charco en el piso. Pero también tiene escenas memorables, como la inicial que ya comenté, la de Brad Pitt debajo del carro aguantado por un endeble gato que con cualquier empujón se podría caer, o interpretando la «Toccata y fuga» de Bach en un bellísimo órgano de tubos, con teclas de envejecida madera y de sonido sobrecogedor, entre otras. Y algunas perturbadoras: por un momento temí que el hijo mayor se iba a revelar travesti, cuando estaba hurgando en los cajones de la ropa interior de la madre; o que electrocutara al hermano con la lámpara. Un aspecto que no me gustó fue la visión demasiado religiosa del director, pero eso es culpa de mi agnosticismo. Creo que las dos horas largas de la película han podido comprimirse facilmente en una hora y media, tiempo más que suficiente para mostrar el drama de la familia y su espiritual y celestial resolución.»
Yo escribì esto en su oportunidad sobre 2001 Odisea Espacial y El arbol de la vida:
Sin embargo tanto Clark como Kubrick se quedan en el aspecto analítico del asunto [En 2001: Una odisea espacial] y no explican cómo es que puede darse ese salto ¿tenemos que esperar por los extraterrestres? Afortunadamente 40 años después del estreno de la película vino Terrence Malick a enmendarle la plana a ambos con su hermosa y magistral película, El árbol de la vida. En la secuencia final Malick rehace el viaje sideral de Bowman con un Sean Penn atormentado que va dando tumbos en un desierto hasta que se encuentra con un portal de piedra (en clara alusión al monolito de 2001) y éste lo cruza y experimenta un salto, un viaje en el que Malick hace evidentes analogías con el viaje sideral de Bowman y finalmente llega a una playa en la que se encuentra con sus padres rejuvenecidos, con sus hermanos y las personas que cruzaron en algún momento por su vida y el personaje de Penn usa ese reencuentro para hacer las paces con sus demonios internos.
Malick muestra que el verdadero viaje al encuentro de lo humano, el salto hacia el superhombre no es al exterior sino por el contrario es un recorrido por la vía de nuestra memoria (en la que está presente la conexión con todo lo que ha existido) para encontrar, a través de la vivencia de los sentimientos, la playa del espíritu, las aguas del alma que nos ponen en contacto con nuestra parte sana, coherente y significativa.
Así es como se unen estas tres obras en un solo destino que es el de buscar y apagar al loco Hal que nos habita para emprender el viaje cósmico hacia lo divino y trascendente.