Hay un viejo argumento en la vida que para algunos también aplica en la música: “Todo tiempo pasado fue mejor.” En esta época saturada de canciones genéricas, de bandas y artistas que están más cerca del hobby que del arte, de coros y fórmulas manoseadas que hemos escuchado millones de veces, no cuesta nada darles la razón y encerrarse a escuchar toda la discografía de Led Zeppelin mientras se acaba el mundo. Sin embargo prefiero resistir la tentación apocalíptica y examinar el asunto por un momento.
Después del bodrio vergonzoso que presentó Miley Cyrus en los VMA, leí unos cuantos comentarios de añoranza sobre los años noventa y las presentaciones de bandas como Pearl Jam, Guns & Roses y artistas como Michael Jackson y Madonna.
Aunque las distancias entre el engendro de Disney y los ilustres mencionados son insalvables, el asunto no queda resuelto porque para muchos el mejor Michael y la mejor Madonna vivieron en los 80 y los que de verdad hacen falta son Queen y The Police. No hay ni que mencionar a la legión de fanáticos que ruegan ser transportados a una Van psicodélica para escuchar The Doors, Pink Floyd y The Velvet Underground por toda la eternidad. Parece que cada década insiste en adjudicarse la mejor música de la historia.
Ciertamente es una discusión interesante, de esas que no tienen respuestas definitivas, pero existe un consenso bastante uniforme sobre quiénes son los grandes de la historia, lo que hace la disputa por primeros y segundos lugares un tanto superflua, más propia del gusto personal que de parámetros objetivos con los que puede valorarse una creación artística. En pocas palabras, esa no es la discusión que me interesa. La cuestión se define respondiendo si en la última década, y en lo que va de esta, se ha hecho buena música, si se han producido discos y canciones que estén a la altura de los clásicos, obras que resistan el paso del tiempo y no se desvanezcan en cuanto dejan de rotar en una emisora pagada.
Pero antes de hacerlo hay que alejarse del ruido, considerar seriamente las consecuencias que el bombardeo de información inútil y el entretenimiento mediocre tienen sobre nuestro criterio estético. Quien quiera volver a escuchar buena música debe proteger sus oídos, pero sobre todo su mente. Es difícil permanecer completamente lúcidos cuando todos los días somos expuestos a la burda decadencia de los tiempos.
En este sentido, Venezuela se ha convertido en un ambiente particularmente nocivo. No importa si “Bolívar, el hombre de las dificultades” es parte del guiso que Roque Valero está haciendo con el gobierno o si Samantha Dagnino estudió actuación en Nueva York para rendirle tributo al poder con ese papel lamentable. Que una sociedad discuta el show de Adolfo Cubas imitando a Justin Bieber y reaccione a este tipo de cosas revela síntomas inequívocos de una grave patología. Pero aunque a veces no lo parezca, la escena artística venezolana es mucho más que Rawayana doblando sobre unas piedras en el Miss Venezuela Mundo o La Vida Boheme vendiendo el alma en el techo de un Mcdonald’s.
Del mismo modo, que una de las cadenas de entretenimiento más populares del mundo no tenga algo mejor que ofrecer que a Miley Cyrus y un refrito con los éxitos de Justin Timberlake, habla más de la degeneración de Mtv como medio de comunicación que de la falta de talento en esta década. El cinismo pop de la cultura de masas es solo una parte de nuestra identidad colectiva, por cada Gangnam Style hay una “No One Knows” de Queens of The Stone Age, el nuevo milenio nos trajo a Nicki Minaj pero también a Mars Volta y Arcade Fire. Tenemos a Famasloop, C4 Trío y Americania, no todo está perdido.
Hay gente interesante haciendo cosas increíbles, me niego a caer en el cliché de “estoy viejo y ya no entiendo el pop de estos tiempos” porque no se trata de eso, aquello que es realmente bueno trasciende las edades y las modas. El punto de partida es aplicar filtros y aprender a desconectarse porque el mainstream hace rato se fue a la mierda.
Se está haciendo buena música, pero para disfrutarla primero hay que salvarse. Escuchar con honestidad, humildad y sin apuros. La grandeza es evidente y siempre tiene la gentileza de mostrarse.