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Apuntes sobre la humanidad, o la falta de.

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I

En el libro «El pájaro pintado», Jerzy Kosinzky cuenta una anécdota que describe muy bien el espíritu de supervivencia del pueblo judío, y de la humanidad en general. La cosa más o menos es así, o por lo menos así la recuerdo: A una aldea en Rusia, en donde la mayor parte de sus habitantes eran judíos, llegó una patrulla alemana, y después de una requisa seleccionó a unos cuantos hombres. Ellos sabían que iban a ser fusilados; entonces (me faltó indicar que era invierno) esos hombres se despojaron de todas sus ropas, para dejárselas a quienes quedaban atrás, y así, desnudos, fueron caminando por el bosque, rumbo a su muerte segura.

II

Anoche, en una conversación en el muro de Facebook de una amiga, salió a relucir la palabra «Kitsch». Recordé que Kundera, en «La insoportable levedad del ser», incluye un breve tratado sobre el kitsch, y en dos platos lo define como la negación de la mierda. En sus propias palabras:

«En el transfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente. . . . A esta fe la llamamos acuerdo categórico con el ser. … El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del baño!), o hemos sido creados de manera inaceptable. De esta manera se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo donde la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. . . . kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurativo. El Kitsch elimina desde su punto de vista todo lo que en la existencia humana pudiera considerarse inaceptable.” 


Entonces, el kitsch (o la cursilería, que es la palabra en nuestro idioma que más se le acerca) es ir por la vida ignorando todo lo feo que hay en ella. Los cursis no se enteran, o no quieren enterarse, de los hechos terribles que ocurren a su alrededor; están concentrados en hallar belleza en cualquier lugar, haciendo abstracción de la podredumbre que abunda por doquier.

III

Ayer por la mañana la autopista del este amaneció terriblemente embotellada. Por fortuna me toca transitar un pedacito de ella, apenas el trecho entre la salida de Los Ruices que pasa por la fábrica de Polar y el trébol que lleva a Caurimare, por lo que no me afectó mucho. Una gandola se había estrellado contra la defensa que protege al puente, que tuvo que construirse para evitarle daños estructurales. La gandola venía en sentido contrario al mío, por lo que la cola la ocasionaban los mirones que aparecen en todo accidente. Cuando pasé por encima del puente, pude ver que hasta allí había carros detenidos, observando el choque desde arriba, por supuesto entorpeciendo el tráfico. Cuando llegué a la oficina me enteré de los detalles, que ya todos deben conocer: la gandola, que transportaba alimentos refrigerados, fue saqueada. Algo normal, dentro de la anormalidad que representa esa patente de corso que cree poseer la gente cuando ocurren este tipo de cosas. Pero hubo un detalle grotesco: el conductor de la gandola estaba muerto, en el habitáculo del vehículo, por donde estaba trepando la gente que iba a saquear. Tal vez estaba agonizando todavía. Por encima de ese cadáver tuvo que pasar la poblada que vio una oportunidad de oro para llevar comida a su casa. Sin darle ninguna importancia al hecho de que en el lugar había una persona muerta.

*  *  *

La primera y la tercera son, en el fondo, dos historias sobre la supervivencia; sin embargo, la diferencia entre ambas es notoria. Creo que es la descomposición social que entraña la última. Como colectivo estamos perdiendo humanidad, anteponiendo nuestras necesidades a cualquier consideración moral. La posibilidad de obtener un beneficio material sin ninguna consecuencia es aprovechada sin ningún escrúpulo adicional. Y los que no lo hacen, son espectadores divertidos de lo que está ocurriendo. En cierta medida su actitud es kitsch a la inversa: les atrae lo sórdido, lo morboso. La mierda.

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