El que diga hoy que cree en Dios, o es todo lo contrario de espiritual, más bien sensual (supersticioso), o es un mentiroso. Es un hecho obvio, como el olor a ozono después de una lluvia. No me insulten con «qué te pasa»s, no se insulten a sí mismos.
La espiritualidad es un camino al que se llega analizando ciertas áreas de la conciencia. Primero, hay que poder sentarse a pensar, tener el tiempo, la energía y el entrenamiento. Después, hay que sentarse a pensar, respetar cualquiera sea la serie de eventos que te lleva a querer hacerlo. Ya tanto porcentaje de la población excluida por definición, se entiende a quienes va dirigida mi acusación. Acuso también a quienes facilitan lo que resulta en ver dentro de sí mismo, acobardarse, y regresar a explicaciones cuyas mismas contradicciones nos llevaron a la introspección. No hay excusa, ya sin dios ni inmortalidad, para andar derrochando conciencia de conciencia en mitos.
Esos mitos fueron en algún momento necesarios, y aferrándote a ellos, compañero «religioso» espiritual, sin ninguna necesidad, insultas tan ligeramente el esfuerzo máximo que sólo pudo dar con locura.
Toma conciencia, porque no se trata sólo de las fantasías de burgueses ladillados, se trata de creer que las mismas bases de la existencia son diferentes a la realidad y, presta atención aquí, que de ella resultan edictos éticos o morales que de hecho resultan teniendo fuerza legal.
La fuerza legal también se conoce como bastón y pistola. Se me ocurren mejores aproximaciones espirituales para esas cosas que un tirano imaginario.
Si necesitas ese compañero constante, ese ícono al que rezarle cuando las cosas van mal, haz como yo: rézale a Joe Pesci.