No necesitamos de un dios para existir.
El universo no fue creado por ninguna deidad. Creer en ello es una expresión del deseo infantil de glorificar e inmortalizar a los padres y a uno mismo como: alma o espíritu inmortal, que participa de lo absoluto, eterno, omnipotente, etc.
Hay un orden natural, un sistema de relaciones causales, no hay dependencia de fenómenos o realidades sobrenaturales que expliquen el comportamiento de la materia.
Estar preguntándose o debatiendo de la existencia o no de dios es tonto y estéril, no conduce a la liberación del sufrimiento, así como la persona clavada por una flecha no se pregunta de qué madera está hecha.
Afirmar en la existencia de un dios es mera especulación, si no se puede tener una experiencia inmediata e intuitiva para reconocer este hecho.
La idea de dios tiene sus orígenes en el miedo.
No existen evidencias de la existencia de dios.
Hubo un tiempo en el que todos creían que el mundo era plano y estaban equivocados. La cantidad de personas que crean en una idea, no es prueba de su veracidad o de su falencia. La veracidad de una idea sólo puede conocerse examinando los hechos y la evidencias.
Todas las religiones dogmáticas afirman que sólo ellas tienen la palabra de dios, preservada en su libro sagrado. Sólo quienes profesan esa religión pueden comprender la naturaleza de dios, quienes no la profesan no lo pueden comprender. Sólo su dios existe y que los dioses de otras religiones no existen. Algunas creen que Dios es masculino, otras que es femenino y otras que es neutro. Todas están satisfechas por la amplia evidencia que prueba la existencia de su dios, pero se ríen escépticamente de las evidencias que otras religiones usan para probar la existencia de otro dios. No es sorprendente que con tantas religiones diferentes tratando durante centurias de probar la existencia de sus respectivos dioses, estas pruebas no sean reales, concretas, sustanciales o irrevocables.
Creer en dios no es necesario, más bien es un estorbo.