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Emigrantes

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Está circulando un video, muy emotivo, sobre el significado de la emigración. En él se ven unas personas que regresan a sus hogares, de visita, presumiblemente después de una larga estadía en el exterior. De manera muy eficaz manipula los sentimientos del espectador, logrando muy bien su objetivo de conmover a la audiencia. Muestra la alegría inicial de los familiares y amigos por el reencuentro, y cierra con la terrible tristeza de la despedida.  El mensaje que deja el video es sencillo y contundente: la gente es forzada a irse de su país por  los políticos y empresarios corruptos, incapaces de generar empleo adecuado.

Lo curioso del video es que está hecho en España. Sí, uno de los destinos  preferidos por los emigrantes venezolanos es, a su vez, fuente cada vez mayor de emigrantes. El caso es preocupante: parece que nadie está a gusto en su tierra de origen y busca establecerse en cualquier otro lugar. El problema estriba en que cada vez hay menos sitios elegibles para iniciar una nueva vida.

Por mi parte, le tengo una alergia terrible a los vocablos asociados a la migración. Inmigrante y su complemento emigrante, son palabras que me retrotraen a una infancia sin familia, es decir, sin abuelos, tíos, primos. Sólo unos padres cuyo principal tema de conversación giraba alrededor de los recuerdos de la vida anterior en su patria. Ellos vinieron obligados por una posguerra brutal, y lo hicieron porque tuvieron la valentía que da la desesperación de no conseguir un empleo digno para mantener a la familia; pero siempre conservaron el guayabo por su Italia natal. Aunque se adaptaron a su nuevo país, la nostalgia nunca los abandonó; paradójicamente, cuando tuvieron oportunidad de regresar, de visita, había pasado tanto tiempo que se dieron cuenta de que eran extranjeros allá también: habían perdido las costumbres, hasta el habla cotidiana, ya que estaban anclados al pasado y se consiguieron con una realidad diametralmente diferente a la que había cuando partieron. Creo que desde ese momento me hice la promesa de no ser a mi vez un emigrante. Y veo que la voy a cumplir, pero ya no tanto por falta de ganas sino de oportunidad. Me parece que el tiempo que me reste por vivir lo haré en este país, que se está cayendo a pedazos aceleradamente. Pero prefiero quedarme a recoger los vidrios propios a irme  quien sabe a donde, para comenzar otra vida desde cero sin saber remotamente cómo hacerlo.

Sin embargo, no vería con malos ojos que mis hijas se fueran, la verdad. No se avizora que en el futuro cercano las cosas en Venezuela mejoren, y prefiero saber que están lejos, pero bien, a tenerlas en casa pasando trabajo y sin un futuro cierto. La triste realidad es que las familias se van desmembrando por culpa de una clase política a la que le tiene sin cuidado el bienestar de la población, y quiere mantenerla sumisa y reprimida con la peor arma: la dependencia de un estado que decide y regula la vida privada de las personas. Estamos viviendo la distopía que imaginó Orwell, y somos incapaces de hacer algo para revertirla. Espero solamente que cuando llegue el momento de decirles adiós, no nos hayan quitado todavía la ventanita que tenemos para ver al mundo, para poder compartir con ellas a ratos aunque sea por esa pequeña maravilla que es Skype.

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