La autoestima del venezolano se esfumó.
Por un cupo de Cadivi, la gente permite el abuso de sus derechos en Maiquetía, un terminal convertido en campo de concentración.
Es como si hubiesen dado un golpe de estado, todos fuésemos sospechosos de participar en la conspiración y las autoridades tuviesen el derecho moral de incriminarnos.
La pobre gente lo permite, solo para evitar males mayores, después de hacer sus gestiones en el banco y reunir su dinero con el fin de salir del país.
Los militares tomaron el control del Aeropuerto y se dedican ahora no solo a abrirle las maletas a los viajeros, sino a revisarles sus carteras y tarjetas de créditos.
El manso pueblo lo acepta y lo normaliza, como es costumbre.
Aquí nos dejamos montar la pata en dos segundos. Nos humillan, nos sentimos culpables, cedemos.
Es la doctrina del shock aplicada. Plantea un serio dilema.
¿Cómo responder a una forma clara de acoso? ¿Resistir al cacheo y perder el vuelo? ¿Fingir demencia? ¿Protestar masiva y colectivamente? ¿Necesitamos volver a la calle? Por menos, organizan manifestaciones en Egipto. Hoy el país está en su punto más bajo de desmovilización política.
El régimen cambiario nos neutralizó. Pero la responsabilidad de la crisis no es de usted.
El gobierno administra la escasez como en un laboratorio de Pavlov.
Mientras tanto, las toneladas de droga entran y salen como si nada por nuestras fronteras.
¿Hasta cuándo durará la ficción?
Cierro con la siguiente conclusión de Jhon Manuel Silva:»Nuevo éxito del gobierno: convencer a la gente de que la inflación y la depreciación de la moneda es culpa de la «viveza» del venezolano.
En el futuro, cuando reconstruyamos este país (si tal cosa ocurre), debería ser obligatorio recibir clases de economía en los colegios. A lo mejor así superamos toda la mierda marxista y entendemos algún día que sin producción masiva e industrial, sin liberación de controles, sin gobiernos austeros y sin libre mercado NO hay forma de tener una moneda fuerte, abastecimiento pleno y precios competitivos».