Salgo de ver Metallica: Through The Never 3D, voy a la zona rental de la Plaza Venezuela y lo primero que veo es a El Pacto, cantando una horrenda canción junto al “roquero eterno” (así lo presentaron), Paul Gillman. Lo veo desde afuera y compro una cerveza a los vendedores que despliegan sus tobos a la salida de la estación del metro. Demoro mi entrada, siento que el buen gusto de la película de Metallica se va a esfumar ahí adentro. Me como un pincho, me fumo un cigarro y empiezo a evaluar al público circundante. Los presentes podrían separarse en dos conjuntos muy bien definidos: los roqueros de siempre, con peinados punks y franelas de mostro y los que llevan toda la indumentaria hippie-progre, en los que abundan las chicas con sandalias y bolsos tejidos y los chicos con dreadlocks. Pude identificar una nueva tendencia: los turbantes. Al parecer la influencia de Piedad Córdoba entre las chicas progres caraqueñas hace furor, aunque, como suele pasar con las modas en Caracas, estamos llegando un poco tarde porque Piedad Córdoba ya está out.
En la entrada, un cartel advierte que está prohibido entrar con drogas o alcohol. Un grupo privado hace las veces de seguridad y cachea a los asistentes. Pero apenas paso la barrera y accedo al área del concierto, un penetrante olor a mariguana me acompaña y lo hará durante el resto de la noche; las botellas de ron y anís circulan libremente. De inmediato, recuerdo el simulacro de Por el Medio de la Calle: una noche en que las autoridades se hacen de la vista gorda y te dejan fumar mariguana y rajar caña en las calles, para luego reprimirte el resto de los días. Es más o menos igual, y con el mismo público alternativo.
El sitio está a medio llenar, me ubico cerca del escenario y en minutos aparecen Roberto Messuti y Layla Zuccar, presentando a Dame Pa’ Matala. Yo nunca había visto en vivo a los Pa’ Matala. Las letras del grupo favorito del gobierno son verdadera elegías moralizantes, reaccionarias y ultraconservadoras. Uno de los cantantes hace algo parecido a rapear y cada dos estrofas hace una seña, simulando una penetración anal (no, no es broma ni exageración). Comienzan cantando un tema sobre Venezuela y como a pesar de que “la vaina está jodía”, hay que organizarse y trabajar. Le sigue una rola sobre las cirugías plásticas, donde además de copiarse de manera burda de los mejores temas de Los Amigos Invisibles, en su etapa más gozona, se acompañan de un curioso video, en el que un pérfido cirujano destaja a una muñeca inflable; la mujer tiene una presencia abundante (casi obsesiva) en los temas del grupo. Luego hacen una mala imitación del show decadente de Desorden Público. Una canción más, ésta va sobre el sur, mientras la pantalla proyecta imágenes de Hugo Chávez. Y luego vuelven hacia la mujer: en un tema dedicado a la televisión, Dame Pa’ Matala se explaya en una insufrible moralina contra la vida moderna y contra la mujer, a la que acusan de “querer ser independiente”. El cantante, el flaquito de pelo liso que rapea, insiste en su performance. Otro tema, vuelve a cargar las tintas, este va contra el reggaetón, comienza con el otro cantante, el gordito barbudo que viste como santero, preguntando al público “¿Si un cachorro es un perro, una cachorra es una…?”. Y la emprenden contra el género que practican Daddy Yankee y compañía, pero sobre todo contra la mujer que —¡OH MY GOD!— se deja manosear y se la pasa perreando. No dicen nada sobre el candidato del PSUV a la alcaldía del municipio Sucre.
Entonces ocurre el momento de oro. El cantante gordito-barbudo-santero para la música, agradece a PDVSA el apoyo brindado e invita a los jóvenes a “debatir”, porque ellos nos están en esa tarima “en una de faranduleo”. En su arenga dice que le extraña que el dólar paralelo suba y suba todos los días, y empieza a culpar a los norteamericanos de ello. Hace una conexión delirante entre la invasión a Iraq, la guerra en Siria y la subida del dólar en Venezuela. Dice que los yanquis son los culpables de la devaluación de nuestra moneda y luego pregunta a los presentes cuántos de ellos apoyan que “siga habiendo niños muertos en Siria”. Sueltan el audio de Chávez mandando a los yanquis de mierda al carajo y cantan una canción que llama a la paz entre hermanos, pero cuyo interludio es pedir a la gente que brinquen porque si no lo hacen son gringos.
Yo observo todo desde la tranquilidad con la que ahora veo estos espectáculos, pero no puedo evitar preguntarme cuáles serán los efectos de este circo entre algunos de los asistentes, chamitos por debajo de veinticinco años, para los que este circo cutre y progresista debe ser un delirio. Si en algún momento se analizara cuál ha sido uno de los grandes éxitos comunicacionales del gobierno, yo propondría dedicarle un capítulo a cómo desde el poder los códigos de la contracultura fueron convertidos en propaganda; cómo un gobierno que ya va para quince años en el poder, organiza conciertos y produce grupos que son una combinación sincrética entre Rage Against The Machine, Alí Primera, la trova cubana y cualquier grupo de rock mestizo de esos que escuchábamos en los 90’s.
Un par de conversas me ayudan a entenderlo. Como yo también soy gordo y barbudo, igual que el cantante de Dame Pa’ Matala, y aunque no me visto de santero si suelo estar bastante desgarbado, en estos eventos del gobierno me es común pasar desapercibido en la maraña de hippies y progres. Desde que llegué me han regalado algunos tragos de ron y algunas caladas de porro. Cuando los Pa’ Matala se bajan de tarima, ya tengo humo de cannabis y ron suficiente en mi organismo como para espantar mi patológica timidez y entablar alguna conversación con desconocidos. En el ínterin de esperar a los cafetas, empiezo a hablar con una criatura de veinte años. Estudia en la UCV y no le interesa la política. No es chavista, pero agradece este esfuerzo del gobierno por promover la cultura. Es rebelde. Es pacifista. Cree que es chévere que el gobierno la deje fumar porros en una noche mientras le pone música gratis. Al igual que yo, ama a Café Tacvba. Tiene un bolso tejido. Le encanta PDVSA-La Estancia, porque siempre hay vainas gratis para ver. Quiere hacer cine. Se sabe todas las canciones de Dame Pa’ Matala. Le pregunto por el mensaje de sus canciones y me dice que está bien, que lo comparte, y al igual que lo acabara de hacer Roberto Messuti en tarima, me dice que qué horror que las mujeres de hoy en día se dejen meter mano y se la pasen perreando, que hacía falta que un grupo “creara consciencia” sobre ello; igual que la televisión, que cada día está peor, y el internet, que tiene mucha pornografía. Me dice todo esto mientras sigue dando y compartiéndome caladas a su porro de dimensiones Marley.
Me alejo al rato y pienso que uno de los grandes problemas de la oposición ha sido y será el nunca haber sabido elaborar un discurso público contra el poder, porque en Venezuela el poder se disfraza para no parecer poder. Me imagino a la chica con la que acabo de compartir, trabajando en unos años en La Villa del Cine, y siento que su discurso es el embrión de esa aquiescencia de la que hablaba Ibsen hace meses. Concluyo que este tipo de actos culturales seguirán siendo el maquillaje perfecto para que el status quo se disfrace de rebeldía. Si la contracultura fue convertida en un negocio por algunas corporaciones, en Venezuela la contracultura se hizo propaganda juvenil de un vetusto gobierno militar y ultraizquierdista, y eso no deja de ser delirante. Pero a lo mejor es sólo el poco de porros que tengo encima.
De Café Tacvba hay poco que decir, llevaba años sin verlos en vivo, me sorprendió que no han envejecido nada, siguen teniendo una potencia enorme en tarima. Los Cafetas suenan cada vez más electrónicos, incluso ya no usan batería acústica. Luego de tocar La Ingrata, el vocalista se puso su traje de pájaro e hizo sonar, seguidas, puras canciones del último disco, todas muestras de que la banda sigue en un gran momento creativo. A excepción de las palabras de bienvenida de Rubén Albarrán, que dijo sentirse feliz de acompañar a los venezolanos “en su proceso como país, como colectivo, como le quieran llamar, porque hay que darle mucho amor a la madrecita tierra” (¿nadie le dijo al pana que la tarima la puso una de las petroleras más grandes del mundo?), la banda no se prestó a hacer propaganda y, por el contrario, se dedicaron sólo a tocar y dar un concierto excelente.
Tocó pasarla bien porque, en palabras de Pratt, ¿qué otro remedio queda en la nación africana?