En un mundo donde a diario salen una centena de tanques de guerra a arrasar con lo que se encuentren a su paso, ¿de qué sirve que un sujeto se pare frente a uno de estos, levante su mano, y le exija detener su marcha? En un país donde a diario miles de personas burlan las regulaciones del control cambiario, ¿de qué sirve que un solo imbécil se niegue a vender su cupo? En un universo paralelo donde para comer una sola barra de pan se deba gastar una docena de balas, ¿de qué demonios sirve que yo tome la iniciativa de partir la mía en dos y compartirla con el que tengo a mi lado? ¿De qué sirve creer en el poder de uno?
Es realmente hermoso el mundo de los ingenuos. Hermoso y pintoresco como una caricatura de Discovery Kids, donde todo se resuelve con una canción. Pero ya ni los niños se creen esas fantasías de animaciones educativas. El mundo real es un lugar hostil, y hay que aprenderlo desde que pones el primer pie en él, a no ser que quieras terminar el juego antes de haberlo empezado.
Por eso nuestro deber es educar a nuestros hijos en hostilidad. Hay que atacar primero para que no nos ataquen. Pararnos sobre el rayado peatonal, comernos una luz del semáforo, sobornar a un fiscal de tránsito para evitar una multa bien ganada, ya no son cosas que podemos hacer cuando vayamos solos en nuestro auto. De ser posible pongamos a nuestros hijos de testigo. Ellos necesitan aprender que aquí el que no muerde es mordido. Ellos necesitan aprender que si el mundo está en llamas, lo único que está a nuestro alcance es encender nuestros propios fósforos. Ni toda el agua del mundo acabará con este incendio, así que para qué luchar. Saquemos nuestras antorchas y hagamos lo que nos toca hacer.
Una sola persona no puede detener el fin del mundo y un millón de personas no lo acelerarán. Somos seres ínfimos. Los tentáculos de nuestras acciones no llegan más lejos que nuestra saliva al escupir. Debemos dejar la megalomanía de lado, y entender que es inútil la resistencia. Que si se están repartiendo al mundo en tajadas, no voy a ser yo el único imbécil que no tome la suya. Igual el mundo se acabará tarde o temprano y de algo hay que morir. Los seres humanos nos hemos vuelto una plaga para nosotros mismos y no ver eso, querer soñar con mundos mejores, solo nos dejará vulnerables a toda esta vorágine. Aquí al inocente ya no lo protege dios.
El día que los demás decidan cambiar, el día que los otros acepten que están arruinando al mundo, que dejen de botar la basura en la calle, que los asesinos dejen de asesinar, los violadores de violar, los corruptos de corromper, los gatos de maullar y los tiburones de comer gente… ese día yo cambiaré, yo haré lo que es correcto, yo seré respetuoso, yo trataré de cumplir las reglas, intentaré ser bueno, me comeré toda la comida y plancharé siempre los cuellos de mi camisa. Mientras tanto es mi deber mostrarme fuerte, es mi deber ser inteligente y entender que yo no vine a este mundo a cambiar nada, sino a sobrevivir, que ya la historia tuvo sus mártires, sus idiotas de turno, y yo no vine acá a engrosar la lista. Nuestra única responsabilidad es pasarla bien mientras vivamos y es imposible hacer eso sin terminar pisando a alguien tarde o temprano. No hagamos un drama que esto no es una novela de Delia Fiallo. Si no te gusta cómo funciona el mundo, pide la parada y te bajas. Los que nos quedamos aquí, estamos claros de a qué nos atenemos. Allá tú si no quieres entenderlo.
Paremos con los tópicos
Muy bien. Paremos con los tópicos. Ya tuvimos una buena ración de ellos. Probablemente, en esta lista, no estén todos los tópicos que al respecto se han creado alguna vez, pero también se podría decir que es una lista válida del verbatum de muchos al enfrentarse a situaciones donde son acusados de una conducta poco ejemplar. Algunos habrán dicho una frase, otros habrán dicho otra, muy pocos las habrán dicho todas y un grupo selecto es el que las inventa. ¿Alguna vez hemos dicho alguna de estas frases? ¿Recordamos cuándo fue la primera vez que la dijimos? ¿Sabemos dónde la aprendimos o quién no las enseñó? Esas son preguntas muy interesantes, pero para un debate de mayor profundidad. Aquí nos interesa otra pregunta. Analizando detenidamente cada una de las anteriores frases, ¿creemos que alguna es más razonable que la otra? ¿Pensamos que unas frases son justificables y otras no?
Me arriesgaría a decir que pensaste que alguna de esas frases escondía una crueldad con la que no comulgas, mientras que otras te representaban mejor. Probablemente, entonces, pienses que las que te representan, lo hacen porque la verdad que delatan, la conducta que lleva implícita, es más inocua que la que se expresa en otras frases. Pero lamento decirte que eso no es correcto. Todas las frases anteriores están construidas sobre la misma premisa, y como tal son igual de inocuas o dañinas, aunque cada una genere daños en su propio radio de acción, siendo unos radios mayores que otros. Pero acá no podemos caer en la mentira de que entre dos males de la misma categoría, uno es peor que otro. Matar una persona es tan grave como matar dos. Dejarse sobornar por un par de billetes es lo mismo que dejarse sobornar por una docena. El radio de acción, el grado de afectación no es lo que define a la conducta; sino la premisa de la que parte.
Una persona que asesina a otra (para ponerlo fácil digamos que a sangre fría y sin un motivo aparente), lo hace por la premisa de que la vida ajena no es de valor. Una persona que asesina a dos o a tres (con las mismas características) lo hace basado en la misma premisa. Supongo que no tengo que ir más allá en los ejemplos, para que se entienda lo que trato de decir. Así que daré por entendido que todas las frases del punto anterior representan exactamente lo mismo, de modo que si te identificas con al menos una de ellas, no deberías recriminar las otras. O al menos no deberías recriminar las otras, sin entender que al hacerlo te estás recriminando a ti por comulgar con otra idea basada en la misma premisa. Cumplido ese punto, vayamos al asunto del «poder de uno».
El poder de uno
Resumiendo dramáticamente, el concepto del «poder de uno» apunta a la idea de que las acciones de una sola persona pueden tener muchísima influencia (superior a la de su radio de acción original) si se hacen con convicción y constancia. Digamos que el chico que se para frente al tanque de guerra, hace tanto por la pacificación como lo que hizo en su momento el más pacifista de los ganadores del Nobel de la Paz.
Lo que propone este concepto no es una idea de cuentos de hadas. Nadie dice que el chico frente al tanque detendrá la guerra. Eso no pasará. Lo que nos dice esto es que si cada uno hace algo positivo, sin mirar a los lados o esperando recibir apoyo, esas acciones igual sumarán esfuerzo. No es necesario armar un grupo de cien personas, de un millón de personas, para salir a parar tanques. No son necesarias marchas por la paz, conciertos por la paz, asambleas internacionales por la paz. Basta con que cada cual asuma un espíritu pacífico y de pacificación, para que el efecto sea global.
Por último el concepto del poder de uno habla de cómo una buena acción individual, puede funcionar como el germen para otras buenas acciones individuales. Aquí la palabra clave es «individualidad». El poder de uno cree que hay una sola matemática posible: el 1 + 1 = 1. Aquí no hablamos de hacer grupos, congregaciones, comunidades. Hablamos de hacer individuos, con consciencia del poder que tienen sus propias acciones, y la convicción de actuar en consideración de ese poder.
La máscara de las masas vs. La individualidad
El poder de uno es un concepto de muy baja popularidad. Muy pocos lo toman como fuente de inspiración para sus acciones. Los seres humanos tenemos temor de la individualidad, porque lo que hacemos en nombre de nosotros mismos nos deja más vulnerables que lo que hacemos bajo la máscara de las masas. Saquear un supermercado, quemar un autobús, no es tan sencillo si somos los únicos que participamos en el proceso. Y no solo porque es más fácil que nos atrapen y nos detengan, sino porque es muchísimo más fácil que se activen nuestras barreras morales, y nos sintamos culpables de nuestro comportamiento. Pero, cuando estamos en medio de una turba, la individualidad desaparece.
Si la culpa es de todos, la culpa no es de nadie. Podemos saquear un supermercado, arrastrando un televisor de 82 pulgadas a través de una veintena de cuadras donde vuelan de un lado a otros disparos de militares, y probablemente en ningún momento nos detendremos a pensar: «Oye, yo, sujeto poseedor de una individualidad, estoy robando». Nuestra mente nos complacerá con un fabuloso «Dios mío. Cuánta gente robando» en el que si acaso aparecemos nosotros, estamos tan difuminados que ni siquiera podemos vernos. Y así seguimos arrastrando nuestro televisor y esquivando las balas.
Lo mismo pasa con las acciones positivas. Hacer el bien en solitario es solo para arriesgados. Cuando hacemos el bien por nuestros propios medios nos sentimos como si tuviéramos un cartel en la cabeza que dijera, con luces de todos colores «Soy un imbécil que no comprende la hostilidad del mundo en el que vive. Puedes abusar de mí». Ahora cuando son muchos los imbéciles que no comprenden la hostilidad del mundo en el que viven y salen juntos, acorazados a hacer el bien, el letrero se borra de la cabeza y el pensamiento que lo sustituye es «Dios. Cuánta gente haciendo el bien». Sea que robemos electrodomésticos o marchemos por la paz, siempre que estemos acompañados, sentiremos protección y dilución de responsabilidad. Ninguno de esos beneficios se obtienen al trabajar bajo la insignia del poder de uno. De allí su falta de popularidad.
Pero, la falta de popularidad del concepto, las dificultades que conlleva por sí mismo, los prejuicios que lo rodean, ¿implican ingenuidad si creemos en ello?
La ingenuidad del que actúa como individuo
Como practicante del poder de uno, me he enfrentado a cientos de acusaciones de ser un ingenuo. Y por un tiempo creí que los demás tenían razón, aunque eso no me detuvo. Ahora no estoy tan seguro de que la ingenuidad esté del lado que se ha estado apuntando todo este tiempo.
Como ya antes dije, el poder de uno no es un cuento de hadas. El chico frente al tanque de guerra no para la guerra, y ese no debe ser su móvil. El que cree en el poder de uno, en lo único que realmente cree es que una persona, actuando en su total individualidad, tiene mucho más poder que las masas, actuando en sus habituales conglomerados. ¿No me creen? Es lógico. Es que hemos estado enfocando el asunto desde el lado incorrecto.
Cuando tú te comes la luz, ¿lo haces solo o en grupo? No hablo de que coincidencialmente tú decidiste comerte la luz del semáforo en el mismo momento en que otro lo decidió. Lo que te pregunto es, ¿tú te pusiste de acuerdo con el otro para cometer tal infracción? ¿Perteneces a una asociación en pro de los derechos de comedores de luces de semáforo? ¿Participas en una comunidad virtual de sujetos que proclaman los beneficios de esta conducta? La verdad es que no. Cuando tú te comes la luz de un semáforo, lo haces en tu total, absoluta y privada individualidad. Es por ello que si te atrapa un fiscal, no le pone la multa a tu asociación de comedores de luces sino a ti?
Sabemos que lo que se hace de forma masiva genera probabilidades menores de ser regulado. Pero ese es un asunto completamente distinto. Al comerte la luz, tú no pensaste: «Dios mío. Cuántas infracciones de tránsito en esta sola encrucijada». Eso es lo que pensarías si tus acciones ocurrieran en medio de una masa organizada. Digamos, un grupo de personas que se planificó para no atender a las luces del semáforo el miércoles 23 de octubre a las 3 de la tarde, en todo el municipio tal, como reclamo de las continuas fallas en dicho servicio. Lo que tú pensaste fue, palabras más, palabras menos «Creo que tengo chance de comerme la luz. No hay fiscales / Hay fiscales pero están distraídos / Hay demasiados comiéndose la luz como para que me atrapen a mí / Hay otros comiéndose la luz y nadie hace nada para detenerlos». Lo importante de todo esto es que en tu pensamiento identificas la conducta como una personal.
Pero todavía falta lo mejor. Así como tú te comes la luz, haciendo uso de tu inviolable individualidad, todos y cada uno de los ciudadanos que lo hacen, también hacen gala de tal facultad. Así pues, tenemos a un conjunto de individuos haciendo un uso de su «poder de uno» (haciendo un mal uso, pero uso al fin y al cabo), y fíjate cómo es que realmente sí genera un cambio dramático. ¿Alguna vez te has enfrentado al estrés que implica conducir en la ciudad? Ese estrés no viene, precisamente, de una conducta prudente al volante de la mayoría. Viene de una conducta deplorable al volante, practicada por una cantidad importante de individuos, que no se organizaron de ninguna forma para actuar de esta manera. Si esos sujetos no se organizaron para violar leyes de tránsito, pues de seguro están haciendo uso de su poder de uno. Una caravana de recién graduados de cualquier carrera universitaria es un ejemplo de cómo romper reglas de tránsito de forma colectiva. Mientras no estés en un grupo de características similares, estás actuando en nombre propio.
Y he elegido como ejemplo la situación al frente de un volante. Pero el ejemplo podría ser cualquiera. Cuando pagas un gestor para un procedimiento gratuito, ¿lo haces enmarcado en una congregación de contratantes de gestores ilegales? Cuando no recoges las heces que tu perro deja en la calle, ¿lo haces apelando a una nueva propuesta de ley que tu grupo de activistas promueve? Cuando botas la basura en la calle, ¿lo haces de forma sincronizada junto a otros 2.000 sujetos que salieron a protestar por la falta de papeleras en la vía pública? Podría seguir por horas. Pero me detengo y hago una última pregunta.
¿Todavía crees que practicar el poder de uno es cosa de niños ingenuos? Yo no. Y mientras algún otro suma su individualidad a este movimiento de solitarios, yo seguiré tratando de actuar lo mejor que me resulta posible, sin mirar a los lados y asumiendo la responsabilidad y los riesgos que hay detrás de mi descontextualizado y anacrónico poder.
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