Esto es como mi autoayuda, el tipo de libro que necesito para crecer y quitarme un poco de telarañas de la cabeza.
Como toda cosa buena en la vida es breve, se lee de un tirón. Pero no se olvida pronto.
En cada una de sus páginas, Jordi arremete con Gracia contra una tradición universal, muy nuestra: la de los intelectuales melancólicos que sólo aprueban a la cultura del pasado y que consideran a la del presente una abominación del apocalípsis.
Son los caballeros, de la mesa redonda, que nos condenan al inmovilismo y que nos impiden avanzar.
Aquellos que gozaron en su época de «The Wall» pero que desaprueban que nos divirtamos en la semiotización de «Metallica-Through the Never».
Aquellos que creen que la literatura terminó con los clásicos y que hay que sospechar de cualquier escritor menor de 40 años.
Aquellos que establecen criterios dicotómicos para elevar una frontera entre las bellas artes y las propuestas mutantes de hoy en día.
En mi profesión, la norma es ser intelectual melancólico, suspirar por la muerte del cine moderno, satanizar a Hollywood, apenas permitirse un dejo de emoción por la llegada de la última vaca sagrada de Europa, coronada en Cannes.
A Haneke le suben los pulgares por piloto automático. No lo han visto y exclaman «obra maestra».
Si les preguntas por lo nuevo de Seth Rogen(«This is The End»), pues te arrugan la cara.
Estas poses ya me las conozco. Lo peor es que nos llevan por un callejón sin salida. ¿Cuál es su alternativa?
Ninguna, quejarse o estancarse en la remembranza de lo que fuimos, de lo que perdimos.
De modo que es hora de superarlos con sus complejos y fobias.
No se trata de prescindir de las voces críticas. El punto es comprender que la historia sigue y que hay muchos tesoros escondidos esperando por nosotros.
Vamos a darles una oportunidad y analizarlos como a una obra digna de atención, sea del siglo de oro, sea del tercer milenio.
A los intelectuales melancólicos habría que recordarles algo: los ortodoxos de la pintura relegaron a muchos jóvenes de la vanguardia impresionista, por considerarlos ingenuos, simples, arcaicos. Sin embargo, los caducos acabaron siendo los inquisidores de Van Gogh.
No permitamos que otros artistas de nuestra época fallezcan como mártires de la incomprensión.
En cualquier caso, nunca bajemos la guardia, dándonos el lujo de caer en la complacencia, desde pensamientos reaccionarios o esnobistas.