De regreso del Sambil. Me di una vuelta para ver las cosas con mis propios ojos.
Procedo a describir algunas situaciones irregulares, irónicas, criollas.
Zara y otras tiendas cerraron de plano. Alrededor pusieron una barrera de madera con candado. Prometen abrir “dentro de poco”. Así otros establecimientos.
El lema es “próximamente”, como si anunciarán una película, cuyo estreno se desconoce.
Las tiendas con cola son las de electrodomésticos, línea blanca, aparatos inteligentes y marcas deportivas caras.
El hombre nuevo compra su plasma, lo carga hasta la feria de comida rápida y lo acompaña con combo de papas y refresco.
Es la dieta del socialismo o del consumismo del siglo XXI.
Una señora reserva una mesa con un costal de juguetes. A su lado, San Nicolás es el conejo de Pascua, el niño Jesús de los hermanitos pobres de la caridad.
Entro a una Librería. Salgo en dos segundos. Me siento ante la oferta editorial de una papelería del interior.
Busco camisas. Pregunto por los precios. Yo me quedé en la nota del 2011.
Cualquier trapo con cuello duro no te baja de los 3000 o 2000 bolívares. Opto por un par de Dockers de botones en los puños. Cuando pago me ofrecen descuento de 20 %.
Un cartel al lado de la caja dice: “Para cumplir con la propuesta del Presidente Nicolás Maduro Moros, garantizamos rebaja en toda nuestra mercancía”.
La fulana rebaja es tan falsa como el cuento de los precios justos, decretados por el gobierno.
El estado luce desbordado y solo fiscaliza a las cadenas grandes, para hacer ruido, generar expectativas y subir en las encuestas.
El más idiota de la cola lo sabe y lo entiende.
La economía del Sambil aflora las contradicciones del sistema de mercado digitado por la revolución.
Unos locales enormes sufren la política cubana de anaqueles vacíos. Dos chamos tristes atienden por trámite, escuchando regetón, soñando con una mejor época. Melancolía y depresión postDaka.
Se cura mandando mensajitos por Blackberry, cada dos segundos.
El desabastecimiento no es normal en comercios de Surf, mis favoritos de siempre.
Ante la escasez, predomina el escenario de la inflación imparable, cobrando precios absurdos por tablas, patinetas, zapatos.
Entonces notas el elevado condimento publicitario, propagandístico y mediático de la socorrida intervención del proceso, a la sombra del Indepabis. Es lo mismo con los alimentos. La gente se cae a golpes por productos de la cesta básica. El Indepabis se toma la foto del día, para las primeras planas, en una tienda de instrumentos musicales. Ya el asunto es un juego burocrático, un procedimiento gris de rutina.
Armar un escándalo, ofender a la clase media, complacer a los miserables con el relato del reparto equitativo de los panes, de quitarle a los ricos para darle a los necesitados de la patria. Una versión rojo rojita de Robin Hood.
Pero en el Sambil no hay poesía y el tedio se paga por cuotas. La inercia mueve al colectivo, arriado por las supuestas gangas.
No hay el menor futuro con semejante materialismo histérico, pagado a base del saqueo populista de lo ajeno.
Es un espejismo saudita. El conformismo del mediocre alienado.
La factura viene con todo en el 2014.
Prepárense.