La relación entre las sociedades y sus culturas es como un laberinto de espejos. Es casi imposible determinar si Lady Gaga es popular porque tiene lo que le gusta a la gente, o a la gente le gusta porque es lo que la industria les ofrece. Tal vez sea una intrincada combinación de ambas cosas, acaso en ella convergen los símbolos estéticos que mejor definen el espíritu de nuestros tiempos.
Más allá de cuál sea la verdad objetiva (si tal cosa existe), el hecho de que nueve de las diez personas con más seguidores en Twitter sean estrellas pop dice algo de nosotros como civilización y proyecto humano. El otro es Barack Obama, pero si lo analizamos un poco no hay mayores diferencias entre él y Rihanna, por ejemplo.
En cualquier caso, es un tema sobre el que cada uno debería reflexionar para asumir una posición y sacar un par de conclusiones al respecto. Internet y las redes sociales reflejan los valores que consideramos importantes. Quizás en ellos se encuentre la clave para comprender el culto a la fama y la adicción al entretenimiento, o nuestra constante insatisfacción con el presente y la incapacidad para disfrutar de algo sin sarcasmos. Tal vez nos permitan descifrar el cinismo del troll universal y el síndrome de la dispersión digital. Las poses irónicas y los fanatismos exacerbados, monumentos de la nueva Teología Pop corporativa y televisada que siempre está en línea.
Es posible que estudiando estos valores descubramos un antídoto o una terapia para la apatía y la ruptura con el pasado, para la alienación y esa extraña sensación de que el mundo se ha convertido en un reality show masivo, un sitcom mundial en el que todos somos extras ocasionales y parte de la utilería, protagonistas de un blockbuster hollywoodense tragicómico con escenas porno.
Miley Cyrus escribe el guión y Katy Perry dirige. Beyoncé es el interés amoroso. Las escenas de acción son rodadas en Siria con reportajes en vivo de Jimmy Kimmel, la escala es épica e implica la destrucción de varias ciudades. La intriga de la trama involucra a Julian Assagne y Calle 13,Gaga hace la banda sonora producida por Justin Timberlake. Eminem es el villano, Ashton Kutcher fue rechazado en la primera audición. Al final del segundo acto Oprah muere haciéndose una liposucción, pero en su testamento dona todo su dinero a los niños de África. Cristiano Ronaldo y Messi aparecen en un avión para entregarlo, pero Angelina Jolie intenta detenerlos con sus implantes mamarios inteligentes. La persecución es como la secuencia de la autopista en ‘The Matrix Reloaded’ pero dirigida por Christopher Nolan. El público delira en el éxtasis y toma fotos a la pantalla. Las dos primeras partes de la heptalogía son estrenadas en IMAX 3D, recaudando 1 billón de dólares en su primer fin de semana. La saga continúa con episodios en Youtube y temporadas en HBO, gana todos los Oscars, Emmys y Grammys que existen. Se hacen concursos a través de las redes sociales para que las legiones de seguidores y stalkers puedan participar en los próximos capítulos.
Pero los hipsters no están satisfechos. Organizan una manifestación de indignados frente a los estudios y financian un proyecto en Kickstarter. La nueva versión cuenta con Wes Anderson, el zombi de River Phoenix y música original de Arcade Fire. La cinta se convierte en trending topic mundial y cada subcultura decide rodar su propia película igualmente estereotipada y onanista. Todas son exactamente iguales pero a nadie le importan esos detalles insignificantes.
En el clímax final de las múltiples versiones estrenadas en tablets, cines y celulares, la audiencia muere porque no puede parar de aplaudir y masturbarse al mismo tiempo. Los créditos comienzan en medio de la agonía y de las secreciones, pero nadie puede leer a la velocidad que aparecen nuestros nombres. El logo de Facebook y del consorcio de compañías productoras se disuelven a negro. De la oscuridad emerge la figura de Marina Abramovich, golpeada y desnuda, sosteniendo un cartel de neon que dice: “Delectationis Apparatus Totalis”. Nadie entiende el mensaje. La sublime artista contempla los cadáveres aún tibios del público con una expresión de solemnidad insondable. Entonces, al mejor estilo de Breaking Bad, un auto rosado la atropella a 150 kilómetros por hora, esparciendo vísceras y restos de cerebro sobre las butacas y nuestros propios cuerpos. Al volante,Homero Simpson no tiene mayor conciencia de lo que ha hecho, está completamente ebrio. Mientras se desangra mira a la cámara y dice “D’oh!”.
La sala está en silencio, solo se escucha el confortable susurro de los aires acondicionados. Las luces se encienden lentamente, los glúteos gigantescos de Kim Kardashian señalan la salida.