Ayer me lancé un intensivo de artículos de PN, ya que tenía tiempo que no entraba al site por cuestiones de trabajo. Traté de hacerlo aleatoriamente, y aún así el site me llevó a leer más que todo entradas que tratan el aspecto social/jovial de nuestro país. Sacando un poquito de cada una, logré aclarar un poco mi cabeza acerca de un tema que estaba rondándola desde hace mucho, mucho tiempo: la ambición del venezolano.
El paseo de la ambición por mi cabeza llegó a su pico hace unos meses, cuando me reencontré, en una de las redes diabólicas del imperio, con un amigo de la infancia. El chamo en cuestión creció bajo las mismas condiciones «clase media-alta» que yo y disfrutó de todas sus comodidades. En algún lugar del lapsus de nuestra amistad, nuestras condiciones de vida y nuestras formas de pensar cambiaron, y ahora pertenecemos a la clase media sólo por el hecho de que no tenemos yate o avión, pero tampoco vivimos en un rancho. Además de todo esto, mi amigo ahora es un fervoroso chavista; un trincherito de lo más normal, y se lo respeto.
Pero a mi amigo, al igual que a muchos oficialistas, le lavaron el cerebro; y no me refiero a su tendencia política. El comandante galáctico no solo les dijo que «ser rico es malo», sino que les tatuó en el subconciente que ser gente y querer superarse es malo también. Como todo buen chavista, critica la opulencia de los sectores burgueses apátridas de la derecha venezolana, pero ve de buena manera el hecho de que los altos dirigentes del oficialismo muestren, sin vergüenza alguna, los mismos síntomas. Él no tiene mucho, y lo que es peor, ya no quiere más nada.
Y es que al venezolano le superaron el conformismo al que le tenían acostumbrado y, paradójicamente, le hicieron un downgrade: le suspendieron la ración usual de migajas por la situación actual del país. Y es que las cosas están tan mal, que ya ni la conciencia política del venezolano pueden comprar. No hay con qué; y para muchos no hay un por qué. El chavismo se tomó su tiempo y endulzó la mente del pueblo hasta que el Estocolmo se arraigara en su núcleo; haciéndoles la guerra psicológica, Patek Phillipe en mano, más allá de lógica, clase social, deseo de superación o ambición alguna. No hay por qué comprar su conciencia porque ya lograron que se comprara sola, y la mentira en la que vive el pueblo se cobra y se da vuelto.
¿Lo más loco? Lograr que el pueblo diga que no le gustan las cosas buenas. Entiéndase: a todos nos gustan las cosas buenas. Qué se considera bueno depende de la mentalidad de cada quién, pero de lo que estoy seguro es que en otros tiempos la gente estaba en una búsqueda constante de mejorar su calidad de vida, fuera del estrato social que fuera. Pero ya ni eso.
Muchos le achacan una connotación negativa al término ambición, como si implicara siempre daños a terceros, pero yo lo veo sencillamente como querer estar mejor, superarse a uno mismo. Wikipedia cita al DRAE y nos dice «la ambición (del latín ambitĭo, -ōnis) es el deseo ardiente de poseer riquezas, fama, poder u honores», pero también agrega, tipo a nota personal de quien haya hecho la edición, «puede tratarse también como ambición, el deseo de obtener algo en grande, de tal manera que como seres humanos, podemos fijarnos metas ambiciosas, refiriéndonos con esto al hecho de querer lograr superar las expectativas, sobresalir del resto de las personas. La ambición es lo que nos mueve y motiva día a día, el deseo por superarse y llegar mucho más lejos y lograr nuestros objetivos que para algunos pueden resultar imposible, sin embargo para la persona ambiciosa todo es posible con determinación, esfuerzo y dedicacion».
Entonces, ¿qué tiene de malo querer tener la posibilidad de comprarse un carrito, una casa decente o que simplemente tus hijos vayan a una buena universidad? ¿Qué tiene de malo querer que tus hijos tengan lo que tú no pudiste? Más importante aún, ¿qué tiene de malo lograrlo por tus propios méritos? Para mí, nada. Pero aquí ya nada nos motiva, nada nos mueve. Estamos a la deriva y no vamos a ninguna parte.