Cuando volvió a casa, un amigo le preguntó cómo había sido estar en la guerra. Quería detalles de operaciones secretas con helicópteros y francotiradores. La mujer le dijo: “El desierto es enorme, es impresionante. Pero no caí en cuenta de todo hasta que Joe me mostró lo que había grabado.” El amigo, confundido, solo alcanzó a repetir: “Lo que grabó Joe…” y la mujer contestó: “Ya sabes, la guerra en CNN con los bombardeos y todo eso.”
“Es gracioso cómo los colores del mundo real solo parecen realmente reales cuando los miras en la pantalla.” La Naranja Mecánica anunciaba que la Hiperrealidad había comenzado.
En 2013, un hombre en Tampa Bay grabó un tornado y subió el video en Youtube. Varios usuarios comentaron que era falso. Algunos afirmaron ser expertos y explicaron con detalles técnicos cómo se había realizado el montaje. El autor del vídeo respondió que había grabado el fenómeno directamente desde su celular y que en ningún momento había alterado las imágenes. No le creyeron. Entonces comenzaron a insultarse y a discutir sobre efectos especiales, programas de edición y fenómenos naturales. La mayoría se olvidó del tornado.
La cámara fija de un canal de noticias en México ha captado imágenes de objetos no identificados ingresando al volcán Popocatépetl. Muchos afirman que los vídeos son falsos. Un grupo ha acusado al canal de transmitir imágenes sensacionalistas para distraer a la gente de sus verdaderos problemas. Según el noticiero, los vídeos fueron analizados por un grupo de expertos que confirmaron que el material no había sido manipulado. El debate continúa.
Frente a la pantalla permanecemos perplejos, sobre estimulados y llenos de dudas. Los ojos ya no pueden decirnos qué es real. Nunca antes los sentidos estuvieron tan abrumados por la simulación y el caos informativo. Comenzamos a vivir con una sensación constante de no poder percibir la realidad, de confundirla con algo más. Detrás del grito: “FAKE!” hay un cinismo irónico que es liberado como mecanismo de defensa.
La fotografía y el vídeo ya no sirven como evidencia. La imagen ha perdido su validez como referente. La conciencia ya no es capaz de identificar la simulación. La retina no consigue verificar la realidad, la certeza sensorial ha sido parcialmente inhabilitada. El “Ver para creer” de Tomás se ha convertido en una falacia postmoderna, el mapa de los cartógrafos de Borges ha caído sobre todos.
En las condiciones actuales, no es posible simplemente apagar la televisión, porque es ella quien nos mira. La totalidad de la experiencia humana ha sido televisada, somos parte de la ilusión. La realidad es producida, dirigida, editada y sintonizada, la pantalla es mucho más que entretenimiento, es un nuevo parámetro de existencia, el rango de espectro en que vivimos. Comparamos la vida con los espejismos de la caja, Internet es solo la evolución del concepto.
El camino de la representación ha sido agotado, la evolución de la simulación implica la transformación: la realidad puede, y debe, ser aumentada. Observador omnisciente, todo el tiempo en todas partes. Glass. Impresoras 3D. Avatares. Domos Interactivos. Computación Cuántica. La tecnología ha puesto en marcha dos movimientos: el perfeccionamiento de la simulación hasta hacerla indistinguible de la realidad y el mejoramiento de lo real a través de la integración tecnológica. Ambos procesos se han trasladado a un espacio en el que pueden fusionarse. Si la Hiperrealidad es la incapacidad de distinguir la realidad de su simulación, la Realidad Aumentada es la transformación de la realidad por medios tecnológicos. La inscripción del Templo de Apolo en Delfos ha sido actualizada, ahora reza: “Constrúyete a ti mismo”.
La humanidad, tal vez inconscientemente, ha dirigido su propia evolución por milenios: herramientas, construcciones, sistemas y ciudades, son expresiones de ideas, conceptos y visiones que han transformado radicalmente la topografía del planeta. La civilización es la manifestación física de nuestro viaje interior. Teléfonos, cámaras, tabletas y computadoras funcionan como extensiones de nuestros cuerpos que atraviesan el tiempo y el espacio. Son apéndices de nuestros órganos, en cierto sentido ya somos cyborgs. Es un estado actual en una serie de intervenciones que hemos realizado sobre la naturaleza. La medicina, el tren, el avión y el automóvil. La máquina, el fuego y la producción en masa. El proyecto humano quiere abolir la muerte y satisfacer deseos.
El fin siempre ha sido el mismo: Eternidad y Progreso.
Somos restauradores enajenados por una intuición original: el mundo no es todo lo que podría ser. Desde entonces hemos intentado lidiar con la carencia de distintas maneras: Dios, Ciencia, Economía, Arte, Entretenimiento. Nos gustaría creer en un Dios pero no encontramos pruebas irrefutables de su existencia. La violencia, la injusticia y el sufrimiento, encarnados principalmente en el sometimiento del hombre por el hombre, han diluido nuestra fe en la trascendencia. Si ha de existir un futuro, debemos construirlo nosotros mismos. Sin embargo no conseguimos ponernos de acuerdo, uno de nuestros mayores fracasos es la falta de consenso. Mientras tanto, hemos realizado el nihilismo tecnológico y descubrimos que no es tan molesto como habíamos imaginado. El pluralismo de valores no nos obliga a escoger ninguno, todo es relativo, cada quien hace lo que puede de acuerdo a sus circunstancias. Avanzamos hacia el futuro dirigidos por el espíritu de los tiempos, un cinismo pop esquizoide y reaccionario adicto al progreso, hambriento de atención y de fama, comprometido a fabricar sus propios paraísos artificiales mientras canta: “la realidad será lo que yo quiera”.
El arrebato biotecnológico es la última profecía posmoderna…»y Jesús volverá digitalmente para juzgar avatares inmortales.»