Cuando yo era pequeño mi abuela trataba de educarme cuando íbamos a una fiesta para que no comiera cada vez que pasaba el mesero. Decía que la gente educada no debía hacer eso porque iban a creer que uno tenía hambre atrasada. Recordé tanto esas palabras en este viaje al ver a una sociedad comportándose como el tipo que va a una fiesta con hambre atrasada y que al irse de la fiesta se lleva lo que puede.
Desde que estaba en Frankfurt esperando el avión para ir a Caracas podía escuchar las anécdotas de mis compatriotas de como habían raspado la tarjeta y la cantidad de cosas que habían hecho para que les saliera prácticamente gratis el viaje. No escuché a nadie hablando acerca de la arquitectura del lugar, acerca de experiencias interesantes y fuera de lo común, de reflexiones a raíz de haber estado en otro contexto. No, todo se trataba de los dólares y los euros. Las conversaciones planteaban comparaciones que sugerían que en Zara en París cuesta una camisa la mitad de lo que cuesta en Caracas y por ende esta persona se había comprado como 10. Aunque en un principio podríamos lamentar esa actitud, no se puede criticar pues 300 euros cambiados en el mercado negro son 24 mil bolívares (o 24 millones de los viejos), lo cual es equivalente a varios meses de sueldo de muchos de mis amigos y familiares.
Así fue mi llegada a Venezuela, el 16 de diciembre, listo para la navidad venezolana mientras los demás estaban tratando de encontrar productos en el supermercado, discutiendo acerca del comunismo y hablando acerca de todas las calamidades que venían en el 2014. Creo que de no ser porque comí hallacas y puse el arbolito casi que pasa desapercibida la época. Pero claro, el problema lo tengo yo porque estaba buscando la navidad que tanto recordaba sin entender que el país que dejé hace 5 años ya no existe.
Afortunadamente no fui el único que extrañó la navidad pues leí un par de artículos al respecto. Por ejemplo Nitu Pérez Osuna reflexionaba acerca de lo distinta que era la navidad en su época (http://runrun.es/impacto/97238/oscura-navidad-por-nitu-perez.html) o Tulio Hernández analizaba el papel de la hallaca en la unificación de la sociedad venezolana sin importar la clase social o la región y como el éxodo de tantos venezolanos hacia el exterior había llevado la hallaca a todo el planeta (http://www.el-nacional.com/opinion/hallaca-extranjero_0_321567947.html). Definitivamente podemos observar una tendencia cambiante en todos los ámbitos de la venezolanidad pero de alguna manera uno se aferra a aspectos que definen su ser como es la navidad.
Es comprensible que algunas tradiciones cambien irremediablemente por el paso del tiempo, por el cambio de una generación a la otra o sencillamente por la situación económica pero lo interesante no es la falta de determinada acción sino la carga emotiva que eso acarrea. Cuando yo vivía en Venezuela uno jugaba al amigo secreto, se escuchaban gaitas por todos lados, habían cuñas de navidad de varios canales de TV, la ciudad estaba decorada e iluminada, la gente decoraba las casas con esmero y alegría, se planteaba el hecho de ponerse ropa nueva para recibir un tiempo especial con la familia y amigos, se veían pantaletas amarillas en las tiendas, ventas de arbolitos, luces y fuegos artificiales por doquier. El 31 se comían las uvas y después de las 12 se salía con las maletas a la calle y saludabas a los vecinos que estaban todos bebidos y te preguntaban para donde ibas y veías los fuegos artificiales desde la planta baja del edificio y luego te ibas a visitar a tus amigos y cenabas varias veces.
¿Será posible que esa fuera nada más la navidad de las personas pertenecientes a la clase media y alta?, ¿es ingenuo y superficial creer en la navidad por ser algo comercial y capitalista?. Vamos a darle el beneficio de la duda a la perspectiva que dice que vivíamos en una burbuja y que la mayoría de los venezolanos no tenían eso que acabo de describir. ¿Puede ser que la navidad de los pobres era horrible y que ahora la están pasando mejor?. Creo que sería interesante indagar más al respecto pero al menos la navidad de los de la burbuja no la sentí porque ya desde el momento en que una familia no se puede sentar a la mesa juntos porque comienza una discusión política o desde el momento que te da miedo salir a varias casas por miedo a que te asesinen algo debe andar mal.
Este año no sé si alguien jugó al amigo secreto o si le ocurrieron algunas de esas cosas porque ya no es un tema de conversación, lo único de lo que se habla es de política o de comprar dólares o del SICAD. En cuanto a mi experiencia no vi la alegría que para mí es normal en esas fechas. Gaitas escuché muy pocas y un día que fui al centro de paseo entré a un concierto gratuito en la Cancillería y antes de las gaitas tuve que escuchar un discurso político de como en la 4ta república no habían gaitas para el pueblo, así que me imagino que la polarización política nos ha quitado también ese espíritu de solidaridad y de compañerismo. Con respecto a la iluminación, más allá del santa del CCCT, la cruz del Ávila (ahora Waraira Repano) y una plaza de la Castellana decorada de Digitel no vi nada. En cuanto a la comida navideña, uno tenía que escuchar cada vez que iba a comer los ingredientes que le habían faltado a las hallacas o demás platos y el 31 de diciembre recorrí toda Caracas buscando uvas y pan de jamón sin éxito porque supuestamente los buhoneros habían comprado toda la mercancía para revenderla.
Definitivamente el control cambiario y la crisis económica ya no se pueden analizar desde la perspectiva económica solamente porque la escasez psicológica es atroz y ni hablar de su posterior materialización en el imaginario colectivo del venezolano. Ahora entiendo cómo fue posible el saqueo sistemático y contundente de las tiendas de electrodomésticos porque hasta yo que no vivo allá compré 6 cajas de solera verde al llegar y el resto del tiempo que estuve en Caracas no se conseguía ese producto en ninguna parte.
Viéndolo desde afuera es interesante recorrer la ciudad observando lo que ha cambiado Caracas y hasta las características demográficas del venezolano que supongo que tendrá que ver con la gran cantidad de jóvenes que hemos dejado el país. Visto como venezolano me fui con una gran tristeza no por el tema económico sino por la escasez emocional que encontré que es mucho más difícil de compensar. Uno puede tener millones de bolívares pero no puede compensar eso el hecho de no poder sentarse en la víspera de la navidad o fin de año sin discutir acerca del tema político o sin que se quejen todos los presentes porque no hay pan de jamón o uvas. No hay forma de compensar una carencia que si se ve racionalmente no es tan grave pero que es determinante para que una navidad se sienta fría, triste, melancólica y sin sabor. Fui a la playa, a restaurantes, a cenas y fiestas maravillosas pero siempre estaban acechándonos el fantasma de la revolución en la mente de los que salíamos, el recurrente «no hay» con cara de atormentado por parte del personal del lugar o los letreros del Comandante Supremo observándonos por todo el territorio nacional… y contra eso nada puede hacerse.
Realmente espero que el año nuevo no sea tan negativo como muchos esperan.
Hasta la próxima
Jesús H Pineda O
07.01.2014
Muy triste esa realidad Jesús, siento una verdadera lástima e impotencia al no poder hacer gran cosa para ver un cambio. Es triste ver como una sociedad se derrumba en su totalidad, no por la realidad económica, sino por la pérdida de los valores y una inseguridad que quita los ánimos de salir, reduciendote la calidad de vida a un ser prisionero voluntario y aprovechador de cual oportunidad se presente. Muy bien escrito. Saludos.
Muy acertado Jesus, definitivamente vamos perdiendo en esencia lo que somos… Lamentablemente hemos dejado de ser tantas cosas que a veces ni siquiera somos capaces de recordar aquellos buenos momentos que disfrutamos en una Venezuela distinta. Perdimos la paleta de colores…solo quedan claro oscuros.
Un gran abrazo