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Mi vida, a través de los perros (LXIV)

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Bañada por una luz oblicua que acentuaba sus rasgos, pude contemplar a Helga. Por más trillado que suene la vi más hermosa que nunca. Su expresión de fiereza la hacía hasta más interesante ante mis ojos. Los suyos brillaban de sorpresa y tal vez rabia; no creo haber notado en ella algo de alegría al verme. Al contrario, se notaba que mi visita inesperada venía a trastocar su rutina y eso no le gustaba nada. A todas estas, Aurora seguía prendida a mí y era mi salvoconducto en esa situación que comenzaba a tomar visos de apremiante.

-Caramba, qué recibimiento tan cálido… no esperaba menos, la verdad.

-¿Qué pretendías al llegar así sin ningún aviso, que te tuviera un comité de recepción?

-En lo absoluto, de hecho suponía algo parecido. Pero séme franca: ¿de haberte avisado las hubiese encontrado aquí?

-Probablemente no. Pero… – y me hizo una seña hacia la niña, como para indicar que dejáramos la conversación hasta allí – pero pasa, que te hago un café.

-Eso sería muy agradable. Vaya que se vinieron a vivir a un sitio frío, me estoy congelando.

Me lanzó una mirada fulminante pero no respondió, puesto que yo estaba usando en ese momento a la niña como escudo ante sus ataques. Pasamos al interior de la casita, y pude constatar que era bastante básica: un pequeño recibidor con la cocina al fondo, y una escalera que permitía subir al piso superior donde supuse  estarían las habitaciones. El mobiliario escueto, y por supuesto las paredes llenas de los cuadros de Helga.

-¿Dónde me siento?

-En cualquier silla de tu agrado, tienes para escoger.

En realidad había solamente un par de sillas desvencijadas y unos banquitos rústicos. Me decidí por uno de ellos, y me instalé a conversar con mi hija, quien estaba hurgando la bolsa que le había traído.

-Y dime, ¿por qué no estás en la escuela?

-Hoy no tenemos clases, es fiesta.

-Ah, ¿cual fiesta?

Me nombró algo en el idioma local, que por supuesto no entendí. Seguí dándole conversación con respecto a las cosas triviales: sobre donde quedaba su escuela, si le gustaba, si tenía muchos amiguitos, y ella fue narrándome entusiasmada los detalles de su pequeña vida. Yo la escuchaba embelesado, y por dentro me iba creciendo una especie de remordimiento por el tiempo que había dejado pasar.

Al rato Helga me trajo la taza de café con algunos bizcochos, y le dijo a Aurora sin muchos miramientos que nos dejara solos, que teníamos cosas «de adultos» de que hablar. La niña obedeció, se volvió a colocar los audífonos y salió a la calle, a jugar con su perro. La hora de la confrontación había llegado.

-Tú te volviste loco, Tomás. No te eché por consideración con la niña, pero te juro que es lo que me provocó hacer.

-Caramba, Helga, no sabía que habías desarrollado tanto odio hacia mí. Está bien que ya no sientas amor, pero irte a ese extremo…me sorprende, en realidad.

-Estúpido… te informo que no solo no he dejado de quererte, sino que te extraño de una manera que no te puedo explicar. Y sí, también te odio, o tal vez odie tu estúpido aferramiento a esa tierra tan hostil. No sé que te costaba venirte con nosotras, hubiéramos sido muy felices aquí.

Esa revelación me dejó mudo por un momento: ¿Cómo entenderla, después de haber recibido esa solicitud de divorcio? Si todavía me quería, ¿habría alguna esperanza de enmendar los daños? Ella misma se encargó de aclarármelo.

-De todas maneras ya es demasiado tarde, Tomás. Mi decisión está tomada: sé que aunque me prometieras que las cosas van a cambiar, y que estás dispuesto a venirte para acá, en el fondo lo harías en contra de tu voluntad y a la larga nuestras vidas serían amargas. No sé con cuál intención viniste, pero no pienso cambiar de opinión. Quiero el divorcio, quiero recomponer mi vida sin tener un lastre a diez mil kilómetros de distancia. Y me disculpas la franqueza, pero en realidad es así, eres una especie de peso sobre mi vida que no me permite proseguir.

-Vine porque entré en pánico, porque esa última conversación telefónica me sacudió, porque… no quiero perderlas. Aunque sé que ya las perdí, por lo menos quiero tener la posibilidad de estar más cerca de Aurora, de que no me cortes el contacto con ella. Tú sabes que no soy una mala persona…

No pude seguir, pues la emoción me traicionó y me desmoroné, rompiendo en un llanto quedo. Helga también se notaba commovida, y de pronto me abrazó.

-Tomás, Tomás… todo ha podido ser de otra manera… Por supuesto que vas a poder tener contacto con la niña, ella es sobre todas las cosas tu hija. Pero eso va a depender de tí. No me siento segura mandándola allá, tendrás que ser tú quien venga.

Ya un poco más calmado, pude responder de alguna manera y después de pedir el baño para lavarme la cara salí a pasar todo el tiempo posible con mi hija. Ese día jugué como nunca lo había hecho antes con ella. Acompañados por el perro, corrimos por las colinas que rodeaban al lugar, que ella conocía como si fueran el patio de la casa. Me llevó de paseo por el pueblo, y me presentó a todo el mundo como su papá, cosa que me llenó de orgullo. Constaté que vivían en una pequeña comunidad sana y unida, que el ambiente era tranquilo, que no se veía ningún peligro. Y tuve que darle la razón a Helga: eso era lo mejor para ellas.Para mí, ya era otra historia.

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