Partamos de un hecho notorio y evidente. Venezuela hoy por hoy es un país pobre. En el día a día esto se refleja en una capacidad nula de ahorro, una gran proporción de los ingresos dedicada a la alimentación y tenencia de una vivienda precaria entre otras cosas para el venezolano medio. En términos de lo que el venezolano obtiene del Estado vía servicios públicos ya ni hablemos.
Sin entrar en detalles de porque esto es así, si pudo haber sido de otra manera, si nos los merecemos o no, etc lo que me atañe es la bien conocida impresión de que el venezolano es híperconsumista y la tesis de que esto es un mecanismo de diferenciación. Yo creo que nadie duda de que el venezolano tiene una propensión a consumir de todo y para todo mientras sus precarios ingresos se lo permitan. Si se acepta esto, es decir, si se acepta el hecho de que muchos venezolanos prefieren comprar el ultimo smartphone antes de pagar el colegio de sus niños la tesis del consumismo como forma de diferenciación transversal pudiera derivarse fácilmente.
La lucha de clases es también transversal
Es normal o explicable que los individuos de estatus económicamente inferior tengan una deferencia con los de clase superior y los de clase superior una alergia congénita hacia los más pobres. Sin embargo, esta deferencia de los pobres hacia los ricos puede transformarse, dados determinados contextos históricos, en odio entre clases o la mal llamada lucha de clases. Y digo mal llamada porque una lucha puede tener connotaciones deportivas, de lo que aquí se trata es la aniquilación de una clase, la más rica y de la imposición de la dictadura del proletariado.
La mayoría de lo que se ha escrito, sea literatura o tratados filosóficos, alrededor de la pobreza ha sido escrita desde arriba; es una literatura fundamentalmente burguesa. Algunas veces hasta con cursis ribetes románticos cuando no hay absolutamente nada positivo, rescatable o romántico en la pobreza. Como se escribe desde la lejanía de un estudio bien apertrechado con una amplia biblioteca, pipa y perro postrado al lado de la chimenea, se tiende a ver el fenómeno de la pobreza como algo homogéneo. “Los pobres”, “los desheredados”, “los miserables” no son necesariamente un grupo con una fuerte manifestación de algún esprit de corps. El punto es que la “solidaridad de clase” que tantos políticos y analistas suponen que la mayoría de los pobres se guardan siempre entre sí no es tal. Mientras más cerca se está del piso, del lumpen o de como se le quiera llamar, tanto más puede ser el rechazo y el incentivo para diferenciarse de esto ya que, en los estratos sociales más bajos el no ser menos equivale a no ser menos que los últimos, pues por debajo no queda, socialmente, más que el piso: “no ser nadie”, “ser un muerto de hambre”. A nadie le gusta ser pobre y que lo identifiquen como a uno. La solidaridad entre las clases bajas no es espontánea; exige trabajo educativo y adoctrinamiento.
Cabe resaltar que estos mecanismos serán más evidentes (y quizás solo aplicables) en sociedades estructuradas siguiendo el criterio de que “tanto tienes, tanto vales”. De nuevo creo que no hay duda que esto aplica muchísimo en Venezuela no solo como forma de posicionamiento social sino hasta en la manera como el venezolano se relaciona con sus instituciones. ¿Acaso alguien duda de que la administración de justicia en este país está perfectamente correlacionada con el dinero o no que se tenga? No se trataría solo entonces de tener un iPhone o no en el bolsillo sino también de evitar entrar en la cárcel o no (o de que metan a alguien preso también dado el caso).
Hay manifestaciones de esto por doquier. El experimento ya clásico de la Psicología Social llevado a cabo por A. N. Doob y A. E. Gross en 1968 en el que analizaban la reacción de unos conductores ante un anodino hecho cotidiano: la tardanza en arrancar del vehículo que se encontraba delante de ellos en un semáforo en rojo. Lo que constataron fue que la habitual respuesta de algunos de los conductores que se encontraban retenidos —tocar la corneta, comportamiento que se usó como indicador de agresividad—, sucedía de modo distinto si el coche que se demoraba en arrancar era de alta o de baja categoría. Si era de baja categoría, viejo o destartalado, los cornetazos empezaban al poco de cambiar a verde el semáforo, en tanto que si el coche era de alta categoría, los demás conductores demostraban su deferencia ante el estatus superior de su propietario no haciendo sonar sus cornetas o dejando pasar mucho más tiempo antes de ponerse a hacerlo. El experimento se ha repetido alterando las condiciones del mismo, estudiando por ejemplo cuán diferente era el comportamiento agresivo de los conductores retenidos en función de su propio estatus socioeconómico. Por lo general, los vehículos de estatus más bajo siempre suelen estimular reacciones más rápidas (y, por tanto, más agresivas) que los vehículos de estatus más alto.
Cualquiera que ha vivido en países desarrollados por un periodo substancial de tiempo puede dudar de que son sociedades consumistas. Pero hay que ver los matices: las prioridades están bien definidas, por ejemplo ningún padre dejaría de pagar el colegio de sus niños por comprarse tal o cual cosa. Además de que en general el consumismo no es una forma de diferenciación social. Al menos que se quiera un Ferrari cualquier persona, empleada o no muchas veces, puede acceder al 99% de los bienes y servicios que deslumbran a los venezolanos en los comerciales sean estos un smartphone, un televisor de última generación, una laptop o tableta, un fin de semana en un spa afuera de la ciudad o inclusive un carro. Si todo el mundo puede acceder a más o menos lo mismo el incentivo de diferenciación social desaparece.
En estos países surge una nueva clase a la cual, predeciblemente, se la admira y se la odia al mismo tiempo. Son las celebridades en donde entra tal cual una Madonna, como Ronaldo o Bill Gates además del old money que existe en todas partes. Sus fortunas se miden en cientos de millones por lo bajito. Para el resto quedan diferenciaciones más sutiles. En el Reino Unido por ejemplo es el acento con el que se habla Inglés lo cual se deriva del tipo de educación que se tuvo. Nunca serán bienes materiales.
El punto es que esas economías funcionan gracias al consumo y este último es consecuencia de una sobreproducción de bienes y servicios. Se tiene más de lo que se necesita. Así como en Venezuela se ve y se siente que es (o era más bien) un país petrolero bien sea por el precio de la gasolina, la cantidad de gente empleada en la industria, la penetración del automóvil en la población y un largo etc., de la misma manera en las sociedades donde el consumo es lo que mueve la economía se sentirá lo mismo: cientos de opciones desde cereales hasta televisores, crédito, marketing, necesidades básicas satisfechas más allá de lo necesario, innovación y basura y residuos a montones.
El consumismo desaforado del venezolano no sería entonces una característica intrínseca de él ni mucho menos una consecuencia de vivir en un país con una sobreproducción de bienes y servicios, sino el producto de vivir en una sociedad rígidamente jerarquizada por el “tanto tienes, tanto vales” y el hecho de que el poder adquisitivo de este país es bajo o muy bajo. De aquí se pudieran sacar predicciones interesantes: por ejemplo poco vale oír a un mesías todos los domingos diciéndole a los venezolanos que el consumismo es malo, que el ser rico es malo y otras sandeces. Si bien como pongo arriba la solidaridad entre los pobres no es espontanea, que hay que trabajarla, para acabar con el consumismo desbocado de una manera mucho más eficiente y duradera, paradójicamente bastaría incrementar el poder adquisitivo REAL entre los pobres y no “ayudarlos” a través de misiones de todos los colores. Ponerles dinero contante y sonante en la cartera, a través de trabajos productivos, y no billeticos de monopolio que se deprecian cada día. ¡Con controlar la inflación ya se avanzaría muchísimo!
La mejor manera de reducir el consumismo a la venezolana en el largo plazo es alejar a los pobres del piso de tierra social en que están y elevarlos a todos trasversalmente. Que el tener el ultimo iPhone sea una opción y no un elemento de diferenciación de clase. Cuando el flujo de dinero es constante y no se pasa del lomito a la chocozuela de un día para otro (como muchos enchufados experimentaran en los próximos dos años) las prioridades empiezan a verse con más claridad. Pero cuando no se tiene nada lo poco que entra tiende a usarse en algo que de satisfacción inmediata y esta satisfacción muchas veces pasa por diferenciarse de alguna manera, así sea patética ya que la peladera de bolas es la misma, del entorno en donde se está. Cabe decir que no ha habido ninguna política de la V República que haya apuntado a este fenómeno de una manera efectiva si bien nos hemos cansado de oír, por parte de los jerarcas de la Quinta, de los males del consumismo y la alineación que éste produce.
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