De los argumentos esgrimidos para rechazar las protestas estudiantiles que desde hace dos semanas se están dando, principalmente en los estados andinos del país, es esa de “no hacerle el juego al gobierno”. Parece mentira que luego de casi quince años todavía haya opositores que sufren ya no digamos del síndrome de Estocolmo, sino de un verdadero síndrome de transferencia de culpas. Se sigue creyendo que son las víctimas las culpables de cuánto les ocurre.
Hablamos claro: el gobierno ha hecho lo que ha querido y lo hubiese hecho independientemente de la actitud opositora. El apropiamiento de PDVSA, las expropiaciones, las leyes que han minado nuestros derechos civiles, la represión, los abusos y la instauración paulatina de una economía socialista ocurrieron porque eran parte del plan del gobierno, no porque los opositores con su actitud le hayan facilitado las cosas a nadie. Es cierto, claro, que la infinidad de las torpezas opositoras sin duda hicieron más fáciles muchas cosas, pero ten la certeza de que sin el paro de 2002, sin el 11 de Abril, sin el retiro de los parlamentarios de la A.N. en 2005, sin la abstención, sin los histéricos que se expresan con racismo y sin una lista de tan vergonzosos dirigentes políticos la historia no sería muy diferente. Creer que el gobierno es radical porque la oposición así lo provocó es una ceguera política demasiado grande. No muy distinta a aquello de acusar a la mujer de falda corta de instigar a su violador, o al hombre de reloj caro de provocar a su asaltante.
Ahora bien, dicho eso, y aclarando que en ningún caso estoy transfiriendo las responsabilidades de los hechos a sus víctimas, yo SÍ creo que hay que ser inteligentes y no facilitarle las cosas al gobierno. Es cierto que ellos nos van a estigmatizar, sin importar cuál sea nuestro comportamiento; es cierto que la oposición siempre será golpista-apátrida-fascista, sin importar si está dirigida por el fanfarrón de Pablo Medina o por el santurrón Capriles Radonsky. Todo eso es verdad, pero también lo es que hay que dejar de meterse autogoles y que debe trazarse una estrategia con la cabeza fría.
Hablemos de las calles: si algo quedó claro ayer con esa insólita y despreciable arremetida de los “colectivos” oficialistas, es que la represión de las protestas no se dará por vía tradicional, con la G.N. o la Policía, sino que serán estos grupos paramilitares y parapoliciales quienes harán el trabajo sucio. Como si se tratara del ejército privado de unos narcotraficantes, el gobierno dispone de civiles armados que se encargan de limpiar las protestas. Esto se viene anunciando desde hace varios años, cuando los “Círculos Bolivarianos” se encargaban de arremeter contra periodistas y opositores en las marchas de mediados de la década pasada. Ahora, los colectivos ya no son algunos radicales que golpean personas, como lo eran en aquellos momentos; sino verdaderos ejércitos que, en muchas localidades, fungen incluso como autoridades de facto a las que las propias autoridades legalmente establecidas les tienen miedo.
El gran problema del chavismo no es la forma en que han administrado al Estado; ese es un problema. Pero lo realmente preocupante es como han creado un Para-Estado, tanto a nivel administrativo, al haber constituido toda clase de instituciones fantasmas ajenas a cualquier legalidad y contraloría; como también a nivel policial y militar, donde han creado y siguen creando cuerpos armados al margen de toda ley, es decir, de todo control.
¿Cómo se les enfrenta desarmados? ¿Cómo creer que frente a ellos lo único que hace falta es coraje y arrojo?
Yo marché mil veces cuando era chamo, lo he hecho en todas las campañas e incluso acompañé a los autoconvocados a finales del año pasado. Comencé a escribir para panfletonegro con regularidad luego del cierre de RCTV, cuando yo era un estudiante con inquietudes que acompañaba al movimiento estudiantil e iba a sus protestas y marchas. Si en aquel entonces aprendí pronto que la emoción de unos cuantos universitarios no le hacía el menor daño a un Estado superpoderoso apoyado por la mayoría de los venezolanos, hoy, cuando el Para-Estado es el encargado de reprimir las manifestaciones callejeras, me queda mucho más claro que enfrentar balas con cauchos quemados, así sin nada más que lo sustente, no sólo no dará resultados, sino que juega contra nosotros.
Escribí “apoyado por la mayoría de los venezolanos”, porque, te guste o no (y que quede claro que a mí no me gusta) la verdad es que es así. Ese otro país llamado «chavismo» existe. ¿Qué no te gusta? A mí tampoco, pero es la realidad. Creer que al gobierno lo vamos a tumbar nosotros y que del otro lado no habrá una reacción es tonto. A esas personas no se les puede borrar o invisibilizar. Ellos existen, están ahí y este país también les pertenece. Y si crees que se puede pasar por encima de ellos, te equivocas. Esa actitud sólo provocará que se radicalicen más, que se agrupen más, que se atrincheren más y que no estén dispuesto a cambiar de opinión ni a escuchar nada de lo que tengamos que decirles.
¿Alguna vez te has preguntado cómo es posible que exista escasez, desempleo, pobreza y una delincuencia desatada y aún así haya gente que apoye al gobierno? ¿Has escuchado la consigna “con hambre y desempleo con Chávez me resteo”? Bueno, si no entiendes ese nivel de indignidad, tal vez debas pensar que negar la existencia de esa otra mitad del país sólo puede llevar a que esas actitudes se extiendan más y más. Y eso es una torpeza absoluta porque, independientemente de lo que podamos pensar sobre la pasada elección de abril de 2013, lo cierto es que casi 800.000 personas que en su momento votaron por Chávez no lo hicieron por Maduro y muchos prefirieron hacerlo por Radonsky. Si niegas la existencia de esa otra mitad del país y crees que se le puede pasar por encima, esa cifra disminuirá y lquienes apoyan al gobierno sólo nos verán como enemigos.
Si esto te parece antipático, pues lo lamento; pero tal vez quieras recordar esto, aunque tampoco te guste: al chavismo no sólo lo llevó al poder “un pueblo ignorante”, como repiten algunos “intelectuales” (nunca unas comillas estuvieron mejor colocadas) en sus artículos de opinión y lamentos cotidianos. El chavismo también fue creación de los notables, de la clase media, de los medios de comunicación y de una inmensa mayoría de la sociedad venezolana a la que no le importó montarse en el tren del 4 de febrero y encabezar un proceso de desinstitucionalización del país, cuyas terribles consecuencias estamos sufriendo todavía. No fue el “pueblo ignorante que escucha reggaetón” el culpable de que Rafael Caldera saliera a dar aquel espantoso discurso el 4F justificando el golpe, ni fueron ellos los que crearon la imagen del chavismo y hasta le sembraron las bases jurídicas y políticas del mismo. Incluso, tampoco fueron ellos, quienes participaron de sus primeros abusos y ejecutorias. O qué, ¿se te olvidó quién es Ismael García? ¿Ya olvidaste que muchos de los dirigentes políticos de la oposición estaban, hasta hace menos de cuatro años, del lado de todo este mierdero? ¿Crees que se puede apoyar la destrucción del sistema democrático y luego, cuando este está destruido, creer que #LaSalida es sólo unas protestas callejeras de “gente con bolas”?
El chavismo es un problema político y su salida es política. No es algo que a mí me guste, a mí no me gustó cuando todos se embobaron con la figura de los golpistas del 92, nunca me ha gustado la izquierda, nunca me ha gustado el socialismo, nunca sentí la menor simpatía por estas ideas terribles y fracasadas que se impusieron en Venezuela y nos han ido destruyendo como país. Pero hubo muchos que sí lo estuvieron, la gran mayoría, de hecho, y que ahora apuestan por un inmediatismo torpe y ligero, con la malcriadez del niño que nunca admite sus propios errores. Esos que sólo andan fanfarroneado sobre la salida a la calle, la falta de bolas, y “este pueblo de mierda que no reacciona”.
Ya que estamos, si deseas saber cómo llegamos a aquí te recomendaría leer La Rebelión de los Náufragos, el excepcional libro de Mirtha Rivero que, con algún pequeño detalle (creo que la autora llega a ser, por momentos, muy blanda con la figura de Carlos Andrés Pérez), resulta demoledor al escribir la historia de aquellos días en los que intelectuales, empresarios, políticos de toda clase y la sociedad en general participaron de este descabezamiento del sistema democrático, cuyo origen es político y cuya solución también lo es.
Y, finalmente, cuando hablo de mayoría no sólo hablo de los chavistas, hablo, también, de la mayoría opositora, que aunque pueda acompañarte en el sentimiento, realmente le importa muy poco tu sacrificio. Franklín Britto, Maritza Ron, Keyla Guerra, Priscila Salas, Josefina Inciarte, Jaime Giraut, Omar Fernández, Antonio Valero… Con excepción de Britto y su huelga de hambre, ¿alguien recuerda a las otras personas? Estoy citando de memoria, sólo los nombres que recuerdo de los muchos muertos en manifestaciones civiles durante los quince años de chavismo. Todos ellos murieron “valientemente” por protestar contra el gobierno, y junto a ellos muchos otros. ¿Eso ha cambiado algo? ¿Se ha despertado una indignación nacional que los acompañe? Si no pasó antes, ahora menos que no hay televisoras y que los medios optaron por una vergonzosa autocensura.
Sonará horrible, pero algunas cosas hay que decirlas sin anestesia: los venezolanos no se impactarán por una o dos muertes producto de la represión policial. Más bien hoy, el presidente se encadenará, dirá que los muertos son culpa de la oposición, se victimizará, etc. Y en unos días, todo será olvidado. Los únicos que recordarán siempre a ese estudiante muerto hoy serán sus familiares, mientras que el “miembro del colectivo” también muerto hoy, será exaltado a la condición de héroe y servirá para seguir justificando peores actos de represión.
Ahora bien, ¿escribo estas notas para pedir que dejemos de protestar y esperemos mágicamente que algo pase? Para nada. Al contrario: creo que hay que involucrarse en una salida política, creo que hay que ir a la calle a protestar cuando haya que hacerlo, pero sin torpezas y sin bravuconadas. No estamos en este peo (sólo) por ser un pueblo de cobardes, y para salir de él hacen falta más que bolas.