El descontento popular crece y es una realidad. Los malestares de la crisis deterioran a paso acelerado la calidad de vida del venezolano. El principal culpable es la incongruencia de un proyecto político fracasado que ha demostrado con creces incapacidad para resolver los principales problemas del país. El gobierno regodeado en su cinismo pretende emborrachar al país para que no reaccione, para que no sienta descontento, para que se acostumbre a vivir en el socialismo de la precariedad, la escasez, la inflación, la inseguridad, la impunidad y la corrupción.
Maduro anuncia que tenemos un estallido en puertas. Un golpe de Estado en proceso. En tiempos descalabrados es natural que la paciencia de un pueblo decida estallar ante el cinismo irresponsable de los poderosos. Las salidas violentas pueden ser pantanosas, carentes de garantías. No puede pretenderse librar una contienda desigual donde la sociedad civil organizada (clases medias mayoritariamente) con la juventud a la vanguardia, traten de subvertir con “coraje y bolas” el –estatus quo– de un Estado armado, con poder económico, militarista, promotor de colectivos violentos, profundamente corrupto y antidemocrático.
Los muertos y heridos sacrificados dan prueba de ello. No podemos ser carne de cañón… ¿A qué le teme Maduro? Una situación de golpismo no se concreta con el simple arrojo de las clases medias y los estudiantes a la calle. Un Estado de “excepción” toma verdadera fuerza de concreción cuando la legitimidad es cuestionada por un vuelco masivo de las clases más humildes (quienes son mayoría) con apoyo de sectores descontentos de las fuerzas armadas. Esto no puede entregarnos a la pasividad, la resignación, al abandono. La protesta debe continuar, sólo necesitamos dirigirla con una mejor lectura política de la crisis.
El país necesita de sinceramiento político. Necesita que sus liderazgos asuman posturas firmes y se despojen de la inercia, que desistan de esta discreción confusa que incita a pensar en agendas políticas ocultas disfrazadas de diálogo. Llego el momento de las acciones. Llego el momento de que muchos políticos de la MUD palpen con valentía el descontento en la calle. Los liderazgos deben orientar, deben activar una política que les permita pensarse como alternativa, para luego concretarse como proyecto de país. Ese mensaje debe tener como receptor a ese pueblo humilde que más sufre la crisis. Que no termina de sentirse representado por una propuesta distinta. Que se siente inseguro (con sobradas razones) de que pueda existir un mejor porvenir del que tienen ahora. La acción política debe desenmarañar la esencia ideológica de un discurso clientelar desgastado, que ha sido sembrado por 15 años en la conciencia de nuestro pueblo.
El daño social, moral, económico e institucional que sufre el país no tiene precedentes. Cualquier decisión puede desembocar en un escenario violento. El diálogo no es posible, porque el socialismo con su sordera lo ha agotado. Los sectores políticos de la MUD que apuestan por una salida democrática y electoral pecan de indulgencia al creer que con el gobierno pueden existir garantías institucionales. La institucionalidad está en ruinas, la autonomía es sólo un recuerdo. La democracia una fachada convertida en plebiscito.
Maduro se muestra débil, inseguro, y carece de legitimidad dentro del oficialismo. Diosdado lo sabe y es el único que trata de capitalizarlo. El Estado es un gigante a punto del desplome. La volatilidad en los acontecimientos puede producir un intercambio dentro los liderazgos de la MUD. Capriles pierde a paso acelerado credibilidad popular, consecuencia de su confusa discrecionalidad frente a la crisis. Falcón analiza con prudencia la situación, mientras observa la caída de Capriles. Leopoldo a quien el gobierno acusa de haber prendido la “mecha de la anarquía”, acrecienta su liderazgo, sobre todo, en aquellos sectores de la oposición que se sienten defraudados por la aptitud conciliadora de sus líderes. Situación que puede ser posible, sólo en un escenario de golpe de Estado.
Los caminos están entrampados. Todos parecen implicar un costo muy alto. O Detenemos la crisis a tiempo para tratar de evitar que toque fondo realmente. O pretendamos que el pueblo venezolano continué tolerando una situación que de forma inevitable irá agravándose en los próximos cinco años. Una pasividad confiada también resulta riesgosa porque puede estar costándonos (sin saberlo) la democracia y el futuro…