Escribo estas líneas con un dolor profundo. Real. Siento que he perdido varios hermanos a lo largo de estos últimos días. A amigos, primos, compañeros…
Por todos lados espero oír sus nombres, las denuncias, las investigaciones, las disculpas con sus familiares, con nosotros… Pero no veo nada. Veo un Metrobús apedreado. Veo camionetas incendiadas. Veo lamentos por objetos, por materiales. Veo burlas, amenazas. Y al final, no sigo sin ver nada. Los sigo viendo a ustedes.
Veo sus miradas, sus fotos que ya son historia, y pienso en mi cotidianidad. En lo que escribo aquí, en este momento. Pienso en el vaso de agua que tomé hace diez minutos. En las noticias que leí esta mañana, en el tuit que mandé anoche, en mil cosas que se me vienen a la mente en este momento. Y son mil cosas que ustedes ya no pueden hacer. No saben cómo. Ya no recuerdan cómo.
Que diferente sería todo si nos trataramos a nosotros mismos y a los otros con respeto. Probablemente no estarían leyendo esto, o pensándolo mejor, sí lo estarían. Seguirían acompañándonos en la lucha, la lucha contra la violencia. La lucha del estudio, del trabajo, de la comprensión por los demás, del respeto. Intento ver hacia esa Venezuela por la que ustedes cayeron pero el ruido de los perdigones, el silencio nefasto de los medios, el olor de las bombas y las lágrimas que no se si derivan de eso o de ustedes poco a poco van erosionando esa piedra de esperanza que he guardado con mucho tesoro.
Dicen que el tiempo cura todo. Me toca aferrarme a eso porque nada hará que pueda verlos y hablar con ustedes, más allá de mis pensamientos. Yo no quería que les pasara esto, a nadie le deseo esto. Al final veo mi rostro en sus rostros, escucho mi voz en sus voces, mis ojos ven lo que ustedes ven. A todos nos han matado.
Quisiera poder ser más rotundo, más elocuente, más dañino en lo interno de aquellos que han visto con normalidad el hecho de que otra persona te quite la vida ejerciendo tus derechos… Pero no me dan las fuerzas. No soy nadie. Estoy solo, aislado, ignorado. Es la realidad de la sociedad de la muerte, a la que solo pertenecemos los vivos.
Y por aquellos vivos que cerraron sus ojos…
Me disculpo Bassil.
Discúlpame Robert.
Discúlpame José.
Discúlpame Génesis.
Sus nombres nunca serán olvidados.
No estás solo JoGa. Comparto tu pensar y tu sentir.
Freud escribió: «Todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones inmerecidas». Ojalá nunca se olviden sus nombres…