Estoy triste.
Mamá también lo está.
Ella me dio las directrices de la vida. Podría decir que gran parte de mis elecciones han sido por la educación que me dio. Mamá nos crió sola con una fuerza trabajadora arrolladora y en el salón había un cuadro con el rostro del Che que lo citaba en italiano: «Hay que ser duros sin perder la ternura».
Mamá, desde Caracas (la ciudad más peligrosa del mundo) me escribe triste con su sensibilidad habitual «pasé por la barrera de guardias que están protegiendo la embajada cubana, era la hora del almuerzo, y creéme son unos niños ellos también. El fusil es más grande que ellos y había unos diez repartiéndose dos laticas de refresco (¡para diez!) y una miserable comidita que sacaban de una bolsita pequeñísima, parados, comiendo a pedacitos, ¡tremenda revolución podrán hacer! ¡ellos también son víctimas, ellos también están desprotegidos en este infierno!».
Mamá no es una vieja cafetalera que soñó con Miami. Es una mujer independiente que pateó las calles caraqueñas como divorciada de izquierdas y dos niños que alimentar, soñando un mundo mejor y en lo posible, intentando construirlo, con todos sus errores y aciertos, claro está.
Mamá nunca me dijo por quién votó en el ’98, y no me importaría si, como sus padres, haya votado por Chávez.
Su sensibilidad sigue afectándome porque sus palabras no son desde la superioridad sino desde el mismo nivel de esos niños que asesinan niños, de todos esos muchachos violentos en las calles, con uniforme de policía, de militar o de estudiante.
Me siento cerca, muy cerca a la Venezuela que mamá querría y duele, duele mucho ver todo esto, leer noticias de asesinatos, escuchar prejuicios de parte y parte, no ver cambios en el discurso de muchos, como si casi quince años no hayan sido suficientes para aprender.
Me duele mamá, me duele mi familia desarmada y eterna emigrante forzada, me duele el país al que me habría gustado pertenecer plenamente (con todo lo que eso conlleva).
Giulio Vita
@elreytuqueque
#YoEstoyHarto