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La furiosa paz (Chávez presente)

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Hugo Chávez sigue aquí. Y el fenómeno no se lo debemos a la maquinaria política que ha puesto su mirada acusadora en vallas y franelas, o al local en Altamira que le rinde tributo, o a su imagen en la cadena de mando de cualquier dependencia pública. Morbos todos cuestionables.

Su presencia late en el torpe devenir de sus herederos. El Comandante siempre dividió y nunca delegó. Plagó de epítetos a sus contrarios –freír cabezas; escuálidos; pitiyankees; apátridas; malditos; majunches- de los que como borregos, nos hicimos eco.

De su ególatra inteligencia surgió la idea de empaparse de todos los descontentos de 1958 en adelante para fundar y propagar La Escuela del Odio.

El periodista Malcolm Gladwell expuso la famosa teoría que dice que para ser bueno en algo hay que practicarlo por más de diez mil horas. Verbigracia el odio, los apodos –fascista, caprichito, burguesito, etc- y la minimización del contrario como únicos afanes exitosos de su corta presidencia.

Quienes presenciamos la Conferencia Nacional de Paz presidida por el delfín, con el fascismo a su derecha y el convenienciero a la izquierda, no vimos más que un precario intento de conciliación sin base alguna.

Las intervenciones de Jorge Roig y Lorenzo Mendoza estuvieron a la altura de las circunstancias. Vladimir Villegas fue el único en atreverse a asomar el grave asunto de las represiones y se declaró “firmante y doliente de la Constitución”.

Contrarias las intervenciones de Aristóbulo Istúriz quien alabó la paciencia de las autoridades y retó a imaginarse qué pasaría si de verdad arremetieran; Luisa Ortega Díaz, quien en teoría es garante de la seguridad de todos los venezolanos, alzó como únicas víctimas a los organismos de seguridad del Estado y al motorizado degollado en Petare y, Diosdado Cabello, cuyas ofrendas de paz sonaban más a regaño y a perdona vidas que cualquier otra cosa.

Protocolarmente necesario y lamentable en la práctica, el cierre estuvo a cargo de Nicolás, quien con una arenga hasta bipolar y sin ilación argumentativa, concluyó que a raíz de los sucesos del 12 de febrero, el Plan Patria Segura se puso en stand by, y que por favor, por favor, por favor, cesen las guarimbas.

El resultado toma forma, extremidades y voz y grita el legado del Comandante Eterno: Por más que se llenen la boca hablando e invitando a la paz, La Escuela del Odio no les permite divisarla y, menos aún, ponerla en práctica.

A falta de línea de cierre, cito parte de la última línea Patrick Bateman: ningún nuevo conocimiento puede extraerse de esta narración

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