Cuando intentamos entender las raíces de nuestros problemas sociales y empezamos a desempolvar viejos libros de historia de Venezuela. Nos encontramos constantemente con la figura recurrente de los “gobernantes mediocres”, problema que ha estado presente en nuestro país desde aquella lejana época cuando aún éramos una pobre colonia española. De lo mucho que heredamos de la madre patria, destacan la ineficacia y falta de visión progresista, entre lo peor que nos han podido dejar.
En aquella época colonial, los descendientes de los conquistadores no revelaban ningún espíritu de iniciativa en cuanto a progreso material. Y hablo solo de progreso material porque en procesos de colonización el progreso social para los colonizados es inexistente en primera instancia, por razones obvias.
Si nos fijamos en la Caracas del período que abarca desde el año 1.700 hasta 1.800, encontramos que en la vida pública, los gobernantes se contentaban casi siempre con ocupar sin brillo o iniciativa alguna lo que se conocía como, oficios de república (burocracia). Raras fueron las excepciones. Y siguen siendo raras 300 años después en una Venezuela actualmente afectada por esquemas burocráticos y poco eficientes.
La oscura vida que llevaban las colonias entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII tiene una explicación histórica, y es que el comienzo de estas coincidía con la decadencia de la metrópoli española. Desde la muerte de Felipe II (1598) hasta el advenimiento de Carlos III (1759), España, y en consecuencia sus colonias, fueron víctimas de una larga y miserable agonía bajo la dominación de monarcas indolentes, idiotas o insensatos. También el Santo Oficio de la Inquisición suprimía ferozmente el espíritu filosófico. Esto obligó a los mejores ingenios a refugiarse en el misticismo, condenando a España a una inferioridad científica que duraría muchas generaciones.
Por estos motivos, para los colonos venezolanos, no era la España imperial el mejor ejemplo en el arte de gobernar bien ni de explotar de manera racional las riquezas naturales de los territorios conquistados. En este sentido, España le dio a América lo que pudo darle: Leyes que resultaron ineficaces, gobernantes corruptos y burócratas. Bajo este pobre destino fue Venezuela más infeliz que otras colonias como México y Perú, las cuales tuvieron en ocasiones mejor fortuna bajo la dirección de algunos Virreyes eminentes.
En Venezuela, apenas hubo gobernadores que se distinguiesen en la turba de funcionarios indolentes o incapaces. Impresiona ver que hoy en día, 3 siglos después, este legado de nuestros conquistadores permanece intacto en las esferas del poder venezolano, es paradójico observar a estos altos funcionarios en los días festivos cargar rabiosamente contra aquellos conquistadores, sus verdaderos e innegables padres políticos.
Cesar F. Rivas. A.
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