«Al pueblo venezolano lo que le sobra es bolas». «¿Acaso no tienes bolas que te quedas en tu casa sin marchar?». «¿Crees que tienes más bolas que yo y no guarimbeas?». «Yo sí tengo las bolas bien puestas para defender a mi país». «¿Guardia Nacional Bolivariana? Deberían llamarla Guardia Nacional SinBolivariana».
¿Cuántas veces has escuchado las frases anteriores (o similares) en los últimos días a la luz de todos los conflictos que vive el país? Muy bien, probablemente la última frase no la hayas escuchado jamás, porque es un juego de palabras pésimo para ajustar la crítica habitual a la GNB al mismo imaginario testicular, si así se le pudiera llamar. Por lo general, habrás escuchado cosas como «Maldito militar maricón» o «Estos militares no tienen pantalones». Pero ya que el imaginario testicular está profundamente ligado al machismo, la misoginia, la homofobia y el falocentrismo, has de imaginar que hablar de «maricón», es similar a indicar que «no usas las bolas para lo que fueron diseñadas» y hablar de «no tener pantalones» es similar a decir «tienes falda», y como Venezuela no es Escocia, no hay aquí afectos a la idea de exponer el gran testiculario del que nos proveyó la divinidad a través del uso de faldas. Por ende, todo se reduce, de nuevo, al «tener bolas». Pero, ¿te has preguntado alguna vez de dónde viene ese imaginario testicular? O más importante aún, ¿te has preguntado cuáles son las consecuencias del mismo? En este artículo se intentarán responder esas preguntas.
¡Qué bolas tienes tú!
Una expresión como la anterior es la que podría salir de muchos de los lectores, como forma velada de decirme: «Tú si eres valiente para decir tamañas estupideces. ¿Acaso crees que cada vez que un venezolano dice que tal o cual tiene bolas y tal o cual no, lo hace como un sino sexual? Es una simple expresión folclórica». Así que, para adelantarme a esta posible crítica, hago la debida aclaración. Efectivamente estos términos no se utilizan como un sino sexual, pero provienen de un sino sexual. Provienen de la arcaica idea de que todo lo femenino es sinónimo de debilidad y cobardía. Y es el mismo sino sexual que convierte a lo masculino en sinónimo de fortaleza y valentía.
Al volver las consignas de luchas asuntos generativos, asuntos testiculares, aunque no se usen como sino sexual, generan una reacción visceral que lleva a los sujetos a actuar como dictan estos estereotipos largamente manejados, como dicta el imaginario criollo del ser un hombre. Porque para ello el género es una construcción social, y desde muy pequeños se nos involucra en este lenguaje para que lo acatemos y repitamos las conductas que de nosotros se esperan. Este tipo de aprendizaje es realmente difícil de evadirse, y esa es la razón, por ejemplo, de que tantos adolescentes y adultos homosexuales sientan pánico de salir del clóset, de romper ese pacto implícito en el aprendizaje generativo.
¿Qué nos puede decir el control de esfínteres de todo esto?
No. No tiene nada que ver con el hecho de que los hombres hacen pipí a través de un falo y controlan esas ganas apretando algunos músculos de ese falo. Tiene que ver con un supuesto experimento realizado por un supuesto científico llamado Richard Damon, de la Universidad de Washington. Y digo supuesto, pues la única referencia que es posible obtener de esto en Internet viene de Ojos de fuego, una novela de Stephen King. Pero para fines de lo que aquí se intentará, da igual si el experimento fue real o solo existe en la obra de King.
El experimento consistió en lo siguiente: 50 estudiantes participaron y se les dio todo tipo de bebidas hasta que hubiera certeza de que todos necesitaban orinar. Llegado ese momento a cada uno se le permitió orinar, en una cabina completamente privada, pero únicamente si lo hacían encima de sus propios pantalones. A pesar de que los sujetos entendían que las condiciones del experimento eliminaban de momento las reglas aprendidas sobre el control de esfínteres, 44 de ellos (el 88%) no lo logró hacer.
Así de fuerte es el aprendizaje social que conlleva el control de esfínteres, que ni siquiera a voluntad puedes romper el pacto de «no ensuciarme mis pantalones para no molestar a papi y a mami». Pero probablemente, ahora que he delatado que no estoy seguro de si se trató de un experimento real o no, tú puedes estar pensando que esto no tiene sentido, que el aprendizaje social no es así de poderoso. Si estás así de convencido, te invito a que hagas el experimento en la intimidad de tu propia casa. Cuando estés solo, ponte unos pantalones viejos y trata de orinarte encima. Muy probablemente eres uno de los 88 de cada 100 que no logra hacerlo. Pero eso nos lleva a la misma pregunta de nuevo. ¿Qué nos puede decir el control de esfínteres de todo esto?
El pacto generativo puede llegar a ser incluso más fuerte que el pacto del control de esfínteres, porque después de los 3 años es poco probable que alguien insista en la importancia de que no te orines, mientras que sobre los roles que se esperan de ti por tu género, escucharás hablar durante toda tu vida. Y cada una de estas exigencias funciona como un activador, como un disparador. Por ejemplo, al salir del supermercado con tu esposa, llevando 4 bolsas de comida, puedes pensar automáticamente (por más liberado que estés de tus prejuicios generativos): «Soy el hombre y por ende debería cargar con la mayor cantidad de peso». De modo que tu esposa se queda con las 2 bolsas más livianas, cuando no es que no carga ninguna.
Nuestro día a día tiene cientos o miles de disparadores del aprendizaje generativo, y algunos de esos disparadores son más fuertes que otros. Muchos de esos disparadores son los principales responsables de la disfunción eréctil, de la anorgasmia femenina y otras afectaciones de salud sexual. No es objetivo de este artículo explicar cómo una cosa está relacionada con la otra, pero la ciencia (no la de la obra de King, sino la real) ha acumulado suficientes evidencias al respecto. Muchos de estos disparadores son también los principales responsables de discusiones callejeras, peleas de bares, violencia doméstica y mucho más, aunque eso es algo que salta más a la vista del ojo común.
Sin embargo, no quiero decir con esto que todos los disparadores nos llevan a conductas nocivas, pues abrirle la puerta del carro a una mujer como un simple gesto, puede resultar agradable para ambos. Esto, claro, si se está liberado del prejuicio de que se hace porque la mujer es débil o no tiene derecho a abrirse sus propios caminos, que fue lo que originó el gesto. Pero de lo que se habla aquí es de los efectos nocivos del aprendizaje generativo. La guerra, por ejemplo, es uno de los más grandes efectos nocivos de este aprendizaje.
La guerra testicular
La guerra nace del llamado a «ser verdaderos hombres», a «defender virilmente a la nación», a «tomar por los huevos al enemigo y castrarle», a «joder (coger, follar) al enemigo», a «mostrar de qué están hechos los hombres», a… supongo que se entiende la idea. De modo que cuando algunas de estas frases se pronuncian, aunque no se hagan literalmente desde un sino sexual, funcionan como un poderosísimo disparador, al que muy pocos pueden obviar.
Si trasladáramos el experimento del control de esfínteres al aprendizaje generativo, creo que podríamos obtener resultados muy parecidos. Tomamos a 50 hombres con una posición definida dentro de una situación bélica vigente y los atragantamos de imágenes donde sus enemigos en esa contienda abusan y matan de sus aliados. Todo esto mientras se escuchan mensajes de llamado a la lucha, pronunciados desde el imaginario testicular. Cuando nos hayamos asegurado de que están bien cabreados y que desean pelear, les colocamos en una cabina privada frente a un ejemplar de su enemigo en la contienda, y les decimos que pueden descargar toda su furia, siempre que no usen ninguna forma de agresividad. Podría apostar a que cuando menos 44 de esos hombres atacan de forma agresiva, física o verbalmente, a sus contrincantes.
Aquí la única diferencia con el experimento en control de esfínteres, es que en este la conducta tabú está relacionada con liberar algo que se supone debería estar reprimido, y en la del aprendizaje generativo se trata de reprimir algo que se supone debería estar liberado. Del resto, existe una paridad casi absoluta de los elementos. Claro que esta es una situación hipotética y no puede ser probada, porque no es un experimento que cumpla con los estándares éticos de la ciencia. Pero calculo que se puede entender el ejemplo y la conclusión principal: aunque las frases no son dichas con un sino sexual, vienen de allí, y ese aprendizaje está tan incrustado que es muy difícil saltárselo. Es tan poderoso, que incluso las mujeres caen en él.
La mujer testicular:
En medio de la formación de una guarimba el hombre está allí para mostrar su fuerza y no para mostrar sus ideas. Y la mujer está allí para mostrar que puede igualarse a un hombre, no para declarar que desde siempre ha sido su igual. De modo que se arman barricadas cada vez más grandes como falos simbólicos que digan «mira mi poderío viril; no oses meterte conmigo». De modo que se usan armas cada vez más poderosas (de parte de los organismos represores) para decir «mira mi poderío viril; sí oso meterme contigo, y ahora qué harás». Y como el lenguaje simbólico continúa, la batalla de la testosterona se intensifica cada vez más.
Delatar el simbolismo sexista detrás de todas las guerras no implica hacer un juicio de valor sobre su importancia social o su falta de importancia. Así que por favor, no traten de decirme que este artículo es la muestra de que no creo en la importancia de sus luchas. Efectivamente no creo en los medios utilizados, que es de lo que estoy hablando. El tema de los móviles tras estas acciones en uno muy distinto. Si es importante o relevante, eso no lo prueba la magnitud de la exposición fálica, del poderío testicular. Eso lo dirán las ideas que sustentan la batalla. Ideas muy buenas pueden manejarse con estrategias erróneas, y lo mismo a la inversa. Lamentablemente, en medio de una contienda de machos alfa, pocas veces se ven las ideas por sobre el falo. Es por ello que ignorar la omnipresencia de este simbolismo es parte del problema.
Las guerras son un invento del hombre y hasta hace no mucho las mujeres no participaban. Ahora tenemos mujeres en la policía, en los ejércitos, pero para poderlas calzar en tal escenario se las ha hombreado, masculinizado, testicularizado. Una mujer militar (en los países donde estos son bien vistos) tiene más bolas que un hombre que no sea militar y el tamaño de sus bolas será mayor mientras más acciones de guerra encarnizada emprenda, no así mientras más acciones estratégicas de pacificación a través del diálogo (que también es una función de los ejércitos) lleve a cabo.
Del imaginario ovárico:
Si vamos a jugar a hablar desde el estereotipo, yo preferiría promover una protesta con muchos ovarios, con bastante progesterona, muy pero muy vaginosa, femenina y afeminada. Porque uno de los rasgos principales del estereotipo femenino es la capacidad de diálogo. Según Simon Baron-Cohen, el cerebro de la mujer es de tipo empático, mientras que el del hombre es sistemático. Esto entendiendo que la sistematización es la comprensión de sistemas mecánicos y lógicos, mientras que la empatía es la comprensión de sistemas humanos. Así como un reloj funciona de acuerdo a algún sistema, los humanos también funcionamos como sistemas. Y ya que las disputas que actualmente vive nuestro país están protagonizadas por humanos, pareciera que un poco de empatía caería de perlas y que la sistematización, para saber cómo construir mejores barricadas, y cuál es la altura correcta para tensar guayas en las calles, sobra.
Si alguien se atreve a decirme que una guerra con mucha testosterona de lado y lado, con mucho falo, mucho gocho arrecho, mucha muerte, es mejor que una mesa de diálogo realmente empático de lado y lado, con muchos ovarios, muchos acuerdos y progesterona, tendré que creer que el aprendizaje generativo ha acabado con su capacidad de juicio crítico, como con aquel que no se orinaría en los pantalones ni a cambio de un millón de dólares.
Y como calculo que muy probablemente saltarán los que digan que evidentemente es mejor el diálogo, pero que en la actualidad no es razonable esperarlo, aprovecho y les dejo una pregunta a todos estos sujetos que así piensan: ¿Será que en estos momentos el diálogo no es razonable porque tenemos demasiados años imponiéndonos al otro desde el falo?
La impotencia del falo bélico:
Toda guerra termina en un acuerdo de paz, en negociaciones, en diálogo, en un pacto de no agresión. Esto sería igual a decir que todo testículo, tras agotar su carga de testosterona, tras acabarle en la cara a todo el que se le cruce, acaba vacío, blando, guango, impotente, inútil. Toda la maquinaria de guerra, todos los muertos, todas las armas, acaban reducidas a una progesteronosa conversación en la que ambas partes tratan de poner su mejor sonrisa. ¿Seguimos hablando desde los estereotipos, no? Pues, la cosa es que hasta el más fálico y totémico de todos los falos bélicos, acaba convertido en un puñado de ovarios, donde los antes hombres de guerra, tienen que renunciar a todo su aprendizaje generativo y deponer las armas, para instalar un diálogo, que sabemos que es propiedad del aprendizaje generativo del sexo contrario.
Luego vienen las medallas y los libros de historia escolar, para ensalzar al héroe boludo, al héroe testicular, que perdió la vida en la batalla, pero nunca perdió sus pantalones, con lo cual el ciclo se repite y ahora tenemos a un cúmulo de niños educados en una doctrina que pone por encima al soldado que vacía su arma sobre la humanidad de otro como él, por sobre el diplomático que firmó los acuerdos de paz. Pero en su fuero interno, en lo más hondo de sí, el soldado sobreviviente sabe que él no fue quien acabó con la guerra, que él no la ganó, ni la perdió, sino que la hizo, para que fuera otro, con dominio de un arsenal ovárico quien la terminara. Porque la guerra no es más que la lucha de dos falos impotentes, tratando de mostrar un simulado poderío que oculte sus más profundas vulnerabilidades. ¿O ustedes conocen al primer impotente que acepte su mal de buenas a primeras?
Entonces, si vamos a hablar de estereotipos generativos, hablemos de ellos en serio. La guerra es un invento del hombre por el temor a verse disminuido fálicamente ante el otro. La guerra es un juego de hombres, que siempre acaba cuando la mujer, o el diálogo, que es lo mismo si hablamos desde el estereotipo, interviene. Entonces, si llevar los pantalones es el símbolo de la honra de quien dirige a un pueblo, ¿quién debería llevar los pantalones aquí? ¿Los hombres o las mujeres? ¿A qué parte de nuestra naturaleza le deberíamos confiar nuestras pasiones bélicas? ¿A la masculina o a la femenina? ¿Cuánta sangre y cuánta testosterona se debe derramar antes de que completemos el ciclo y nos demos cuenta que nada de esto puede terminar sin diálogo? Definitivamente, es hora de que nos quitemos los pantalones, nos pongamos las faldas bien puestas y acudamos aguerridamente al diálogo.
Y si podemos hacerlo sin usar frases como todas las anteriores, ¡cuánto mejor!
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Amigo, instinto de supervivencia, simple, tan simple como eso. Funcionamiento adecuado del organismo humano, generador de la suficiente adrenalina que llega al cerebro para desplegar acciones adecuadas o no, cualidades físicas, coordinación de movimientos en tiempo y espacios determinados por las condiciones que se presenten, según el inminente criterio que se tenga (respuestas condicionadas socialmente por acciones especificas), esto generará grupos que estén o no de acuerdo el algo.
Ahora que si de imaginar se trata, reconozco que todo es valido, e inclusive reivindicativo.
Bastante interesante, yo publique aqui mismo sobre ese mismo problema. Ahora bien En el pleistoceno las mujeres Participaban en igualdad de condiciones que los hombres en la guerra. Aqui mismo publique un articulo sobre las causas de las guerras y discutia las teorias.
La no paricipacion de las mujeres en la guerra es algo bastante reciente y fue un cambio cultural que aparecio en grecia, y luego fue adoptado por los romanos, ya que los precursores de los romanos – Y casi seguro que fueron los primeros tiranos de roma- los estruscos no tenian ese prejuicio, ya que por las imagenes que se han encontrado tambien se vestian de guerreros.
ese cambio sucedió cuando dejemos de ser tribus nomadas y nos asentamos para formar pueblos, esto es hace unos 10,000 años cuando aparecio la agricultura y la division del trabajo. La guerra segun dice algunas teorias fue monopolizada por los hombres para mantener la sumicion de la mujer, como un ser inferior u objeto de intercambio.
Segun esas teorias entonces el machismo comenzo con la agricultura, la cual, para mi es la madre de todas nuestras afliciones y desgracias.
En estos momentos estoy investigando de como echarle la culpa a la agricultura sobre un grave problema que sufrimos; La caspa.
estoy haciendo grandes avances
@Evelins Ramírez: Gracias por tu comentario Evelins. La premisa de la adrenalina también es bastante válida, pero solo para una batalla. Las guerras involucran muchas batallas y períodos de inacción (muchas veces largos) entre estas. Si la persona, durante tales períodos no llega a una conclusión de que debería parar la guerra, no es por la inyección de adrenalina, que para entonces está en su estado regular.
La adrenalina es la responsable de dos de las respuestas adaptativas más importantes del humano: atacar o huir. Si tomamos en cuenta que hace 200 o 300 años las mujeres no iban a la guerra, pero sí se enfrentaban a sus estragos, podríamos calcular con toda lógica, que ante las situaciones más cercanas a ellas, sentían la inyección de adrenalina. Solo que esta, por un condicionamiento social, las llevaba a huir en vez de atacar. Creo que allí se puede ver claramente que, la adrenalina es solo la gasolina de la acción, pero la acción misma y sobre todo su mantenimiento a lo largo del tiempo, es responsabilidad de otros elementos, entre ellos los aprendizajes sociales. Al menos, por supuesto desde mi opinión… y también desde mi interés de reivindicar las cualidades de lo femenino.
@xluis: Es completamente cierto, Xluis. Desde la agricultura todo empezó a torcerse, tanto para bien como para mal. A la agricultura le debemos el desarrollo de la astronomía, las matemáticas y un puñado de ciencias y avance tecnológico más. Pero también es el génesis del mundo bajo el dominio del hombre.
Genéticamente, antes de ser los homo sapiens que hoy somos, el macho era mucho más desarrollado físicamente que la mujer. Quiero decir que sus diferencias en el aspecto muscular y de tamaño eran más grandes que las del humano actual. Ello llevó a que el macho (todavía nómada) se encargara de la cacería, mientras la hembra se encargaba de la recolección menor y la cría. Cuando empezamos a juntarnos entre más de una familia, cuando empezaron a formarse las primeras comunidades nómadas, el hombre pudo tener un compañero para realizar sus jornadas de cacería. De acuerdo a algunos expertos, allí podrían subyacer algunas de las más profundas debilidades comunicativas del hombre actual, lo mismo que algunas de las ventajas comunicativas de la mujer actual.
Para no correr peligro durante la cacería, los machos se acostumbraron a estar unos al lado de otros, sin mirarse, ni contactar físicamente. Era menester atender únicamente a la presa y a los peligros alrededor. Durante las poquísimas conversaciones, vagas y silenciosas, que podrían ocurrir en la cacería, el macho no podía ver todo el lenguaje no verbal, ni podía poner la atención debida en el verbal. De esta forma, y como hoy podemos saber, se estaba perdiendo más del 80% de los datos comunicativos de valor.
Mientras tanto, las hembras de la comunidad, en la seguridad de sus cuevas, podían hablarse frente a frente. Se calcula que las hembras son las responsables del enriquecimiento del lenguaje, pues sus necesidades comunicativas eran más altas. Entendiendo, además, que el desarrollo del lenguaje es uno de los principales promotores del desarrollo cognitivo, es natural pensar que las hembras de entonces eran más inteligentes que sus machos. Y esa comunicación frontal, atendiendo a los riquísimos datos que ofrece el lenguaje no verbal, volvieron a la mujer más empática, más apta para la comprensión de los sistemas humanos.
Así es como tendríamos la sistematización del hombre, que no es más que su especialización mecánica como herramienta de trabajo de la mujer, y la empatía, ya explicada.
Es por esto que poco antes de que empezaran a alzarse las primeras comunidades sedentarias, la mujer era considerada la creadora de todo, la que controlaba todo, la más poderosa. El hombre, que todavía era quien tenía la fuerza, vio un espacio de victoria en la utilización de esa fuerza para la subyugación del poder de las mujeres, y así, durante el advenimiento de la agricultura, también nacieron los mitos de la parte maligna, impura e inferior de la mujer, con lo cual quedó replegada, a la larga a lo que sabemos que quedó.
Lo positivo es que la sociedad está despertando con respecto al hecho de que ya no vivimos en la era de las cavernas, y los hombres ya no necesitamos comunicarnos hombro contra hombro, sino que podemos permitirnos hablar frente a frente, para entender a profundidad lo que el otro piensa y sus más profundas motivaciones, que son las que nos hacen humanos e idénticos. Y, lo mismo, está surgiendo de nuevo la idea de que los rasgos femeninos tienen tanto o más valor que lo masculino. De modo que el objetivo ulterior no es anularnos desde el género, sino trascender desde ellos. Es decir, comprender como hombres que podemos aprovecharnos de lo mejor de la parte femenina de nuestra naturaleza, y comprender como mujeres que podemos aprovecharnos de lo mejor de la parte masculina de nuestra naturaleza.
Solo que mientras el hombre siga creando guerras, que obligatoriamente se deben hacer juntándose hombro con hombro, el aprendizaje de mejores y más saludables habilidades comunicativas se seguirá postergando.
@Víctor Mosqueda Allegri: Ah, por cierto, quedo a la espera de tu ensayo ilustre sobre la agricultura y la caspa. Jejeje. Y ya buscaré tu artículo sobre el imaginario testicular.
Ma’encantao! Es una teoría que me parece plausible y que además creo muy acertada y no podría estar mejor explicada pero ahora bien, lo que ahora más que antes se me hace muy interesante después de leer el texto, es algo que voy a confesar y que me tiene completamente obsesionada desde que inició toda esta situación y es en concreto, el tema de las guarimbas. He desarrollado una increíble afición a ellas. Podría pasarme horas viendo fotos de guarimbas: grandes, pequeñas, medianas, como sean. Hay unas que desde luego, me tienen más fascinadas que otras y de hecho hasta tengo mis favoritas. No estoy de acuerdo con que se hagan, pero soy en toda regla una voyeurista de este acto erótico colectivo y debo admitirlo. XD XD
@Emmamelendez: Admirar el falo, querirda Emma, es una de esas viejas costumbres que no se pierden. Quizás ya estamos un poco aburridos de verle el falo al Estado, con sus pintorescos desfiles militares y armamentísticos cada día patrio, y por ello es tan novedoso y atractivo mirarle el falo al pueblo, que pocas veces lo muestra. Entiendo tu voyeurismo, aunque yo confieso que a mí esos falos me deprimen tal como me deprime ver mala pornografía. No sé cómo se pueda hacer una buena pornografía con estos elementos, pero la verdad es que me gustaría que se dedicaran a otras formas del arte cinematográfico. Ya le vimos su virilidad por más de 15 días, y eso es más que suficiente. Al menos para mí. Y si van a seguir con la pornografía, que al menos muestren un poco de vagina.
Excelente artículo, Víctor.
¡Ya mucho está dicho!
@Víctor Mosqueda Allegri: Yo creo que la emergencia del arte, como expresión humana, debería ser contemplada y estudiada de una forma única (en el sentido de no compararla con otras formas de arte) y a la vez, dentro de su contexto (la intención con la que aparece). Actualmente existen en Vzla instalaciones en barricadas (quizá no la mayoría, ojalá, son sacadas con pinzas) que cumplen claramente los criterios para ser calificadas como arte urbano (también hay perfomances) y que, precisamente por la motivación con la que fueron construidas, la espontaneidad y aleatoriedad en la conjugación de objetos y su disposición, transmiten una información muy valiosa de la idiosincrasia y el sentir de la situación actual. Y esa debería ser la función del arte (incluida desde luego y principalmente, la estética). Creo que hay una cierta trampa en equiparar estas instalaciones con la mala pornografía, aún dentro de la teoría psicosexual que nos manejamos, porque decidir si un tipo de pornografía es buena o mala sólo se hace, después de haber aplicado nuestros conceptos y prejuicios sobre de qué se debería tratar el sexo y cómo es en realidad que se debería apreciar, lo que nos llevaría a la discusión de los 80´s sobre si el graffitti era o no una forma de arte, cuestión sobre la que hoy en día no existe dudas pero que en ese entonces se dio, porque se aplicaban los mismos prejuicios y conceptos sobre cómo va a ser arte algo que al mismo tiempo es vandalismo, asunto que sospecho es el origen de tu disgusto con tan particulares manifestaciones. Creo que hay dos formas de apreciar y admirar el falo; está la proyectiva, en la que te identificas con él y simboliza todo aquello con lo que comulgas, pero para ello debe de ser un falo conocido; cuando se trata de uno desconocido (o poco familiar) es normal que genere de buenas a primeras resistencia, y que para su verdadera apreciación sea necesario despojarse de prejuicios y conceptos y aceptarlo tal y como es, entendiendo que no por ello, va a existir una conversión a los de él. Evidentemente, tratar de obligar a alguien a apreciar algo es tan absurdo como obligarlo a que no lo aprecie pero creo que las barricadas como una manifestación colectiva muy específica de una situación social actual muy concreta, definitivamente tiene lo suyo. A ver, igual y es que yo tengo una sensibilidad muy alta y veo cosas donde en realidad no están. No lo descartemos. Viste, ya he encontrado ahora otro tema que también me fascina.
@CristianMartinez: Gracias Cristian, por tus palabras.
@Emmamelendez: Emma, entiendo tu punto. De hecho lo entendía de antes. Solo intenté un juego de palabras usando los mismos elementos del texto. Y cuando hablaba de «mala pornografía» no hablaba de una «mala» en términos morales, sino en términos estéticos. Como cuando se dice «está película sí fue mala». Así como las películas malas me deprimen, las pelis porno malas también. Evidentemente esta evaluación es subjetiva, pero en mi comparación no pretendía hablar de nada objetivo. Porque, quizás todo este rechazo que me generan las barricadas, sobre todo las que tú calificas como instalaciones o performances, viene del hecho subjetivo de que siempre he sentido rechazo por este formato de arte. No osaría decir que no es un arte válido, pero sí puedo asegurar que a mí no me agrada. Todo este cuento del happening, de la intervención urbana, de lo efímero pánico, por lo general me parece charlatanería artística. Y cuando veo estas instalaciones como formas de guarimbas siento lo mismo que cuando veo un montaje de Jodorowski o al tipo que se clavó sus genitales al suelo de una plaza pública o cuando veo el nuevo vestido de Lady Gaga. Reconozco, eso sí, que estas guarimbas más elaboradas (pero también las que no lo son) hablan bastante claro y alto sobre muchos aspectos de nuestra idiosincracia, pero también lo hace la conducta del público promedio en un partido de béisbol, y por ello no considero que estos partidos escondan en sus tribunas alguna forma de arte. Creo que el ejercicio de interpretar estas acciones ciudadanas es muy valioso para seguir transitando el camino que nos permite conocernos, pero mientras hago esos ejercicios no puedo evitar el rechazo por lo que veo. Probablemente ese rechazo condicione la objetividad de mi observación; pero es un aspecto subjetivo del que me cuesta mucho desprenderme. Me toca continuar trabajándolo.
También es cierto que el ideario popular de que la valentía reside en los testículos tiene una base científica muy cierta. Que a fin de cuentas, la testosterona -que es la hormona principal que empuja a los hombres al combate- es producida en los testículos. He allí la identificación de las bolas con la valentía. Y la valentía, guste o no reconocerlo, es un valor admirable, sin el cual la Humanidad no hubiera llegado a donde llegó y a donde llegará. ¿O acaso no se necesita valentía -por no hablar de las guerras que el hombre ganó a los animales o al hambre y las enfermedades- para defender una teoría científica novedosa que va en contra de los prejuicios de la gente? ¿Acaso Galileo o Bruno eran unos cobardes?
De todas formas, eso no quita el hecho de que si realmente el gobierno quisiera diálogo, la mayoría lo aceptaría a cambio de una convocatoria a nuevas elecciones, totalmente limpias y prístinas.
@Pablo Ortega: Tienes razón Pablo, la valentía tiene aspectos positivos, lo mismo que la comunicación tiene sus áreas negativas en, por ejemplo, la manipulación. Todo aspecto positivo tiene su revés y viceversa. Sin embargo, mi intención aquí era reflejar cómo la sociedad insiste en repetirse en medio de acciones machistas, misóginas y homofóbicas que ningún bien le generan. La guerra, bien sea que venga o no de los simbolismos que yo aquí delato, es una de esas acciones nocivas que las sociedades modernas deben tratar de erradicar… al menos desde mi visión. Y no hablo solo de las guerras grandes (las que se llaman así), sino de las que ni siquiera llevan el nombre por ser demasiado leves, como lo que vivimos ahora en el país, e incluso las que están por debajo de estos valores.
Bueno, hay que ver hasta qué punto esa admiración por la valentía es machista y homofóbica, y hasta que punto dicho concepto no está sustentado por la realidad -por que no nos caigamos a mentiras, los únicos gays que mostraron valor en un campo de batalla fueron el batallón sagrado de Tebas-. A fin de cuentas, hay que saber entender de donde vienen esos estereotipos.
Y sobre la guerra, me temo que eres demasiado optimista e ilusorio. El ser humano, debido a su naturaleza corrompida, nunca será capaz de abandonar por completo las guerras. ¿Qué debemos proponernos dicho objetivo? Por supuesto, pero hay que ser realistas y saber que aquí en la Vieja Tierra jamás conseguiremos el objetivo final, y que tan solo en el reino de Dios tal cosa podrá ocurrir.