Hoy en día es muy difícil ser crítico políticamente en Venezuela, o estar en contra del oficialismo y la oposición al mismo tiempo: eso sí es muerte asegurada. No porque las cosas sean difíciles de ver, sino porque la crítica es traición o rivalidad. Si se dice algo en contra de un bando eres automáticamente del otro. Si quieres criticar la doctrina económica del gobierno (que claramente tiene fallas de base, es innegable), ya te tildan de fascista. Si aludes a enseriar la lucha política de la oposición, estás sesgado. Si te encuentras en desacuerdo con la represión de la GNB (que claro se ha dado) o en desacuerdo con la minoría opositora que acude a actos violentos y a guarimbas que se desatan (que también se ha dado), los primeros te llamarán manipulador apátrida y los segundos manipulado y vendido. Pero, ¿entonces si dices algo en contra de ambos lados, a quién perteneces? A ninguno: terminas en medio de la balacera.
Ambos actores políticos te van a rechazar y eso es un error fatal. Las opiniones constructivas son lo que más se necesita en esta nación actualmente. La gran mayoría de los venezolanos, desde Maduro y Capriles hasta futbolistas y taxistas, piden diálogo. ¿Pero qué diálogo? Diálogo es solo una conversación, no va más allá de eso. E imagínense una conversación donde ambos bandos niegan cualquier crítica (constructiva o no) de su contraposición. A eso se le llama «monólogos paralelos».
¿La GNB reprime violentamente? Sí. ¿Ciertos sectores de oposición se tornan violentos? Sí. Cuando estas y otras verdades se acepten en primera instancia se podrá construir un diálogo. Pero más allá de eso se tiene que dar un proceso deliberativo, y no negociador. Una negociación se basa en el poder de la mayoría, sin fijaciones en los argumentos: el que supera por cantidad participativa, gana. Un proceso deliberativo se rige por el peso de las opiniones (sean de quien sean): no importa cuantos sean, sino qué argumentan. (1)
No se trata de que un grupo político o el otro gane; para empezar no se trata de ganar y tampoco de crear un diálogo aspirando resultados extremistas: «ganamos y tenemos la razón en todo». Se trata de aceptar realidades, duélanle a quien le duela, y de ese punto de partida buscar soluciones conjuntas e interrelacionando los diferentes niveles político-administrativos verticalmente (ejecutivo-estados-municipios) y horizontalmente (interestatales). Se trata de que el gobierno sincere su posición frente a un descontento claro de gran parte de la población y acepte un diálogo deliberativo sin condiciones predispuestas; se trata de que que la oposición busque los puntos de encuentro con el gobierno y fomente políticas profundas serias (como la crítica del diputado Ricardo Sánchez en la Conferencia de la Paz, donde esperaba que se concretaran las medidas de desarme rápidamente). Se trata de escuchar a algunos que se encuentran en medio de la balacera, entender al otro, aceptar las fallas propias y dejar de dispararse entre sí.
(1) Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo, republicanismo – Félix Ovejero