Antes que todo, debo invitar a que se haga una lectura del siguiente artículo desde una postura más o menos crítica, sin admiraciones ni arrobo por el momento que atraviesa Venezuela.
No están dadas las condiciones sociales; no es el momento político; no se tumbará el Gobierno de Maduro, es decir, no se lograrán resultados acordes a las ilusiones sembradas en la calle; no habrá diálogo verdadero entre la polarización del país. Esto, “por ahora”, no es más que un movimiento del pueblo desesperanzado, con esperanzas (lamentablemente), y Leopoldo López lo sabe.
Las armas de los uniformados y el discurso amenazante de los alquilados en el poder no se resolverán con enfrentamientos o manifestaciones pacíficas decantadas en violencia. Pero el miedo y el descontento que sufren muchos chavistas tampoco se traducirá a suma en las filas opositoras porque simplemente se adopte una falsa visión unilateral de los problemas que enfrenta el país. Y esto también lo sabe el exalcalde de Chacao.
El coordinador nacional de Voluntad Popular tiene (hoy domingo 1 de marzo) doece días privado de libertad. ¡Pero él se lo buscó! No buscó ser perseguido. Buscó tener la primera orden pública de ser apresado para entregarse, tal cual héroe de Hollywood. Buscó provocar las masas para una rebelión civil ante tantos problemas que aquejan el día a día de todos los venezolanos.
Pasado reciente, pero pasado
López viene orquestando su estrategia desde hace unos meses. El pasado 17 de abril de 2013, denunció en su cuenta personal de twitter que el ejecutivo nacional tenía orden de captura en su contra, utilizando como escudo, además, la imagen fortalecida de un Capriles poselectoral.
Fue el tiempo de la primera crisis del chavismo sin Chávez, que Maduro supo embestir con la herramienta más efectiva: Jugar con el cansancio de la gente. Fueron meses muertos de dimes y miretes hasta el arranque de una nueva contienda electoral: Las elecciones municipales del 8-D.
Así las cosas, frente al desgaste palpable del abanderado de la MUD, Leopoldo empezó a recorrer el país e hizo una gira de medios en octubre de 2013, por dos razones fundamentales: Una explícita: Invitar al electorado a un falso plebiscito sin victoria en el proceso electoral decembrino (idea y derrota, respaldada y asimilada, respectivamente, por el propio Capriles). Otra implícita: Aumentar su fuerza como dirigente político firme ante el régimen, con un mensaje claramente confuso: Hay que salir de Maduro.
El resultado del 8 de diciembre fue aplastante y concreto: 72 % de los votos para el oficialismo y sus alianzas y 22 % para la Unidad: 242 alcaldías para el primero, 75 para el segundo; y una abstención del 41 %: ¡Perdió la oposición!
Presente
Perdió la oposición y urgía, por tanto, un punto de inflexión. Un punto de inflexión necesario para empezar a tender puentes entre los adeptos de la MUD y los partidarios decepcionados del Gobierno, que cada vez vienen siendo más y que se encuentran apremiados por encontrar -y seguir- un líder no-radical, que no simbolice el prototipo “burgués” creado en el imaginario del PSUV y que atienda, realmente, sus quejas y penurias. Ese debía ser el próximo paso de la Unidad.
Dadas dichas circunstancias, el 8 de enero el gobernador del estado Miranda asiste por primera vez a un “diálogo” con el gabinete nacional a tratar temas sobre la inseguridad, tras el famoso asesinato de Mónica Spears. Días después, Capriles también sostiene reuniones con el ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Rodríguez Torres, en pro de soluciones reales a los miles de asesinatos y robos que sufrimos cotidianamente. ¡Pero… Viene el pero!
Ante tales medidas de reconciliación, una considerable parte de la masa opositora se empieza a sentir -recalco: sentir- traicionada por su líder. Es allí cuando Leopoldo irrumpe la tensa calma de la política nacional y el pasado 23 de enero, junto a Corina Machado, hace el llamado a “la salida popular” de este régimen, rememorando, además y maquiavelicamente, la prosa conquistada en el ’58: El derrocamiento del inolvidable Marcos Pérez Jiménez.
Algunos me refutarán que López sí entiende las necesidades de la gente, qué él sí tiene “guáramo” para enfrentar al “tirano”, que él sí debe ser el líder de la oposición y que él solamente apoyó un levantamiento civil empezado por los estudiantes… Ya vimos que sí, y no.
No pretendo desmantelar minuciosamente un caso tan complejo, ni demostrar mi simpatía con uno u otro dirigente, como si esto se tratara de fanatismos, personalismos o cualquier otro fundamentalismo. Lo único que anhelo transmitir es la imposibilidad de interpretar a los políticos sin leer sus discursos entre líneas. «Sabemos que esto tendrá riesgos pero no vamos a arrodillarnos», vaticinó Leopoldo en esa intervención del 23-E.
¿“Riesgos”? Para nosotros (y lo estamos viviendo); para él, ninguno. Cualquier desenlace juega a su favor, pero con el rechazo del más importante grueso chavista. Esa es su debilidad. Eso lo explicaré más adelante.
Futuro
López se entregó a las autoridades (no correspondientes) el pasado 18 de febrero, en una puesta en escena para el deleite de nuestra sociedad crecida con una telenovela en los ojos: La estatua de Martí, las flores blancas, el beso con su esposa Tintori, la gallardía de su mirada, la vestimenta aludida a la paz, sus últimas palabras con el megáfono, el crucifijo en su cuello…
En fin, Leopoldo hoy es un posible preso político víctimas de montaje judicial, de acuerdo con la definición de Sandoval de Guevara. Un preso político, por distintas imputaciones, pero muy al estilo de Chávez, que asume valientemente cualquier responsabilidad, que envía cartas a sus seguidores (los seguidores del gobernador de Miranda) y que hace sus peticiones con la mano en el corazón, como él y el Comandante lo hicieron en sus últimas intervenciones: Leopoldo es como Chávez.
López conoce muy bien su juego político: Mientras más días permanezca en Ramo Verde, más terreno ganará en la MUD y en sus afectos. Sin embargo, como se apunta aciertos, se comete errores. Y aquí vale la pena insistir: Leopoldo es como Chávez: (En)cierra los espacios, coloca barreras, (re)marca las divisiones, no articula ni persuade al “enemigo”. En definitiva: No se gana al “adversario”.
Si López saldrá de una prisión rumbo a la presidencia de la República, como lo logró el difunto mandatario, es bastante difícil de calcular. Y no solo porque el mañana sea incierto, sino porque Venezuela amerita un político intermediario que tenga la sapiencia de juntar a unos y otros. Y ello, además de conocimiento, lleva tiempo. Tiempo y conocimiento que Henrique Capriles lleva a la delantera, aunque por egoísmo y ambición de unos pocos se le está poniendo cuesta arriba manejar, en el presente y con miras al futuro, esta segunda crisis que enfrenta la era posChávez y que ahora golpea también a una oposición, quizá no dividida, pero sí fragmentada. ¡Qué mala jugada, señor Destino!, ¡qué mala jugada, señor Leopoldo!
De sobra sé que algunos de ustedes podrán argumentar lo siguiente: Primero, López logró aquella hazaña del “Capoldo”, como un gesto inolvidable de unión en las primarias de febrero de 2012. Segundo, pateó el país en función de Capriles. Y, tercero, fue pieza fundamental en la conquista de las principales alcaldías de Venezuela. Es mi turno de contraargumentar: Primero, el exalcalde de Chacao desistió de las primarias al verse como un virtual perdedor y con una inhabilitación política en su espalda. Segundo, se adhirió al candidato con más posibilidades de cara a la victoria y por ende tuvo que patear el país por causa y efecto. Y, tercero, su última gira nacional no fue tan inocente como quedó demostrado más arriba.
¿Y entonces?
Lamento decepcionar, si lo hago, con el final de estas líneas, como me decepcionó a mí mismo. Pero, por lo pronto, solo resta esperar que se apacigüe el actual, leve y sangriento torbellino social. Mas aún, ello no será tan pronto y perforará la grieta dolorosa que está partiendo, en un antes y en un después, el Gobierno de Maduro y la Mesa de la Unidad Democrática.
El tiempo dictaminará las consecuencias que deberemos asumir al desastre económico indefendible. Y, de igual modo, el tiempo será más que importante para muchos de los próximos y conocidos candidatos al Palacio de Miraflores. Por ahora, solo advertiré que ninguno está libre en el camino: Henri Falcón viene gestando lo que el denomina el movimiento de avanzada progresista (aunque yo no olvidaré su paso por las Fuerzas Armadas); Corina Machado y López parecen ir de las manos en su ciego andar político; Capriles va lento y seguro, pero esos son sus mayores obstáculo. Del bando rojo, me reservaré los comentarios para una próxima oportunidad.
Ojalá todos los “no(s)” del inicio del texto se conviertan en “sí(s)”. Porque, entre otras cosas, sé que no todo lo sé; ni pienso saberlo. Y porque yo también estoy (des)esperado por encontrar “salidas” a este callejón oscuro del Socialismo del siglo XXI.
De cualquier manera, recuerden que hay una gran diferencia entre la elección de un Presidente por necesidad y la elección de un Presidente por mérito. Venezuela merece, no necesita.
Christian Alexander Martínez / @CAMartinez8