Pareciera que como seres humanos tenemos una especie de tendencia a generalizar. Entiéndase este verbo como el hecho de establecer una conclusión general a partir de algo particular. Es decir, si una persona es atacada por un perro, hay una posibilidad de que piense que todos los perros son agresivos y se establecería una regla que dejaría de ser cierta en el momento en que la persona comparta con un perro cariñoso, por ejemplo. El argumento que implicaba totalidad, dejaría de ser válido. Un fenómeno parecido es el que ocurre con la polarización que existe en Venezuela. Empezamos a hacer generalizaciones que nos llevan a destruir al otro sin conocer el más mínimo detalle de él/ella y su contexto. Es fácil enfrentar este fenómeno cuando captamos el sinfín de personajes que integran la vida pública venezolana: está el estudiante que se ha leído cualquier texto de teoría marxista-leninista que ha llegado a sus manos y cree que este gobierno es representativo de esta teoría, el que ha leído todos estos textos pero no considera que se represente en lo más mínimo la teoría, el hombre o mujer que desde joven ha creído fervientemente en la ideología de izquierda y cuando sintió que había llegado un gobierno con estas intenciones pues supo que tenía que apoyarlo con capa y espada a pesar de lo que sucediera, así como está también el que se ilusionó en un principio pero sintió que esto no se desarrolló como lo había pensado. Está el pana que apoyó a Chávez pero prefiere no hablar de Maduro, está el que se quedó con los dos, está el que apoya a Maduro pero tiene profundas críticas y no sabe como expresarlas o siente que si lo hace será tachado de traidor; está el político partidista que sólo respetará los deseos del partido, está el que nunca había prestado mucha atención a la política partidista pero cuando apareció Chávez en el panorama sintió que su situación de vida podría dar un giro. Está el que nunca se identificó con el programa político de Chávez y menos con el de Maduro, y por supuesto, no podemos olvidarnos de los radicales y los fanáticos: los más inútiles en el proceso de reconstrucción de la Nación. Algunos de éstos se caracterizan por ser violentos, otros por tener la increíble capacidad de atender sólo a unos acontecimientos e ignorar por completo otros. Es decir, su esquema de pensamiento crea unas categorías o “cajas” dónde sólo se almacena cierto tipo de información y otra no tiene cabida. Esto puede suceder porque todas sus experiencias de vida con amistades, familiares o conocidos han tenido un mismo matiz y no conocen otra cosa o, también puede ser porque se han arraigado afectos muy fuertes hacia ciertas ideas, y cualquier evidencia que las contraríe, causaría el más profundo de los dolores y por lo tanto, se evita. Esto te da una idea del por qué generalizar en estos momentos no es efectivo. A pesar de que en el momento de las votaciones te pongan una etiqueta, la realidad es que el discurso y los motivos de cada persona son muy distintos.
En este conteo falta un personaje enardecido, y lo cito con palabras textuales: “al que no le importa un carajo quién gobierne pero que lo haga bien”. Muchos de los mencionados arriba también piensan así, ojo. De éste es del que me quiero agarrar. Este personaje tiene potencial para cumplir con mi fantasía del ideal de ciudadano, o eso me gusta pensar. Se define a la ciudadanía como el “derecho de cualquier individuo de participar en una comunidad con el objetivo de optimizar el bienestar público”. Y aquí entra la pregunta, ¿qué se supone que es el bienestar público? Realmente, las respuestas a esta pregunta podrían ser bastante similares independientemente de quién la responda. Lo que es probable que difiera en proporciones desmesuradas, es el tipo de herramientas o las vías que se usarán para lograrlo y ahí es donde empiezan las discusiones, pero ese no es el punto en este momento. El tipo de ciudadano ideal sería el que no sólo considere esta opción como un “derecho”, sino como un deber. Una persona que cuando sienta la más mínima incomodidad en relación a lo público, se queje, se haga escuchar, se arreche; ya que el ciudadano no se hace sólo porque salga en épocas de protestas con pancartas o a quemar cauchos o porque salga a votar. El ser ciudadano lo es porque ejerce la ciudadanía desde su cotidianidad. No necesita ser empujado por una masa enardecida para reclamar sus derechos porque sabe que el trabajo del ciudadano requiere tiempo y paciencia, que es un trabajo difícil, incluso tedioso y agotador, pero entiende que esa es la única manera de lograr verdaderamente un cambio. Y es que si la mayoría pensara de esta manera, la historia sería otra. Puedo comprender las situaciones del contexto que impiden o que bloquean las quejas o los esfuerzos del ciudadano: la actitud de algunos funcionarios públicos, la corrupción, burocracia, etc. Pero estos fenómenos siguen latiendo por la actuación de personas, no por máquinas. Entonces es una especie de ciclo vicioso. Por eso, el trabajo del ciudadano es aún más fuerte de lo que debería ser, es un reto, un trabajo de tiempo completo. Este ciudadano es capaz de dejar de lado los afectos a dirigentes políticos o sistemas, para analizar con cabeza fría los hechos que acontecen, porque entiende que es susceptible de sentir pasión por alguno de éstos pero es capaz voluntariamente de impedirlos. Personalmente, no soy partidaria de sentir estos afectos, pienso que se puede sentir pasión por cualquier cosa que se haga en la vida, pero a la hora de tomar decisiones que afecten a la dimensión de lo público, es necesario dejarlos de lado. Y no es que no sea vulnerable a ellos, pero a voluntad propia decido pensar con cabeza fría por respeto a los muchos otros que componen esta dimensión, ya que no me afecta sólo a mí, afecta a un país entero y sería egoísta dejarse llevar sólo por las pasiones individuales.
Parece fácil esto de “pensar con cabeza fría” pero la verdad es que es “todo un arte”, como dicen por ahí. Requiere el mayor de los esfuerzos porque implica tiempo de investigación, de conversación y de reflexión. Implica el esfuerzo por deconstruir el discurso propio y del otro para encontrar incongruencias buscando evidencias que lo apoyen o lo contraríen, implica discutir con personas con puntos de vista muy diferentes, buscar información de primera mano o de fuentes más o menos confiables, informarse por distintos medios de comunicación, etc. Esta es la forma de crearse una verdadera opinión crítica. E incluso, no basta con escuchar al otro, sino también cuestionar lo que dice con el mayor de los respetos. Si es un verdadero ciudadano el que está siendo cuestionado, escuchará con atención lo que le dice el otro porque lo percibe como una oportunidad de aprendizaje independientemente de la ideología, ya que no importa la ideología que se tenga, el ser ciudadano es algo que va más allá de todo esto. Por eso, este “héroe ciudadano” está arrecho, es verdaderamente crítico, no se queda estancado y busca trabajar por la Nación.
María Cristina Tovar
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