El ritual post mortem de Hugo Chávez distó del protocolo esperado para la ocasión: entre declamaciones, músicas folclóricas y lecturas politeístas, el cuerpo del líder de la revolución bolivariana permaneció catorce días a la vista del público con miras a una eternidad que muestra que en Venezuela, para muchos, la muerte santifica
Rubén Machaen
*Encarte publicado en la edición 252 de la revista Exceso
Caracas
5 de marzo de 2013 5:25pm
Habían transcurrido exactamente 87 días desde la última vez que Venezuela escuchó en vivo la voz de Hugo Chávez. Esta espera que, a efectos del pueblo –oficialista y opositor- podía prolongarse indefinidamente, cesó cuando en plena hora pico de aquel martes, Nicolás Maduro hizo del conocimiento público el deceso del paciente de La Habana. ¿Qué hacer ahora que la espera ha terminado? ¿Qué hacer ahora que la voz del Comandante se ha callado para siempre?
5:50pm
Tomó apenas unos minutos que las calles se vieran atiborradas de carros conducidos por desesperados pilotos que, entre la mar de los ininteligibles reclamos emitidos por un coral de estridentes cornetas, quisieran abrirse paso entre los desaforados peatones que buscaban desde la boca del metro más cercana hasta un mototaxi compasivo que los condujera pronto a guarecerse. Mientras las ondas hertzianas hacían un esfuerzo indecible por transmitir la señal de alguna emisora, las autoridades anunciaban el despliegue de las fuerzas militares para resguardar la seguridad ciudadana; toda la hecatombe urbana que proyectaba la caída del país, solo vio caer las telecomunicaciones que, ante la zozobra de la fatídica noticia, colapsaron una a una, dejando a la buena de Dios la seguridad de los ciudadanos en el trayecto de regreso a casa.
10:30pm
Las primeras horas fueron de pronunciamiento en pronunciamiento por parte de las diversas autoridades gubernamentales. Ya entrada la noche, la mayoría de los caraqueños estaba en casa a la espera de noticias sobre el proceder del gobierno, en cumplimiento de su primera tarea -oficial- sin el edicto del máximo líder.
Una hora y media antes de media noche, en la Funeraria Vallés de La Florida, hicieron acto de presencia diversos personajes del alto mando quienes, con el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, a la cabeza, solicitaron servicios específicos de pompas fúnebres: un ataúd de madera, una corona de flores, una carroza y la presencia, preventiva y tras bastidores, del patólogo y tanatólogo, en las exequias del fallecido Jefe de Estado. La especificidad de la solicitud dejaba en claro que la preparación y ornamento obligatorio de los restos mortales de Hugo Chávez estaría a cargo -en teoría- del personal del Hospital Militar.
Conducta en los velorios
6 de marzo de 2013
7:00am
Los primeros vestigios del alba asomaban el comienzo del primer día en 14 años sin Hugo Chávez. El Presidente seguía siendo no solo noticia, sino ardua labor en los meandros de la Funeraria Vallés. Ya elegido el ataúd –de madera, sin mucha pompa- y hecha la corona a base de rosas, gladiolas, eucaliptos, crisantemos amarillos, lirios y girasoles; la carroza solicitada estaba en el estacionamiento reservado para el personal de la funeraria. El Gobierno precisó que el conductor del vehículo sería un miembro de la Guardia de Honor Presidencial, quien tendría la tarea de dirigirse a las instalaciones del Hospital Militar para introducir y transportar el cadáver de Chávez.
11:50pm
Quien dirigiera los destinos de Venezuela por casi tres lustros, se caracterizó –entre muchas otras cosas- por romper el protocolo cuando le parecía pertinente. La peregrinación de sus restos no quedó atrás: el luto se vistió de rojo y por más de siete horas sus seguidores buscaban, mientras lanzaban prendas en señal de afecto y hacían maromas por tocar, brevemente, el cofre que, en teoría, contenía los restos del comandante Presidente. Superado el sol y la algarabía pertinente al duelo de sus seguidores, el ataúd llegó al vestíbulo de la Academia Militar donde, en principio y acorde a la voluntad del difunto, se le velaría por tres días hasta su entierro en Sabaneta de Barinas.
Toda la indumentaria solicitada a la Vallés –una alfombra; mesón para apoyar el féretro; la imagen de Cristo en la cruz; velones y arreglos florales- fue colocada por personal de la funeraria. Un primer imprevisto: el ataúd se habría roto al momento de abrir la cubierta superior que permitiría visualizar el cuerpo sin vida de Chávez.
Un chofer que circunstancialmente estaría cercano al traslado del féretro comenta, bajito y en confianza, que fue de los primeros en ver el cuerpo sin vida del presidente Chávez-
“Está vestido de militar, chaqueta verde olivo, su corbatica, la boina roja… ¡gordo!…como hinchado…”, dice ates de volver a las faenas de las instalaciones de la Academia Militar.
Más allá de la impresión ante el cadáver de Hugo Chávez, comenta con picardía cómo ninguno de los soldados rasos que custodiaban el féretro quiso manipular la espada de Simón Bolívar. La superstición hacía gala de presencia en los escoltas ante la creencia de que todos los que manipularon esa espada durante la exhumación de los restos del Libertador, cayeron e desgracia.
“El militar de mayor rango les decía ‘¡Agarre la espada, soldado! Y los soldatitos decían ‘¡No, señor!”.
Así, las exequias del Jefe del Estado, recién bautizado como el Cristo de los Pobres y Papá Chávez, no estuvieron lejos de la superstición y el miedo, cábalas todas practicadas por Chávez en vida.
Duda post mortem
7 de marzo de 2013
El complejo Fuerte Tiuna es como una ciudad. Más organizada y limpia que Caracas, a excepción de ese día en el que el pueblo incesante, hizo acto de presencia en las instalaciones para postrarse en la fila que los llevaría, por pocos segundos, a ver la imagen del líder fallecido. El clima fue un factor de estorbo; las abundantes colas de espera llevaron a bajos rasos de la milicia a repartir botellas de agua para calmar la sed de los espectadores quienes, ansiosos, bebieron con rapidez. A medida que daban sorbos veían en una pantalla grande, la transmisión en vivo del orden de llegada de los fieles que, por fin, podían ver la imagen de Chávez.
A medida que las botellas mermaban, el descontento del conglomerado rojo fue in crescendo. Hasta que todas las filas de espera se unieron en una misma voz para darle musicalidad a su enojo:
-¡Queremos ver a Chávez, queremos ver a Chávez, queremos ver a Chávez!
Una pareja tomada de la mano, de poco más de 25 años, huía de la manifestación y el hombre, acalorado, volteaba hacia los lados buscando algo que parecía no encontrar, hasta que se topó frente a un guardia Nacional.
– ¿Dónde queda la calle 11 con avenida Las Escuelas?
– ¿Aquí?- respondió el militar extrañado.
– Sí. Aquí en Fuerte Tiuna.
– La verdad, no sé- volvió el militar como si le hubiesen preguntado algo en mandarín.
– ¿Y este patiquín trabaja aquí?- preguntó el muchacho al aire mientras tomaba a su novia de la mano, alejándose cada vez más de la concentración.
Mientras Elías Jaua, en calidad de canciller de la República, hacía de recibidor de los mandatarios y enviados especiales provenientes del extranjero para despedirse del finado, en las esferas del recién instaurado “chavismo sin Chávez”, empezaba la diatriba sobre qué hacer con el cuerpo del ahora denominado “Cristo de los Pobres”.
El trío compuesto por los Presidentes de Bolivia, Evo Morales; Ecuador, Rafael Correa y Argentina, Cristina Fernández, ocupaba la atención de los medios. En el ínterin, la funeraria recibió otra solicitud: una nueva carroza, adornada con flores y conducida hasta las instalaciones de la Academia Militar para servir de transporte del féretro del Presidente, cuyo entierro estaba pautado para el viernes 8 de marzo.
Un ratico más para siempre
Nicolás Maduro, vocero de la revolución, vicepresidente encargado y próximo a ser juramentado como Presidente interino, anunció, desde el patio de la Academia MiItar, la decisión de embalsamar el cuerpo de Hugo Chávez para que “el pueblo pueda verlo eternamente”. Las reacciones del público no discreparon mucho de lo que eran con el Presidente en vida: aplausos y más aplausos. Segundos después, los recovecos de las redes sociales hicieron público, más que insatisfacción, sumo desconcierto que, inevitablemente, devino en preguntas sobre cuál era el estado real del cuerpo de Hugo Chávez ahora que planeaban eternizarlo por los siglos de los siglos como lo hicieran otros regímenes con Vladimir Lenin, Iosif Stalin y Eva Perón. Personajes, todos, endiosados por el garlado culto a la personalidad que practicaron en vida.
El duelo por el fallecimiento de Hugo Chávez podría parecer desde improvisado, hasta maquiavélicamente organizado por quienes quedaron al mano de sus exequias. La decisión de embalsamar el cuerpo, tres días después del deceso, arroja la tesis “irrefutable” de un patólogo que prefiere conservarse en el anonimato, que los restos mortales de Hugo Chávez, habían sido ya embalsamados antes de su egreso del Hospital Militar. “Un cuerpo bien embalsamado puede durar bastantes años y permanecer intacto. Un factor fundamental es el tiempo que transcurra entre el deceso y el inicio del proceso embalsamador. Cada cuerpo tiene sus tiempos; no obstante, para evitar que comience a descomponerse, lo recomendable es proceder al embalsamamiento en las primeras 24 horas de producido el deceso”.
Concluidas las primeras 72 horas de exequias, el cadáver de Hugo Chávez, vestido de chaqueta verde olivo, corbata negra y la exclusiva boina roja que lo popularizó en sus primeras andanzas políticas a finales de la década de los 90, requeriría “estar desnudo para practicársele cualquier técnica de embalsamamiento, en primer lugar, para extraer sus órganos y presenciar la actuación de los químicos en su cuerpo”. Pero, hoy, dependiendo del deterior del cuerpo, solo en algunos casos como infecciones virales, se requiere abrir el cuerpo y extraer los órganos dañados.
Meramente simbólico fue el Funeral de Estado. La decisión de conservar el cadáver en la infraestructura de la Academia Militar por una semana más, llevó a una serie de actos -musicalizados y discursivos- como último adiós a Hugo Chávez. Para entonces, la segunda carroza aportada por la funeraria Vallés, diferente de la primera y a disposición del Gobierno para cuando se decidiera mover el cuerpo, seguiría allí hasta que se indicara lo contrario.
Aquel jueves, en horas de la madrugada, cambió la orden: el destino final de Hugo Chávez sería el Museo Histórico Militar (metamorfoseado en Museo Histórico de la Revolución); por lo que las flores de la segunda carroza fueron retiradas y puestas cerca del ataúd.
Verborrea y domino de resurrección
Atrás quedaron los luengos discursos de Hugo Chávez. Sus seguidores, postrados hasta el último minuto del show off de sus restos, lo recordarán –e inmortalizarán- en la figura del ungido Nicolás Maduro, quien quizás, presida los destinos de Venezuela por los próximos seis años. Ya juramentado como Presidente encargado y en plena campaña electoral, denominó lo que sería su victoria del 14 de abril como “domingo de resurrección”, en la que Chávez, como Cristo, volvería –bastante después del tercer día- a hacerse del poder de un pueblo supersticioso que, en los últimos días, sustituyó a Dios por un hombre que ya no está.