Sí, lo admito. A mí también me dan ganas de tuitearle cosas. Cada vez que le veo la cara quiero cacerolearlo. Y cuando me entero de su más reciente expresión, quiero gritarle. Quiero transmitirle todo mi malestar por aquello que él dice apoyar y que tiene mi país en la peor de las crisis de las últimas décadas. Me provoca someterlo al escarnio como una sonora catarsis para mí.
Me pasa lo mismo con Winston (¿o era Wiston?)… ahora también con Gigi ¿Sancheta?… Y este otro actor cuyo nombre no logro recordar… Y cuando trato de precisar en mi memoria sus nombres completos, o los papeles que han interpretado, o alguna de sus canciones… me doy cuenta de que nunca antes tuvieron mi atención ¿por qué dársela ahora? ¿Por qué permitir que despierten el Bully que hay en mí? Sé que puedo ser mejor que eso.
En estos tiempos de censura, cuando tuits y publicaciones en TimeLine son la más eficiente fuente de información, no sé qué me causa más disgusto: si verme en la necesidad de definir la palabra Tortura, o ver tantísima gente dedicando tiempo y energía a la más reciente pendejada de Roque o alguno de los otros que se parecen a él.
“Que se hable bien o se hable mal… lo importante es que se hable”. Estos personajes viven de ser figuras públicas. Lo que quieren es atención, que no nos olvidemos de ellos. Yo prefiero olvidar sus nombres y ocuparme en las verdaderas dolencias de Venezuela. Los invito a abandonar sus espacios, a dejar de mirarlos, de oírlos, de hablarles. No les demos audiencia ni cobertura. Quizás cuando se vean sin eco, se les acaba la pendejada… o inventarán alguna manera más interesante de conseguir público.