La espiral de la violencia ha ido escalando con una velocidad inusitada, la lista de caídos crece prácticamente a razón de una víctima por día; un número que se convierte en una carga muy pesada para las almas ya agobiadas por los índices de criminalidad con los que cerró el 2013.
Ahora bien esta es la violencia evidente, la que consumimos a través de la incontenible marea de imágenes y reseñas que circulan por las redes sociales; o bien la que a otros nos refieren porque la vivió en vivo y en directo, desde el sitio de los acontecimientos; es esa la que sirve de excusa para explicar la profundización de las líneas que van dividiendo nuestra sociedad. Sin embargo quiero hacer referencia a otra violencia, una que surge en la misma trinchera desde la cual se combate, una violencia que no deja muertos ni heridos pero que si deja profundas grietas en el corazón de quienes se encontraron en la solidaridad de la causa compartida, en la amistad añejada con el tiempo o en el seno de la propia familia.
Se habla con mucha insistencia de la polarización que este proceso ha dejado como legado, mas creo que esa polarización dejó de ser una herencia exclusiva de los líderes oficialistas para revelarse también, como un fenómeno en quienes hacemos vida en el lado opositor.
Sin duda que están ocurriendo eventos significativos que generan un proceso emocional con una carga importante para el colectivo; ahora bien esa libertad de que cada quien pueda decidir cómo manejar lo que le está ocurriendo y las respuestas que puede dar a ello, parece que se ha perdido también, porque en el momento que revelas el desacuerdo con los hechos violentos o disientes de enfoques que propicien más violencia y victimas; entonces allí pasas a ser el objeto del odio y repudio de tus afectos más apreciados, recibiendo con mucho estupor, maltrato y ofensa por marcar distancia de iniciativas que no estás dispuesto a validar. Y entonces allí aparecen las concebidas frases de confrontación ¿qué estás haciendo tú? ¿Cuál es tu propuesta? ¡Si no tienes nada mejor que plantear, entonces reservarte tu opinión!
Yo me pregunto ¿es así tan verdad, que sólo están construyendo país los que están en la calle? ¿Es así tan verdad que toda la escalada de violencia, está sirviendo para construir el país que queremos? …. Me permito dejar cierto margen de duda a ello, ya que sin menospreciar o descalificar en absoluto todo el movimiento que se ha ido generando, ni desestimar los motivos que dieron su origen; hay un aspecto que si bien ha sido muy nombrado no está siendo considerado , y este es la inclusión.
Considero que si no estás dispuesto a aceptar y abrazar a aquél que difiere de las estrategias aún compartiendo contigo un interés común, es muy poco probable que exista la posibilidad de incluir al otro que hace vida en el vecindario del oficialismo; por lo que aprecio que los escenarios de cerrar las brechas que nos separan como país, se van haciendo más distantes.
Ciertamente los diálogos de paz de estos días parecen para algunos conversaciones bizantinas; y es así porque no hay reconocimiento del otro, y digo que no lo hay en “ninguna parte”; ni de oficialistas hacia los opositores, como tampoco entre los opositores mismos.
He escuchado con frecuencia como muchos exclaman este tipo de expresiones: ¿qué hemos hecho para merecernos esto? ¿Cómo Dios permite que nos suceda esto? ¡Dios protégenos de tanta maldad! y sin ánimo de hacer muchas interpretaciones teológicas sobre el asunto, me permito ingenuamente algunas respuestas…. ¿será que Dios se ha dado cuenta que en tanto no practiquemos en la fe lo que él nos enseñó, el amor y respeto por el prójimo, no dará la lección como aprendida? Sólo Él sabrá, yo hasta ahora lo que sé es que este tiempo de la historia me sirvió para conocer de cerca el desprecio de mi “amigo” “pariente” opositor radical, en lugar del furibundo chavista desconocido.