No envidio a aquellos que tienen las cosas tan claras, cuyas conclusiones no dan espacios para la duda, esos opositores y chavistas que no consiguen otra interpretación que la de ellos ante la realidad del país. Quizás sufro de lo que se ha demonizado como ni-ni. La verdad es que siempre he sido muy activo en la política del país, sin tomar partido pero tampoco siendo indiferente. Ha habido siempre en mí un hormigueo, unas dudas que me afectaban en la cédula sobre mí mismo en cuanto a ciudadano.
Soy caraqueño. Crecí en el pueblo de Baruta rodeado de los italianos y los portugueses de mi comunidad. Éramos una familia de clase media, con sacrificios pero no con hambre. Estudié en un colegio privado barato que no tenía muy buena reputación. En general, estudié con gente de clase media y clase alta, muchachos que estaban claros, a diferencia de mí, de su relación con el país y libres de culpabilidad.
Mamá era de izquierdas pero no nos hablaba del comunismo ni del capitalismo pero tampoco puso nunca la religión sobre la mesa. Mi hermana y yo vivimos, dentro de los límites que tiene Caracas, una libertad muy grande a la hora de elegir quiénes queríamos ser. Los dos leímos mucho y quizás fue la literatura lo que me puso adelante la realidad. Esto no es un juicio en contra de los que estudian en colegios privados de ningún modo. Es una reflexión desde un punto de vista muy personal. En mi colegio me hablaron de Colón y de Bolívar hasta el cansancio y muchos de mis amigos que viajaban a los Estados Unidos aseguraban que nuestra educación era excelente porque el venezolano en general es muy emprendedor y sabe mucho más.
Sin embargo, un día vi una película argentina llamada «La noche de los lápices» y encontré allí una historia que no me habían contado: la de la guerra sucia y el Plan Cóndor. En el plan educativo de mi bachillerato no se tocaron nunca ciertos temas. De no haber sido por el cine, la música y la literatura, no habría sabido nunca lo que había pasado en mi continente ni habría podido entender de lo que hablaba Chávez en sus discursos.
Fueron Eduardo Liendo y Antonieta Madrid los que me hablaron de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y de las torturas que se practicaban durante la democracia venezolana. Fue Mariana Rondón con Postales de Leningrado quien me mostró las técnicas utilizadas y las razones de los guerrilleros. Así pues Vargas Llosa me hizo entender lo destructivo del octenio de Odría, García Márquez de la injusticia de las bananeras, Roque Dalton lo terrible de la construcción del Canal de Panamá, Eduardo Galeano y Mario Benedetti me hablaron de la dictadura militar de los años duros así como Missing de Costa-Gravas.
En estas protestas, cuando escucho el discurso de muchos manifestantes que justamente protestan, siento nuevamente ese hormigueo pero ahora sé exactamente de qué se trata: les falta América Latina, les falta perspectiva histórica al hablar de problemáticas puntuales, y con esto quiero citar a Servando Primera:
«Quieren que vea el árbol torcido pero ignore quién lo plantó».
No es extraño que sea justamente Servando, el ídolo pop de mi generación e hijo del cantor del pueblo, quien diga esta verdad. Y yo soy también uno de esos que escuchó más Salserín que Alí Primera, tristemente, culpa de una sociedad democrática que se encargó de volver invisible lo que no convenía ver o escuchar.
Soy de izquierda no porque lo elegí. Mi experiencia personal me demostró que me encuentro más cómodo de la parte del bienestar social. Pero no soy un extremista porque, repito, carezco de la capacidad de ver una verdad como absoluta, y así como me encuentro muy de acuerdo con la dulzura de Silvio Rodríguez, no estoy de acuerdo con su apoyo al gobierno cubano, así como no estoy de acuerdo con el apoyo que dio Borges a Videla.
Me habría gustado haber sido educado con menos dogma por Bolívar o Colón y más consciente de la realidad que vivía Venezuela y América Latina, me habría gustado leer más poesías, ver más películas, escuchar más canciones que hablaran de mí y para mis compatriotas, como lo hace Bob Dylan o Bob Marley.
El arte es lo único que resiste cuando el autoritarismo se impone, por eso la quema de los libros, la censura de las voces y la represión, pues si la Historia es escrita y practicada por el ganador, el libro/canción/película-protesta queda para siempre, apuntando su dedo hasta el fin de los tiempos y, aunque se intente sacar de contexto como este gobierno ha hecho con mucha cultura izquierdista, el pueblo suele despertar. Basta sólo conectarlo con su cultura.
Este aparato propagandístico que es el chavismo ha hecho algo muy positivo: nos ha recordado de dónde venimos y por qué, se ha apropiado de esos símbolos culturales para justificarse. Muchos, como yo, hemos decidido buscar de qué hablaba el Presidente en vez de censurarlo, y nos hemos encontrado con una buena cantidad de artistas de izquierda que podrían estar perfectamente en contra del gobierno. Tristemente, muchos otros, se han ido por lo fácil haciéndole el juego al gobierno, por venerar aún más que Chávez a Bolívar, esa ilusión. Muchos han ido al delirio anacrónico de utilizar la bandera de guerra a muerte que El Libertador utilizó en contra de España.
Yo prefiero comer lo que come mi contrario, para entender por qué saborea al mundo de esa forma tan extraña para mí, en vez de decirle que está equivocado. Preferí escapar de la burbuja de mi educación privada, donde todos ya sabíamos todo, donde el barrio que teníamos detrás no existía o no era nuestra culpa, preferí escuchar más a los cubanos que aprueban a Fidel que los que están en Miami odiando eternamente, preferí sacudirme la incomodidad de ser parte del problema y en lo posible encontrarme con el país en sus raíces culturales, desde el sifrirock hasta la música llanera que mi familia italiana no me enseñó a escuchar pero Tío Simón me enseñó.
Cuando pienso en el bombardeo informativo del gobierno, cuando veo cadenas de Maduro o programas como Zurda Konducta, pienso en cómo lo verá el espectador que lo aprueba, qué esta viendo ese espectador y por qué lo está viendo así. Yo pienso que su educación fue diferente a la mía y su realidad fue más injusta y en gran parte por mi burbuja.
Así como estas protestas que han durado un mes no son las primeras en el país (sólo el año pasado hubo más de 4000 en los sectores populares), las torturas no son una nueva costumbre del gobierno venezolano, como tampoco lo son los cacerolazos ni la escasez. Esto, por supuesto, no justifica ningún atropello pero antes de declarar que la guerra contra la mitad del país y hablar de dictadura, antes de pedir descaradamente que volvamos al pasado, habría que informarnos un poco de cómo era ese pasado para quienes no estaban en la burbuja. Habría que protestar no en contra de la gente sino en contra de los atropellos del gobierno y hacerlo sin quemar banderas cubanas ni ser tan radical porque hay otro país allá afuera, que desaprueba la gestión de Maduro pero necesita una alternativa que no los haga volver a la invisibilidad.
La cultura es el motor más poderoso que tiene una sociedad pero no a través de la educación que adoctrina, ni la del chavismo ni la de la escuela privada, porque la cultura no debe estar condicionada a los intereses de un gobierno y la educación debe enseñarnos, en primer lugar, a abrir la mente, a aprender de cada cosa sin cerrarnos al mundo. Así que mientras llamamos al diálogo debemos buscar en la cultura del otro y conocerla, pues conversar no es imponer las propias ideas.
Giulio Vita
@elreytuqueque
#YoEstoyHarto
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