La mañana del sábado pasado me conseguí a un amigo en el Mercado Soto Rosa. Como tenía semanas sin verlo, lo saludé preguntándole cómo habían estado las cosas por Las Heroínas, el lugar donde vive, pero no alcanzó a responderme porque de inmediato agregué: “Ah, verdad, allá no ha pasado nada porque ha sido declarada «Zona de Paz»”.
—No te creas, me respondió. Hace semanas, cuando empezó todo, hicieron una barricada en toda la entrada. La vaina interesante es que todas eran mujeres. Ahí se estuvieron, hasta que llegaron los tupamaros. Cuando los vieron venir, se metieron corriendo en el edificio de la esquina. Los tipos llegaron y volvieron mierda todas las ventanas que dan para la calle, luego quitaron la barricada y se vinieron hasta el frente del edificio donde yo vivo. Estaban armados. Yo los vi. Esto no me lo contaron. Y se pararon ahí, como queriendo decir “¿Ahora quién es el que va a venir a protestar?”. Desde ese día, no ha pasado más nada.
—¿Y Patty? ¿Qué dice ella de todo eso?—Patty es la compañera de mi colega, es de esas personas que quizás guardó luto el 5 de marzo del año pasado y que no entiende por qué se ha vuelto tan difícil conseguir ciertos productos, o por qué el sueldo ya no alcanza para comprar las pocas cosas que se consiguen.
—Ella no ha visto nada. Para ella todo eso es invisible.
—¡…!
—Ya Platón hablaba de eso, de lo que es invisible, de los excesos y delitos que no son vistos. Sobre eso hay que escribir.
Tras decir esa última frase, siguió su camino.
El anillo de Gijes
Ciertamente, en el libro segundo de La República, Sócrates y sus interlocutores reflexionan sobre los vínculos entre la impunidad y la injusticia a partir del mito del anillo de Gijes.
Gijes era un pastor que durante un temblor presenció cómo se abría una enorme grieta cerca del lugar donde pastaba su ganado. Superada la impresión causada por el movimiento telúrico, decidió explorar el interior de esa grieta. Allí encontró un caballo de bronce en cuyo interior se hallaban los restos de un cadáver que tenía un anillo con una piedra en una de sus manos. Resultó que esa joya tenía la propiedad de hacer invisible a su portador. Bastaba con girar el anillo, haciendo que la piedra diera hacia el interior de la mano, para no ser visto. Al descubrir eso, Gijes seduce a la reina, la convence de deshacerse de su marido y se hace del trono.
El mito del anillo de Gijes sirve de punto de partida a Sócrates y su audiencia para especular en torno a lo que podría pasar si existieran dos anillos como esos y uno fuera entregado a un hombre de bien, mientras que el otro fuera llevado por uno malo. Todos concluyen que el hombre bueno terminaría envileciéndose porque no existe un hombre “de un carácter bastante firme para perseverar en la justicia y para abstenerse de tocar los bienes ajenos, cuando impunemente podría arrancar de la plaza pública todo lo que quisiera, entrar en las casas, abusar de toda clase de personas, matar a unos, libertar de las cadenas a otros y hacer todo lo que quisiera con un poder igual a los dioses”. El hombre de bien terminaría actuando como el hombre de mal. Ambos tenderían hacia el mismo fin porque todo “hombre se hace injusto tan pronto como cree poderlo ser sin temor”.
Basta con mirar lo que ha estado ocurriendo en Venezuela en los últimos lustros para confirmar la vigencia de lo inferido por Sócrates y su audiencia. Las instituciones que deberían velar por hacer que se cumpla la ley no han visto los excesos, los delitos y los crímenes cometidos tanto por el funcionario público del más alto rango como por los integrantes de los colectivos motorizados. En la actualidad, basta con proferir consignas a favor del gobierno y con llevar franelas del PSUV para volverse invisible y proceder con absoluta impunidad ante las instituciones judiciales.
Pero una cosa es el proceder de las instituciones secuestradas por esa máquina de corrupción que es el PSUV y otra es la actitud de los ciudadanos que se niegan a ver el daño que se le ha estado haciendo al país. Para entender lo que traerá consigo esa manera de proceder sería bueno recordar al Dr. Abelard Cabral, uno de los personajes de La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007), la obra de ficción que ha sido considerada como la novela definitiva sobre la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.
El síndrome Abelard Cabral
Tras la publicación de La fiesta del Chivo (2000) parecía imposible que a algún narrador se le ocurriera escribir otra novela vinculada a la Era Trujillo. Tan abarcador había sido el abordaje realizado por Vargas Llosa sobre el régimen del dictador asesinado el 30 de mayo de 1961 que resultaba difícil imaginar o hallar un enfoque que pudiera mostrar algo novedoso. Sin embargo, a menos de una década de la aparición de esa novela fue publicada La maravillosa vida breve de Óscar Wao, obra galardonada en el 2008 con el Premio Pulitzer.
Lo interesante del enfoque ofrecido por Junot Díaz es que él no dio cuenta de los niveles de degradación social y moral experimentados por los dominicanos a partir del retrato de quienes conformaban el entorno inmediato de El Jefe, como hizo Vargas Llosa, sino que habló de vidas anónimas, breves. El eje de La maravillosa vida breve de Óscar Wao reside en las vicisitudes de los Cabral, una familia que cae en desgracia a pesar de que el Dr. Abelard Luis Cabral, su figura fundadora, se eximía de advertir los excesos de Trujilo.
Abelard Cabral tenía un «Tao para Evitar Problemas con Dictadores»: No permitía que se hablara de política en su presencia, bajaba la cabeza para no ver los excesos del régimen, mantenía la cabeza, los ojos y la nariz bien metidos en los libros, y reprimía mejor que nadie la carcajada ante las acciones más descabelladas de Trujillo (como cuando ganó las elecciones con el 103 por ciento de los votos). Sin embargo, eso no lo salvó de caer en desgracia. Ni a él ni a su familia.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao es una novela de una admirable dimensión política. En este momento no hallo una obra que me permita entender por qué, en lo que va de siglo, los venezolanos hemos sido progresivamente arrinconados por la injusticia y la desesperanza. En el fondo, una de las razones por la que eso ha ido ocurriendo es porque muchos de nuestros compatriotas encajan con el arquetipo representado por Abelard Cabral.
La tipología
Hace meses conversaba con un amigo y mencionamos a Patty, la compañera del amigo que vio a los tupamaros hacer de las suyas en Las Heroínas. Entonces mi interlocutor dijo: “Existen tres tipos de chavistas: los que han robado de tal manera que tienen quebrado al país, los que están haciendo la cola para ver si tienen el chance de raspar la olla y los que son como Patty, o sea: los que se niegan a ver eso”. De inmediato le di la razón.
Hasta el presente esa tipología me parece inobjetable.
Para su desgracia, los venezolanos que se niegan a ver los excesos cometidos por quienes han detentado el poder en Venezuela durante los últimos quince años todavía no han advertido que, más temprano que tarde, terminarán siendo víctimas de los criminales invisibles, tal y como le pasó al Dr. Abelard Cabral y a su familia.
Interesante el analisis de lo que es la cotidianeidad del pais en los momentos actuales. Buscare el libro de Junot Díaz porque lei otro del mismo autor y me gusto mucho la novela de Vargas Lllosa sobre la dictadura de Trujillo. Creo que nunca he perdido leyendo los articulos de éste blog de Panfletonegro.Gracias Prof Valero
Lo peor es que gente que está inmersa en los medios universitarios (que se sospechan altamente inteligentes) han asumido esta postura de «paz» y de «no destrucción» porque los vándalos son los que hacen las barricadas.
Ciertamente la barricada es un shock visual, ver a San Cristóbal en este estado resulta terrible, pero es una manera de protestar y de resguardar la integridad física, si no representara un bemol para el gobierno no habrían usado la fuerza brutal que aplicaron en Rubio. ¿Es que no se entiende que esto es una guerra? Desigual e injusta, una guerra de los poderosos contra los que lo hemos perdido todo, solo nos queda la vida, pero guerra al fin y al cabo. ¿Puedo mantener una actitud cívica mientras disparan contra mis vecinos, mis hermanos? ¿Puedo ser absolutamente civilazada mientras el «Otro» no lo es?
Creo que definitivamente debemos ponernos la mano en el corazón y preguntarnos ¿y yo qué he hecho ante todo esto? ¿Meterme el rabo entre las piernas y seguir cabezagacha como si nada?