la OEA se rie, se carcajea, le parece comiquísimo el ingenio de los dictadores, califica de fina ironía la boutade que suelta quien dijo «con total transparecia, privada». Mientras tanto los cadáveres de decenas de venezolanos asesinados por la fuerza pública y por los paramilitares están descomponiéndose lentamente, a la par de la anteriormente conocida como República de Venezuela, hoy apenas un terreno, una plantación manejada a distancia por sus dueños antillanos a través de un capataz bigotón, de pocas luces y escaso talento, pero con las cualidades que les sirven: la obediencia ciega, la lealtad muda.
A la OEA no le importa que las fuerzas del orden público repriman manifestaciones de protesta de manera brutal y sin respetar los derechos humanos, utilizando cartuchos aliñados con balines de plomo, metras y tuercas, muchas veces a quemarropa. O con pistolas 9 mm. O con el empleo de la fuerza bruta, golpeando a una persona ya rendida con un casco. O con vehículos de guerra. O con gases lacrimògenos vencidos.
A la OEA no le importa que le hayan dado sendos golpes de estado a dos alcaldes electos por el pueblo, saltándose a la torera la constitución. No le importa que haya un poder electoral totalmente entregado al ejecutivo, o al legislativo, que en un solo día emite orden de captura, enjuicia y condena a un hombre, en un país en donde los procesos judiciales duran meses o años, si es que terminan. Salvo cuando haya necesidad polìtica de apresurarlos. Allí si es la mata de la eficiencia.
A la OEA no le importa que la constitución venezolana sea una masa de plastilina moldeable al gusto de los gobernantes de turno, quienes la manipulan a su conveniencia porque no tienen ningún contrapeso.
A la OEA no le importa que las fuerzas armadas del país respondan a una parcialidad política, algo taxativamente prohibido por la constitución.
La OEA se ríe, y no le importa para nada lo que sucede en en Venezuela. Ese no es su problema, mientras siga fluyendo el petreóleo regalado, todo está bien. Los problemitas internos no son de su incumbencia. Yo digo que está bien: cuando uno de chamo le tenía arrechera a otro, no le pedía permiso al director del colegio para entrarle a coñazos. Actuaba y ya. Y se atenía a las consecuencias, posteriormente. Si lo expulsaban, seguía su vida igual, no se acababa el mundo por ello.