El presente artículo es un delicado intento de generalizar mi opinión.
Estoy al tanto de que hay casos muy peculiares.
He visto desde diferentes puntos de vista cómo las universidades se han enfrentado a la situación de qué hacer con respecto a abrir o no las puertas: la diversidad de opiniones, opciones y perspectivas son infinitas.
Según algunos, el dilema es éste: si abres las puertas de la universidad estarías violentando el derecho a la protesta, porque indirectamente estarías obligando a los estudiantes a asistir a clases. O como dicen otros: estarías haciendo la vista gorda frente a la situación por la que atraviesa el país. Está el otro lado de la moneda: si cierras las puertas, ciertamente estarías dando pie al derecho a la protesta, pero al mismo tiempo estarías cercenando el derecho a la educación de otros.
Creo que para analizar esto, debemos partir de una afirmación axiomática: el origen de la palabra universidad. Proviene del latín universitas, que está compuesta por unus (uno, que no admite división) y verto (girado o convertido), o sea que universidad vendría significando “girado o convertido en uno”. Ergo, la universidad es un espacio que admite el múltiple pensamiento y lo unifica, lo admite y lo acepta, de lo contrario estaría violentando su fundamento.
Supongo que ya sabe usted a dónde quiero llegar: si no entendemos que existen diferentes formas de pensamiento dentro de nuestra Alma Mater, no solo estaríamos ignorando el pensar y sentir de una parte de ella, sino que nos estaríamos pareciendo al país cuya sociedad, por medio del estudio, queremos sanar.
Para nadie es un secreto que Venezuela está dislocada, lo suficiente como para que nosotros como formadores de ciudadanos, colaboremos en el fortalecimiento de su desajuste.
Analicemos todo en frío: al dejar la universidad abierta, podrías poner en riesgo a los que hacen vida en ella, ya que se da apertura también a posibles ataques de colectivos armados (no, no es un mito, sí existen y para muestra lo sucedido en la UCV el pasado 20 de marzo). Como hay barricadas en las calles, los transportes de las universidades del estado no quieren hacer sus rutas por miedo a que quemen las unidades que le dan de comer. A su vez, los comedores difícilmente podrían trabajar, a consecuencia de las calles trancadas. Eso sin tomar en cuenta que quizás ni logres abrir la universidad ya que probablemente la consigas cerrada con cadenas y candados por dirigentes estudiantiles. Más allá de los problemas físicos, tenemos los sociales (si es que así los puedo llamar) y que ya mencioné en un principio: ¿no estaría la universidad haciendo una invitación a la indiferencia frente a todo lo que sucede? ¿no estaría forzando a la comunidad estudiantil a un inicio de clases tirado por los pelos?
Por todo lo anterior, parece ser mejor cerrar la universidad: analicemos el caso.
De cerrar la universidad indefinidamente miles de estudiantes dejarán de ver clases bajo el objetivo de “salir a protestar”. Además, se enviaría un claro mensaje de oposición a los deseos del Gobierno. No olvidar tampoco que al llevarles la contraria, el Alma Mater asumirá toda responsabilidad de lo que a sus estudiantes les suceda puesto que si llegase a pasar algo “ellos debieron estar en clases”, y sí, es diferente a si estuviesen dentro de la universidad, porque un Guardia no puede pisar ese territorio, mucho menos agredir a un estudiante en él (aunque por experiencia ya sabemos que el “deber” y el “ser” están dramáticamente distanciados para nuestras autoridades, sin embargo, es menos probable que pase). Y finalmente: ¿quién garantiza que al cerrar la universidad TODOS los estudiantes irán a protestar? Recordemos que siempre, SIEMPRE habrá un porcentaje de alumnos oficialistas, que por pequeño que sea DEBE SER RESPETADO, y otro porcentaje de NINIS o chicos que ni siquiera han fijado posición, que si bien es cierto puede indignarnos tal postura, también debe ser respetada.
Ambas situaciones son complejas y presentan severos defectos. Está claro que hay que buscar una solución que satisfaga a todos, quizás no plenamente, pero que los satisfaga.
¿Qué hacer entonces?
Pensé y discutí mucho, muchísimo con amigos y colegas sobre este tema. No sabía muy bien, debido a la enorme cantidad de variables, qué pensar, hasta que un profesor por el que siento enorme respeto, me recordó nuestra misión como academia: debemos ser ejemplo de diálogo, conciliación, encuentro, lucha y entendimiento. Cada palabra tenía un enorme peso, y ponía en evidencia nuestra labor: hay que abrir las puertas, no me cabe la menor duda. Una universidad cerrada se traduce en un cierre a la posibilidad de debatir, de conversar, de aprender y comprender.
¿Pero qué pasa con aquellos que solo quieren protestar?: hay que respetarles eso. El docente debe estar en el aula en su respectivo horario y velar porque los derechos de sus estudiantes se cumplan: el que quiera protestar, que vaya, el que quiera ver clases, que vea. Si un estudiante no puede salir de su casa por inseguridad en las cercanías, que no salga, la clase se recuperará. Si se perdió una evaluación se busca la manera de solucionar. Situaciones complejas ameritan soluciones complejas.
Aun así lo anterior no es suficiente: HAY QUE GENERAR ESPACIOS PARA EL DEBATE. Y no solo eso, entornos que nos permitan entender lo que en el país sucede, desde el punto de vista histórico, político, legal y social. Sin eso la universidad, aún con las puertas abiertas, bajo este contexto, no sirve de mucho.
Nadie está ignorando lo que sucede, sino todo lo contrario: se está buscando la manera de entenderlo mejor para generar soluciones.
Yo educo para que egresen ciudadanos con pensamiento pluralista, con conciencia y sensibilidad social, y abiertos al pensamiento colectivo. Cerrando las puertas, les estaré enseñando indirectamente que no existe otro pensar, que solo existe el de un grupo y ese, apreciado lector, es uno de los primeros pasos para alejarlo de un pensamiento demócrata.
Neomán Rincón Navea
Profesor Universitario, mago, comediante, articulista y locutor.
@EpaleNeo