La falacia del pueblo

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Un argumento recurrente en los debates sobre Venezuela en el exterior es la invocación del “pueblo” como último árbitro de las manifestaciones. El “pueblo” es como el chef catando el plato antes de que salga de la cocina: ¿qué dice el pueblo? ¿El pueblo no manifiesta? Esto quiere decir entonces que la manifestación no es “popular”.

Esta forma elaborada de la falacia ad populum se consigue en todos los acólitos y propagandistas del chavismo en el exterior: ya sea un oscuro profesor gringo hablando en una estación de radio, un candidato de la ultraizquierda en Francia, o el guionista
de “Al Sur de la frontera” y articulista de The Guardian de Inglaterra*; todos tienen en común la apelación al “pueblo” como medida indiscutible de la realidad venezolana.

Este “pueblo” legitimador de la realidad, por supuesto que no es usted que está leyendo esto (ni yo que lo escribo). Es una versión perversa y colonialista, como del grupo Toto cantando sobre “Africa”, del lumpenproletariado buenazo y simpaticón, de ropas desgarbadas y sonrisa perenne. Si usted llegase a hacer una asociación libre con esta gente, cuando le dijera, “el pueblo venezolano” la imagen que saltaría a la cabeza sería una especie de Camilo Cienfuegos -aunque más aindiado-, probablemente vagando en medio de una plantación o montando un asno, con un tabaco entre los dientes picados.

Es la versión buensalvajista de la realidad: el pueblo nace “puro e impoluto”, es sincero y bonchón, confiado y dicharachero. Es sólo cuando se frota a la sociedad que se le inculcan valores errados, la explotación del hombre por el hombre y la justicia burguesa”, por ejemplo.

Esta lectura estructuralista supone una vuelta al grado cero de la condición de “pueblo”, una situación tan sincera y honesta que
la verdad brilla en todo su esplendor.

La inocencia del pueblo que todo lo sabe. La franqueza del pueblo que puede apelar a sus instintos para sobrepasar la cultura racional e intelectual de nuestra sociedad contemporánea. En el peor de los casos, si el “pueblo” yerra, jamás se le podrá acusar de
albergar malas intenciones.

Para los anglosajones y continentales, este “pueblo” encarna la justicia última. Es la estatua con los ojos vendados, la balanza y la espada, cuya rectitud es infalible.

De esta manera, cuando el analista avezado en el exterior afirma que “las manifestaciones en Venezuela no son populares”, a lo que apunta (más allá de la barrabasada de implicar que San Cristóbal es un lugar burgués, más o menos como Monte-Carlo), es que las razones de manifestar no son sinceras.

Son las capas manipuladas por tantas lecturas de Victor Hugo y Faulkner, sinfonías de Mozart y Cascanueces todos los diciembres y demás factores alienantes, quienes no están contentos con las transformaciones-para-ayudar-al-pueblo.

Mientras “el pueblo” no manifieste, la inflación de +56% anualizada no tiene importancia. Si “el pueblo” no tiene problemas con los cortes de luz o la escasez, pues es porque estos no ocurren o no tienen relevancia.

Al final, si usted no es “pueblo”, no tiene derecho a hablar.

Porque piense usted, ¿qué hubiese pasado si Diosdado Cabello le hubiese roto la nariz a patadas a alguien como Rigoberta Menchú? ¿Cree usted que si María Corina Machado fuese como la indígena militante, le hubiesen quitado ilegalmente la inmunidad? ¿Cree usted que si la ganadora del premio Nobel de la Paz hubiese sido tiroteada por paramilitares, los apologistas
internacionales se hubiesen quedado callados?

Estos dobles estándares que se manejan a nivel internacional son sumamente injustos, aparte de ser los vehículos de un colonialismo condescendiente inaceptable. Porque estos adalides de la libertad son capaces de dejar correr ríos de sangre por las calles de Venezuela antes de mover un dedo, a menos que sea “el pueblo” el que se está muriendo. Al final, como “el pueblo” es un constructo que sólo existe en sus cabezas, ellos jamás apoyarán a los venezolanos que reclaman sus derechos.

Los tachirenses pueden gritar “¡ayuda!” hasta que se queden sin voz y desfallezcan bajo el sonido hueco de los porrazos; esta gente no los va a ayudar, porque un gocho no es “pueblo” suficiente.

*Estos tristes personajillos no merecen ser nombrados. Muchos de ellos no son más que “attention whores”, Lady Gagas de la
política buscando fama así sea parándose sobre una pila de cadáveres.

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Barman, guía turístico, sirviente y amo de casa, traductor, profesor de lenguas, niñero, encuestador en la calle, extra de películas, vigilante nocturno, obrero de mudanzas, editor de películas, músico de Metro; eso hasta ahora. Aparte de sus incursiones en el mundo laboral, escribió y publicó novelas (https://www.panfletonegro.com/v/2010/11/22/yo-mate-a-simon-bolivar/), colaboró con periódicos y revistas electrónicas y participó en debates y mesas redondas. Hoy en día, colabora con oscuros y desconocidos artistas de todo tipo y añora realizar su sueño, ser dueño de un circo. Por las noches lleva a cabo audiciones para el puesto de “tragadora de espadas” con mujeres de todo tipo. Jamás ha practicado patinaje artístico.

7 Comentarios

  1. Bueno, vale la pena recordar también que en la concepción griega de la «democracia», aquella que todos siempre citan, solamente votaban los nobles. Esto no era, como se ha querido hacer ver, por clasismo; en La República se explica muy bien que el problema es que alguien que no tiene sus necesidades básicas resueltas, no puede votar por el interés común. De hecho, si los nobles perdían cierta cantidad de dinero, se les retiraba el derecho al voto.
    Es obvio que si estás discutiendo el rol de la poesía en la polis y la educación de tus hijos o la moral del «filósofo guerrero», un tipo que anda votando porque necesita dinero y este partido le prometió abrogar las deudas con los acreedores, no tiene nada que hacer.
    Dejo esto sólo como detalle para la reflexión. Aclaro que creo que hoy día todos deberíamos poder votar, el problema de nuestras democracias no está allí, a mi parecer.

  2. Brillante! el pueblo es un constucto que tiene la propiedad de que se aplica a discreción de los poderosos que se abrogan el papel de ser sus representantes, y por supuesto, cualquiera que se le oponga no puede ser parte de ese pueblo.
    El gran problema es el uso manipulador del lenguaje distorsionado que se presta a cualquier cosa.

  3. El pueblo es la cosa más fascista que hay, después de los fanáticos del fútbol español.

  4. Convive, yo sé que esos mequetrefes no merecen ser nombrados, pero ¿te estás refiriendo también al profesorcito balurdo que trató de desprestigiar a los gochos y su protesta tildándolos de ultraconservadores racistas que despreciaban al resto del país?

    Yo estaba pensando en hacer un post sobre ese bichito, pero quiero hacerlo con la cabeza fría, cosa que es difícil cuando se trata de alguien que se gana las lucas escribiendo artículos sobre la «geografía racial de Caracas». Voy a ver si consigo bajar su libro a ver que más dice. Estamos pendiente.

  5. Por casualidad no escribiste este articulo?:

    Por mucho tiempo se ha insistido que Venezuela saldrá de la tiranía tan solo «cuando los barrios se levanten», colocando ese acontecimiento como condición indispensable para el renacer de la Venezuela democrática, libre, pacífica y progresista.

    Se trata de una premisa sumamente negativa que postula una condición casi imposible de alcanzar y en consecuencia hace que el resultado deseado quede por siempre frustrado. Aquello que Karl Marx despectivamente llamó «lumpen» jamás inició y propulsó los grandes cambios. La historia lo refrenda.

    Hay razones prácticas para que eso sea así. En primer término, el horizonte de la gente marginal que batalla por llegar de día en día casi siempre se limita a la supervivencia, a los problemas inmediatos de su entorno. No se asoman al futuro, ni manejan conceptos abstractos. Desesperadamente se aferran a todo lo que les suministre oxígeno para continuar viviendo.

    http://www.eluniversal.com/opinion/140324/el-pobre-en-su-choza

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