Esta tarde vi Pelo Malo (2013, Mariana Rondón), y creo que es una muy buena película.
Contundente metáfora sobre la intolerancia, no a la supuesta homosexualidad del chico protagonista, sino al carácter individual, a lo diferente, distinto y raro. A diferencia de la esquemática y simplista Azul Rosa y No Tan Rosa (2012, Miguel Ferrari), la película de Rondón deja de lado la denuncia pintada con brocha gorda y opta por una historia que admite múltiples lecturas. La sociedad que retrata la directora no es, como en aquella cinta, la de unos machistas trogloditas, sino una sociedad intolerante donde todos son víctimas del rudo entorno. La madre del protagonista (Samantha Castillo), angustiada por el amaneramiento de su hijo Junior (Samuel Lange Zambrano), empeñado en alisarse el pelo, no es una villana de caricatura, sino una mujer tan víctima como su hijo de un ambiente árido en el que apenas y si hay espacio para breves momentos de ternura y algún fugaz encuentro sexual. La abuela (Nelly Ramos), quien celebra las intenciones del chico y lo apoya a cumplir su sueño de hacerse una foto sin su «pelo malo», no es precisamente una heroína y poco a poco surgen en ella la misma gama de anacrónicos prejuicios patriarcales de los que hacen gala los demás personajes
La Venezuela de esta película es un país en decadencia, donde todos sobreviven en medio de una asfixiante publicidad ideologizante, y en el contexto fanático de un Presidente moribundo cuyos últimos días son seguidos por la gente que realiza rituales, se corta el pelo en actos públicos y hasta le ofrenda unos muertos. Aquí, claro, algunos recordarán la polémica que se dio luego del Festival de San Sebastián, cuando la directora denunció la intolerancia imperante en Venezuela y luego se desdijo. Pero quiero hacer estos comentarios separando a la artista de la obra. Independientemente de lo que declare Rondón, las secuencias de su película son lo bastante contundentes como para que el mensaje de la película no quede suficientemente claro.
Lo mejor es que la película nunca cede ni a los vicios del melodrama lacrimógeno y manipulador, ni a la tentación de componer una cinta de explotación de la miseria y el sufrimiento ajeno. Todo el film respira una enorme sutileza. Pelo Malo es una película íntima y profunda. Su guión no narra una gran epopeya, su historia está contada con situaciones en miniatura, silencios, gestos. Todo el drama está contenido en un sobrentendido que nunca subestima al espectador, con todo y que, por momentos, los personajes parecieran no evolucionar bajo el esquema clásico de ir de A hasta B. Y desde allí, desde la sencillez intimista, el relato se expande hasta mostrar, con gran acierto, una dura realidad social, sin explotarla.
La cinta tiene algunos defectos; el principal es ese problema eterno de nuestro cine en cuanto a dirección de actores. Algunos personajes menores recitan sus diálogos como robots; por momentos le ocurre lo mismo a los protagonistas, sobre todo a la abuela del chico. El cine nacional siempre ha tenido un problema de fluidez narrativa que en mucho tiene que ver con la poca naturalidad con que ocurren los diálogos. Más allá de esto, las actuaciones son ajustadas, transmiten con convicción los sentimientos de los personajes, sin caricaturas ni vicios actorales de telenovela. También hay que destacar la sutileza de todos los departamentos involucrados: una acertada dirección de arte, un sutil trabajo musical y una extraordinaria fotografía a cargo de Micaela Cajahuaringa.
De resto, creo que Rondón se reivindica como directora y logra su mejor película. Todavía tengo el amargo sabor de boca de sus últimas dos escenas: un final durísimo y nada complaciente que se aleja, por fortuna, de toda la corrección política y ese carácter inofensivo que últimamente tiene nuestro cine.
Les recomiendo que la vean, es de las mejores películas venezolanas de los últimos años.