Miro el fuego, pienso en Prometeo, en inventos, sexo, pasión e incendios.
Las personas a mi alrededor me miran con desprecio. O, me piden un cigarrillo. Entonces yo ahora los miro con desprecio.
La cantidad de cigarrillos que quedan en tu caja determinan la lentitud o placer con el que te fumas el mismo.
Podrás ser la Madre Teresa de Calcuta, pero si te queda un sólo cigarrillo, eres el egoísmo personificado.
La primera aspirada de humo te dice cómo será fumarte el resto.
El tono de mi vida puede variar a deprimente, filosófico, nocturno o post-sexo.
Pienso en la muerte. Siempre pienso en la muerte, sólo que esta vez es distinto. Tal vez esté cultivando su causa, facilitándole las cosas, teniéndola un paso más cerca de mi.
Las cenizas se queman, caen, como cabellos que pierdes con el tiempo.
Pienso que yo soy potencialmente la ceniza. Quemado. Reducido a nada.
En el tiempo en el que me fumo un cigarrillo podria escribir esto, o no.
Podria subir 20 pisos de escaleras, o no.
Podria lanzarme al vacio, o no.
Podria asfixiarme con una bolsa de plástico, lo cual me causaria lo mismo que el cigarrillo a largo plazo, o no.
Decidimos tener vicios porque es mejor tener mil razones para morir y seguir vivo, que morir sin razón; sin riesgos.
Mientras me fumo mi cigarrillo no escribo esto.
Se acabó el cigarrillo.