Relato de un preso en el extranjero

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Les voy a echar este cuento y de pana, tal vez este artículo me cambie la vida o le de un nuevo curso a mi carrera o al protagonista de esta historia, que por razones que entenderán no se revelará su verdadero nombre. Simplemente lo llamaremos Simón. Este reportaje salió publicado el pasado 13 de mayo en el Diario Panorama, donde Pluma Volátil y este servidor tendrán su espacio ahora.
La necesidad impera 

 

Simón es un muchacho joven, de unos 20 y tantos años. Por razones de la vida y como ocurre en muchos hogares venezolanos se crió con padres separados.

 

Según me contó desde los 5 años ya tenía conciencia de la vida, de todo lo que le rodeaba. A los 17 años decide independizarse de su papá y su madrastra. Por su buen físico y sus 1,85 de estatura, incursionó con ligero éxito en el modelaje, pero se hizo padre a temprana edad. Tuvo que paralizar sus estudios en educación integral para dedicarse completo a su nueva familia. Trabajos vienen trabajos van. Lo hizo como cocinero, sirvió mesas, trabajó en aseo y demás cosas. Vivía con su joven chica y su recién nacido hijo.

 

La estabilidad no la tenía, se enfrentó a lo que muchos jóvenes latinos temen: el desempleo juvenil, y la necesidad imperando.

 

Simón tenía un “amigo” que andaba en malos pasos, con tráfico de drogas y todas esas cosas. Ellos hablaban de lo lucrativo del negocio, pero el amigo no quería involucrarlo en nada y el tampoco pensaba hacerlo. Pero la desesperación tocó la puerta de la casita donde vivía al cuido y decidió llamar a su amigo. Finalmente lo convenció y le propone una jugada. El amigo en conjunto con algunos miembros de la policía realizaban marramucias diferentes. Un de ellas es agarrar un grupo de distribuidores de estupefacientes de la zona y meterlos a la cárcel, confiscar el veneno y luego vendérselos a los mismos maleantes. Esta operación le fue propuesta a Simón donde tendría una mínima participación, que sin embargo le daría alrededor de 30 o 40 mil bolívares.

 

Pero Simón era ambicioso y a la vez un poco desconfiado. Entonces decide, como ya conoció a los dueños del circo ¿para qué iba hablar con el payaso? Emprende su propio camino y deja a un lado a su amigo. Este movimiento le cambió la vida. El negocio de las “mulas” para muchos desesperados es una arriesgada, pero atractiva forma de ganar dinero. Simón era un muchacho en formación, así que no midió la consecuencia de sus actos. Como me confesó el pensaba que tenía todo controlado y que no le harían daño si se les fugaba, “tal vez sólo una coñiza en la calle y ya”. Sin embargo el destino para muchos es otro. Pero este no fue el caso.

 

“Yo puse condiciones y ellos me daban lo que quisiera”. Entonces la cosa se hizo a su manera. Decide que no haría desde Venezuela la operación, sino desde Ecuador. “Así tendría menos riesgo, o al menos eso era lo que yo pensaba”.

 

14 kilos blancos

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Las cosas se hicieron, según confesó a su medida “ya que es muy difícil conseguir mulas. Si te vas a un barrio de mala muerte tal vez consigas muchos, pero tienen cara de malandro y antecedentes, entonces se hace más fácil capturarlos”. Es que Simón es un chamo común que te puedes conseguir en la esquina cualquiera.

 

Con la excusa de que se iría a la capital un tiempo, Simón deja a su familia y emprende viaje a Guayaquil, la segunda ciudad más importante de Ecuador. Allá como camuflaje, el cartel colombiano que dirigía la operación le pone en contacto con una agencia de modelaje del país meridional.

 

Es entonces cuando comienza una estadía de 3 meses. En tal período le asignan como una especie de vigilante, apodado Colombiano. Este chamo fue el que le asesoró todo y manejaba toda la operación, por supuesto mandado de arriba. “En ese período vivía en discotecas, con lindas mujeres, dándome la buena vida”. Simón trabajó para la agencia de modelaje participando en distintos eventos, inclusive en la televisión, “como para despistar la cosa y así poder engañar a las autoridades”. El cartel se las ingenió para conseguirle una invitación de una agencia española interesada en los trabajos de Simón. Esto lo presentaría como principal motivo del viaje hacia el viejo continente. Simón durante esos días, también recibió un entrenamiento especial, todo relacionado con la operación de trasportar droga.

 

Llega el día. Simón estaba en el hotel ya listo, con la maleta lista, “llena de 14 kilos de cocaína escondidos en un compartimiento. Colombiano arregló todo. Estaba nervioso, pero muy seguro de que todo iba a salir bien”. Colombiano lo acompañó, rezaron a todos los santos, se despidieron y Simón se mezcló entre la gente en el aeropuerto de Guayaquil. “Había mucha gente, una cola inmensa, pero allí me quedé decidido y sin mirar atrás”.

 

Pasa los primeros chequeos y todo fluye sin novedad. “Yo era simplemente un muchacho viajando sólo. Pero justamente en la última estación de revisión, antes de abordar el avión sin razón alguna les llamé la atención a unos guardias. Ellos me preguntaron que hacia dónde iba. Les enseñé mi carta de España, mi pasaporte y les expliqué que era modelo profesional. Yo los notaba como inquietos y apurados, pero yo no sospechaba nada, me sentía el rey del mundo a punto de hacer el dinero más fácil de mi vida. Pero las cosas dieron un giro brusco cuando empezaron a revisar mis cosas, y con un cuchillo violentaron la maleta saliendo a relucir la droga. Pasé la peor vergüenza de mi vida, todos miraban, pero yo negué todo. Lo negué pero ellos sabían que era culpable. Esos tipos saben mucho”. Simón días más tarde hizo un descubrimiento, algo que por los mismos nervios no pudo captar en su momento. “Resulta que cuando me atraparon, uno de los policías, el mismo que puyó la maleta me quitó unos cientos de dólares. Ese mismo me dijo luego que tranquilo, que todo quedaba callado. Allí le pregunté que si le hubiera ofrecido dinero antes me hubiera dejado ir y me dijo que si. Se me iba acaer el mundo”. Simón estaba acorralado, no sabía qué hacer. “me provocaba salir corriendo, quería regresar el tiempo en ese instante, regresar a mi casa con mi hijo y esposa, estar en otro lado, muy lejos de ese infierno que me esperaba”, confesó Simón.

 

Soltó la lengua

Simón cayó, pero no lo hizo sólo. El muchacho entró en pánico, sin esperanza, queriendo esfumarse y olvidar todo.“Pero la realidad era otra, cuando me vi esposado, y rodeado de muchas armas y como tres mil policías me di cuenta de lo que había hecho, de dónde estaba metido. Ellos me decían que me calmara, que todo iba a salir bien. Yo había negado todo, dije que no sabía como había aparecido la droga allí, pero que sí sabía quien pudo haberla metido. Entonces ellos me convencieron de que delatara a esa persona, que si cooperaba mi sentencia sería menor, sólo de unos 3 o 4 años. Pensar en ese tiempo me desesperó y entré en cólera, lloré mucho, sin embargo los policías me ayudaron. Me llevaron fuera del aeropuerto, incluso me llevaron a comer y a una plaza para pensar bien el plan para atrapar a Colombiano. Cuando me sacaban de aeropuerto me sentí Pablo Escobar escoltado por un montón de guardias, esposado y muchas patrullas. Todo esto lo hacen para prevenir algún ataque del cartel. Muchas veces ellos (el cartel) pelean por los suyos, más que todo si son primos, familiares muy cercanos o grandes amigos. Conmigo no hicieron eso, nadie me iba a defender al menos que fuera el Colombiano”.

Simón debía preparar una buena coartada para que los pacos pudieran atrapar al hombre, cosa que hizo muy bien ayudado por ellos. “Resulta que el Colombiano me tenía mucha confianza, al principio no mucho, pero me lo fui ganando poco a poco. Yo sabía que a el le gustaba mucho una modelo colombiana amiga mía que vivía en Guayaquil, por eso lo llamo y le digo que eché para atrás el viaje, que lo haríamos luego ya que había demasiada gente en el aeropuerto y me había dado temor hacerlo. Se le notó extrañado, pero me dijo que no había problema. Entonces le pregunté dónde estaba y me dijo que en una discoteca. Le conté que le llevaría a la modelo para echarnos la rumba. La policía anotó la dirección y arrancamos hasta la disco. Obviamente me llevaban esposado y no me dejarían entrar para buscarlo, entonces yo lo llamo al celular, le digo que salga porque no tenía sencillo. Yo estaba montado en un ‘taxi’ cuyo chofer era un policía. Colombiano me hacía señas de afuera para que me bajara pero yo le insistía que se acercara. Confiaba tanto en mí el man que se acercó bastante al taxi. Entonces salieron de la nada un grupo grandísimo de guardias que lo sometieron, esposaron y además entraron a la disco formando el alboroto en el lugar por si acaso había otro cómplice”.

 

El infierno de Dante            

 Una vez presos Simón y el Colombiano tuvieron tiempo para hablar a solas. “El me decía ‘¿Qué hiciste, te volviste loco?’ Yo le pedía perdón, y alegaba que lo hice para salvar mi pellejo, que confesando nos iría mejor. Me tenía un odio interminable y no lo culpo, pero fue lo único que se me ocurrió hacer”. Simón fue trasladado a una especie de celda en un recinto donde funciona la comisión antidrogas ecuatoriana, lo separaron de Colombiano para resguardarlos y para que no se mataran. Luego ambos fueron trasladados a un retén en Guayaquil, allí pasó 15 días.“La primera noche fue un infierno. Una vez recostado en mi celda, donde estaba junto a tres reclusos más caí en cuenta de mi desgracia. No paré de llorar por tres días. Mis compañeros trataban de consolarme, pero era imposible. La primera noche dormí en una litera, pero era de cemento. Al otro día compré un colchón y también tenía que pagar por la comida. Por la celda tuve que soltar 40 dólares. Yo no tenía a nadie, ni siquiera había llamado a mi familia, por eso tenía que distribuir bien mi dinero, sino me moriría. Me sentía en el infierno de Dante.

 

Luego me fui habituando, también por el apoyo que recibí de mis compañeros, los cuales me alentaban diciéndome que mi pena sería corta, que era joven. Además en la cárcel mayor podía incursionar en el mundo del modelaje, ya que un interno organizaba desfiles. Allí poco a poco cambió mi ánimo. Cocinaba junto a ellos en la cocinita que tenían allí. Mejoré pero la depresión seguía”.

 

Simón es trasladado a una cárcel mayor en Guayaquil. Al llegar la incertidumbre de no saber qué le aguardaba en su futuro lo agobiaba. Tenía algo de dinero, unos tres mil dólares que le quedaron. Su proceso penal ya había arrancado, pero podría tardar años.

 

“Cuando llegamos enseguida un grupo de líderes de pabellones, o pranes, nos recibieron ofreciéndonos las bondades de cada pabellón. Teníamos que comprarlos, luego ellos se arreglaban con los guardias. Yo decidí entrar a uno que me costó 500 dólares. Me pareció una buena elección porque el grupo era en su mayoría traficantes de drogas, que normalmente son menos ofensivos. Sin embargo, si te metías en problemas podrías pasarla muy mal. Pasaron unos días hasta que logré contactar a un pran que tenía al poder una cancha deportiva que estaba aledaña al penal. Forma parte de la cárcel, pero estaba en la entrada, así que aunque estaba techada y cerrada como un pequeño domo, podías observar las montañas alrededor, el sol y sentir aire fresco.

Yo compré mi estadía allí por 2000 dólares. Como yo era uno de los ‘nuevos’ con el cambio de guardias de vigilancia de la cancha tenía que pagar algunos dólares, ya que esa era una de las reglas invisibles para los recién llegados. Dormía en una colchoneta, en el piso de la cancha. Me dio torticulis como 7 veces y no aguantaba la espalda. Así tuve varios meses. Fue muy duro al principio. Pensaba en mi mamá, en mi hijo y esposa. Mi madre con lo poquito que podía logró enviarme dinero. También tuve apoyo de mis primas. Con eso pude sobrevivir. Al igual que en el retén tenía que comprar la comida”.

 

La situación de Simón en verdad era lamentable. Sólo en un país extraño con poco apoyo y casi sin dinero. Cuando uno se imagina la cárcel como en esas series gringas que pasan siempre en la TV piensa que las celdas son blanquitas, limpias y que la comida es gratis. En el caso de Simón y su nuevo hogar no. Aunque se puede decir que contó con mucha suerte, o se puede decir que se rodeó de la gente adecuada para no pasarla tan mal. Sin embargo tuvo sus momentos tensos cuando Colombiano, que había jurado matarlo, lo buscaba incesante para vengarse. En par de oportunidades Simón se vio envuelto en trifulcas y logró evadir, dos intentos de hacerle daño fuerte, desde golpizas hasta intentos de violación. Pero Simón era astuto, conversador y simpático, esto le salvó la vida.

 

“Comencé a trabajar dentro de la cancha. Yo era un amo de casa. Limpiaba todo, el piso (donde dormía) y limpiaba también las mini celdas que muchos presos habían construido algunas de bloques y cemento y otras de madera. Por eso la cancha se dividía como en varios pisos y pequeños apartamentitos. Claro con su espacio para jugar baloncesto y voleibol. Yo les lavaba la ropa y realizaba trabajos de limpieza en general. Con eso me ayudé muchísimo. Entonces, aunque dormía en un ligero colchón en el piso de la cancha mi estadía allí no se hizo tan mala, sin embargo prefería dormir solo, desnudo en cualquier acera, pero en libertad”.

 

Arte y sexo

Un día rutinario un nuevo recluso revolucionó la vida penitenciaria de Simón que ya llevaba cerca de 6 meses allí. Un tipo llamado Pablo entró con una guitarra como inquilino en la cancha y lo invita a cantar. “Yo que siempre he tenido inclinaciones por la música y se tocar guitarra vi en eso una forma de liberar el estrés. El tipo me vio cantando y me invitó a que lo hiciera mientras lo visitaban sus familiares y amigos. En esos días conocí a una señora amiga de Pablo la cual quedó encantada conmigo. Unos de esos días que yo voy a cantar ella me prometió un celular y al poco tiempo me lo envió. Entonces se creó un vínculo que me ayudó mucho dentro”.

 

Simón comenzó una relación sexual con la señora, la cual definió pequeña, barrigona y un tanto descuidada, pero eso no le importaba ya que le ayudó mucho económicamente. Por la plata baila el mono y el preso también.

 

“Alquilábamos una de las pequeñas celdas de la cancha, con eso algunos reclusos se rebuscaban. Allí teníamos nuestros encuentros sexuales. Ella me ayudó un mundo, me llevaba comida, me dio ropa, dinero y otras cosas. Fue un sacrificio muy grande imagínense estar con una señora de esa edad”.

 

En esas cantadas de Simón, también tuvo la oportunidad de conocer a un chamo que lo invitó a la Casa de la Cultura del recinto. “Al principio no me animé mucho, porque tenía que pagar para entrar y salir de la cancha, pero de pana fue una gran decisión. Allí se realizaban obras de teatro, conciertos, exposiciones y todo tipo de manifestaciones culturales, las cuales eran expuestas en muchas áreas de la cárcel. Le caí muy bien a la encargada de la casa y ya no tenía que pagar para entrar y salir. Es en una de esas, cuando tenía cerca de 5 meses asistiendo, conozco al tipo que organizaba los desfiles del cual me habían hablado mis compañeros en el retén. Esteban, tenía un proyecto de presentar una colección de ropa de su propia inspiración y autoría llamada ‘Prision’. Tenía mucha experiencia en esto, sólo que se puso a robar y cayó preso. Sin embargo el tenía pre-libertad, así que salía y entraba del penal. Entonces yo le sugerí que organizáramos un desfile de modas para presentar la colección. A Esteban le gustó la idea y convocamos entonces a distintas mujeres del área femenina y a varios internos, incluyendo a Pablo para realizar la presentación. Fue un éxito, una gran iniciativa que tuvo cobertura inclusive de importantes medios de comunicación nacionales. Con esto le demostrábamos a todos que los presos no somos personas que no servimos para nada”.

 

Aquí comenzó lo que sería un mejor camino de Simón en su vida carcelaria. Lo digo, porque durante el desfile muchos fotógrafos capturaron su imagen, y en particular una periodista de una reconocida revista, que decidió irse con su fotógrafo a realizarle una sesión. “Me tomaron las fotos, pasamos varias horas en eso. Carolina es una mujer joven, con cara de caballo, pero muy atractiva. Le dejé mi número y correo electrónico, ya que en la Casa de la Cultura tenía acceso al Internet. Ella me llamó esa misma noche y allí supe que le había gustado”.

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Carolina quedó enganchada con Simón, pero ella no quería ser vista los días de visitas, así que se las ingenió para ir y formar su nido de amor fuera de horario. Los constantes encuentros con Carolina fueron beneficiando a Simón, ya que ella se fue enamorando y todos sabemos que una mujer enamorada hace lo que sea por su hombre. “Ella me prometió que me ayudaría, y yo le creía. Se portó muy bien conmigo porque también me ayudó económicamente como la señora, a la cual ya había despachado. Ella me ayudó para construir una celda en el piso de arriba en la cancha. La construí junto a otro recluso. Allí dormíamos en una litera, en un mínimo espacio. Apenas cabía el televisor, pero teníamos ya cierta comodidad, un DVD, una cocinita la cual guardábamos debajo de la cama junto a otras cosas”.

 

Indulto

Una vez más la “suerte” y la gente que rodeaba a Simón le harían bien. En esos días el presidente ecuatoriano Rafael Correa junto a su gobierno introducen la ley de amnistía a todos los “narco mulas” los cuales tengan un retraso en el proceso de juicio por más de un año. El protagonista de nuestra historia ya tenía más de año y medio, así que esto le caía como anillo al dedo. Entonces con la ayuda de Carolina, y de una juez, se tramitó su excarcelación. “También hicimos el trámite con Colombiano el cual me había amenazado en diferentes oportunidades, sin embargo lo convencí que se quedara quieto y salimos juntos. Obviamente su actitud hacia mi cambió. Yo lo delaté, pero lo ayudé a salir”. Colombiano ahora se apartó de esa vida, incluso se casó con un reclusa. “El ahora me agradece la vida, está muy contento con todo, tocó fondo, pero sintió que le llegó la oportunidad de rehacer su vida, como yo”.  

 

Sin embargo la cosa no terminó aquí, Simón debía completar una condena por dos años de libertad condicional y presentarse ante las autoridades que seguirían los trámites para su juicio. En este período el chico, ya un hombre más maduro, se muda con Carolina y comienza a trabajar en Guayaquil como asesor comercial en una empresa editorial. Carolina queda embarazada. Luego de nacer su hijo, Simón quiebra la relación y se muda sólo, donde definitivamente decide regresarse a su país. “Me vine por tierra, atravesé Ecuador y Colombia hasta llegar a Venezuela. Me vine porque extrañaba mi casa, mi hogar, mi verdadera vida, mi familia”.

 

Así terminaron los días de Simón en esa aventura ecuatoriana la cual le dejó mucha enseñanza y obviamente está decidido a no repetir. “Yo estaba tan enredado que Dios me puso allí para entender la vida, para saber que con trabajo honrado se construye un camino. Hay que valorar lo que tienes, tienes que quererte y amar todo lo que te rodea, lo malo tiene solución, y sonará trillado, pero no hay mal que por bien no venga. Por eso digo que la vida es una prueba”.               

Simón actualmente vive tranquilo y relajado con su esposa venezolana, con la cual tuvo otro hijo al llegar. Vive sereno y es un hombre más tranquilo. Jamás volvió al negocio y quiere hacer de este relato un libro. Con Carolina y su hijo ecuatoriano tiene poco contacto.

 

Ver el artículo en Panorama

 

El nombre de Simón lo tomé en referencia a la costumbre ecuatoriana de decir simón al expresar la palabra sí. Ejemplo: ¿Vamos a la fiesta mañana? Simón por supuesto.

 

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Ilustración: Jaime Ortega Diario Panorama

Fotos: Google.com

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