Un rato entre muertos

1
1207

Esta es una crónica sobre la primera vez que fui a la morgue, tuve que ir por una tarea de mi materia de periodismo en la universidad y debo admitir que la experiencia cambio mi vida,  rompió la burbuja en la que me había criado

Morgue-de-Bello-Monte.

La realidad de nuestro país nos golpea directamente en la cara cada vez que puede. Eso fue lo que entendí justo en el momento que abandoné la Morgue de Bello Monte y empecé a reflexionar sobre lo que estoy a punto de escribir.

 

Al principio me sentí emocionado, pues no muy a menudo salgo con mi clase a realizar un trabajo de campo y mucho menos uno como este. Esas pequeñas fibras de periodista que recientemente están surgiendo en mi persona sentían cierto entusiasmo ya que trabajaría de primera mano con lo que mi profesor denominó como “la muerte colectiva”.

 

Al llegar a la morgue me quede maravillado con el ambiente otoñal que esta dibujaba a lo lejos, árboles cuyas ramas estaban casi vacías y con hojas caídas posadas en sus raíces. Caminé con mis compañeros por una plaza y vi una antorcha la cual parecía que estaría encendida por siempre sin importar las condiciones climáticas. Se veía fuerte, imponente y por algún extraño motivo se me ocurrió relacionarla con el fuego sagrado que robó Prometeo a los dioses. Llamó mi atención y quise saber su significado, esa llama, según lo que me contó mi abuelo, un ex director de la morgue, representa la justicia.

 

Seguía en mi aventura, caminaba y el otoño al mi alrededor se vio opacado por la peste de los muertos, esta es una forma sutil de reafirmar lo que mencioné anteriormente, Caracas te golpea para que dejes de andar pensando en “parajito preñado” y te des cuenta en dónde te encuentras, pues la que en algún momento fue conocida como “la ciudad de la eterna primavera” ahora es “la cuidad del crimen”.

 

Recuerdo que había mucha humedad, lo que posiblemente hacía que la podredumbre se acentuara en el lugar. E ambiente se sentía pesado, la desdicha de las personas se paseaba por el lugar como si este fuese alguna especie de prado. En ocasiones podía sentir como si llevara un morral con piedras cada vez que me acercaba a hablar con un doliente, o cuando simplemente me quedaba escuchando alguna conversación.

 

Los primeros minutos en el lugar mis compañeros y yo entramos a la recepción. Mi intención era sacar algún dato sobre las cifras oficiales, las cuales me dirían cuántos muertos entran y salen por día, como era de suponer el oficial nos dijo que no darían declaraciones y que si no estábamos esperando a alguien que nos fuéramos, me quedé sin mis cifras.

 

Desde que cerraron la Oficina de Prensa Policial ubicada en Parque Carabobo el número de muertos que entra y sale ha resultado un misterio. Solo sabemos que es una cifra exageradamente alta. Esto me hace recordar un chiste que escuché en un Stand Up Comedy del El Profesor Briceño (profesor de oratoria y humorista venezolano), en el chiste él decía lo siguiente: “Una vez un gringo me preguntó: “¿por qué cuando le preguntas a un venezolano cómo está, el responde aquí?” yo sé qué es aquí. Aquí es here pero, ¿por qué no me dice si está bien?” El profesor respondió diciendo: “Chamo ¿tú no has visto cómo está la tasa de mortalidad en nuestro país? Estar aquí es estar bien”.

Estando afuera veía como mis compañeros estaban igual de desorientados que yo, no podía llegar como periodista y empezar a preguntarle a alguien, sobre cómo murió un familiar o cuántos días llevaba esperando por el cuerpo. Al principio me sentaba a una distancia que me permitiera escuchar lo que las personas decían y como una esponja absorbería todos los datos posibles, técnica que no resultó muy efectiva pues una señora me vio y me pregunto “¿de qué universidad eres?” tuve que responder que era de la Universidad Monteávila. Después de un minuto de silencio me atreví a entablar una conversación con ella, ¿más o menos, cuánto tarda el proceso para retirar un cuerpo? pregunté, a lo que ella respondió “llevo aquí dos días así que el proceso es bastante largo, como puedes ver”. No quise seguir molestándola con más preguntas así que me levanté y fui al quiosco a comprar un café.

 

Pedí mi café y empecé a hablar con el vendedor, realicé la misma pregunta que hice anteriormente, pero esta vez no era un estudiante, era un muchacho que acompañaba a su tío a reconocer un cuerpo que presuntamente pertenecía a un amigo. “El proceso varía, todo depende de que traigas todos los documentos requeridos”, a lo que le pregunté, ¿cuántos cuerpos traen esas camionetas?, “esas vienen y van, pero no he visto cuántos cuerpos llevan. Además no puedo hablar mucho porque no está permitido”. Era claro que él ya no tenía ganas de hablar así que me retiré.

 

Me senté a beber mi café junto a otra señora, con ella sí pude hablar mucho más que con los otros. Recuerdo además que llevaba un tatuaje en el pie derecho que su nombre era Carmen. Me preguntó si era estudiante así que volví a aplicar la historia de mi tío falso, “ese es mi tío” le dije, mientras apunte a mi profesor de periodismo, estamos esperando a un amigo suyo parece que lo atropellaron y no sabemos si está aquí, ¿usted por qué está aquí? Le pregunté, resulta que Carmen estaba buscando a su sobrino quien estaba desaparecido desde el sábado en la noche, “salió de la casa de mi mamá todo borracho y “empepado”. Eran como las 11:00 pm, no sabemos nada de él y su teléfono está apagado”. Carmen vive en La Guaira, y después de buscar por todos lados vino a Caracas, “este es el último recurso que tenemos, espero que aparezca vivo o muerto pero que aparezca”, me dijo mientras fumaba un cigarro, el cual se le cayó de las manos a causa de los nervios y el estrés.

 

Conseguí un cigarrillo el cual le regalé a Carmen. No soy fumador pero sé que estos tienen un efecto relajante el cual te obliga a olvidarte del mundo por cinco minutos. Ella necesitaba eso.

 

Ya después de beber mí segundo café vi que ya era casi mediodía, en otras palabras debía irme. Estuve obligado a inventar una excusa para irme, tuve que decirle que mi tío recibió una llamada avisándole que su amigo estaba en la clínica, me alejé diciéndole “espero que encuentre a su sobrino” ella solo sonrió y me fui.

 

Mientras me retiraba vi de nuevo ese cuadro otoñal con el que me recibió la morgue, también observé “la llama de la justicia”. Camino a casa pensé en cómo las personas como Carmen se ven obligadas a estar en ese lugar sin saber si la persona que buscan está allí. La morgue está llena de cuerpos los cuales son entregados a sus familiares como un saco de verduras en el mercado. Me hubiera encantado vivir en la Caracas de la primavera aquella, en la que si bien había inseguridad, al menos te permitía salir por las calles. Una Caracas que quería que la conocieras. Yo vivo en la Caracas del crimen, esa que te dice que debes estar en tu casa antes de las 8:00 pm, esa en la que los fines de semana son un festín para los cuervos, y los muertos deben esperar a que sus familiares los retiren como si fueran un paquete que viene del extranjero.

1 Comentario

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here