Persianas.

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«Se escapa de la realidad

con su influencia innata de la tristeza

episodio de miel aborigen

ella es un alcor en el tiempo

un relámpago sin límite preciso»                Jean Aristiguieta

 

 

Persianas dividían la luz. Esas bandas paralelas de oscuridad y claridad intercalada las veía como límites entre nuestro tacto, pero también como coordenadas de su inmensa belleza. A pesar del frío dormimos sin ponernos franelas y cuando apoyé la cámara sobre su espalda sus pelitos se despertaron también, como si hubiera hecho tanto ruido.

El día soleado, mujer de tormento. Sus cigarros eran un torbellino de fuego, cada calada me perturbaba y el humo viciaba más mi mente que a la nada ventilada habitación. La noche anterior nos conseguimos en un bar chino que a pesar de la prohibición gubernamental aún permitía fumar en espacios públicos. También se permitía que obreros cuarentones deslizaran sus manos callosas por las entrepiernas de chicas de 17 años. Es gracioso cómo los chinos no se apartan el cigarro de la cara y no tiran la ceniza por nada del mundo. Quizá le dé un bouquet diferente. Es gracioso como la gloria de una vulva juvenil puede valer unas botellas de cerveza. La cerveza vale mucho, la marihuana también. Y le dan un bouquet diferente a sus vaginas.

Pero yo tenía demasiado miedo de hablarle. A pesar de que ambos teníamos historia, lo que no poseo y ella sí es esa capacidad femenina de leer y hablar entre líneas, comunicarse solo con la mirada, la presencia. Allí me quedaba yo, feo, tratando de decirle cuánto me gustaba, pero al fallar en mis intentos permanecía inmóvil y resignado a admirar su belleza y a tomarla para mí, guardar esa imagen como un recuerdo.

Aunque le gustaban mayores no era como las demás chicas en el bar. Se mantenía socializando entre los de su edad, pero igualmente captaba la mirada de todos. El mesero olvidaba la cantidad de cervezas que le ordenábamos por estarla viendo, absorto por esos rasgos nada comunes en su país.  Ella solo se divertía en silencio, inmutable. Me miraba y yo la esquivaba con frecuencia, a veces hablábamos. Me preguntó por la fotografía y le dije que tenía mucha curiosidad por las playas y las carreteras tostadas, por los bajos fondos y por fotografiar a mis amigas, que una amistad sincera se podía descubrir en unas cuantas tomas. Le pregunté si creía lo contrario y me dijo que no con una sonrisa leve, sencilla, cómplice; pero me dijo que no tenía interés en conocer a nadie. Y nadie nunca la conoció. Siempre fue una persona que no podía describir, encasillar en algo, pero al tomar en cuenta eso sabía tanto sobre ella que la predecía. Yo abracé sus demonios a lo largo de estos años.

Ella estaba muy enterada de mis sentimientos, pero los dos actuábamos como si nada, no buscábamos coincidir en eso. Punto en común que me dio coraje para comentárselo. Las copas pasaban, mis manos olían a cigarro pero su perfume cortaba la humareda. Las apoye sobre las suyas y sus piernas jugaban con las mías debajo de la mesa. Ebrios uno frente al otro, surgió la angustia de escribirle un poema, o de hacer de ella el poema a través de una imagen. Quería tomarle las fotos, lograr esa cercanía. Era suficiente tiempo de tenerla en mi mente y no a mi lado.

Al salir la invité a pasar la noche en mi casa. Sé que muy entretenida aceptó la invitación solo porque le resultaba divertido que hubiera dejado mi timidez de lado para hacerlo. Estaba en lo correcto. Eran más que obvias mis intenciones y por eso preferí pensar en los discos de jazz que conseguí en casa de mi tío. ¿Cuál pondría? Renuncié a esa idea y recordé que ella prefería esas baladas a lo Joy Division y Devendra Banhart. Cuestión a la que le huía, pero mi tolerancia para con ellos sería un obsequio para ella…en menos de lo que Ian Curtis canta New Down Fades, lo sería para mí. Ella sería para mí.

Nunca he usado mis piernas como trípode, pero ante los temblores que las recorrían era cada vez más difícil fotografiarla. La iluminación natural la bautizó aquella mañana. La brisa era fría, pero el calor le devolvió la vida a su cuerpo y tuvo la fortaleza para estirarse cuando se despertó. Yo me desperté antes que ella y mientras la esperaba la acaricié muy suavemente. Fueron minutos de prolongación de aquella gloria que fue la noche.

Abracé sus tetas y la pensé de pie, buscándole sus ángulos, su caída natural. Pensé hasta en el portarretratos y en lo que haríamos con él: si ella lo conservaría o tendría que permanecer en mi mesa de noche alimentando mi obsesión. Quizá quemaríamos las fotos y 2 años después tomaríamos otras mientras hacíamos el amor.

Cada clic, cada disparo sonaba como el chasquido de sus labios sobre los míos, como las nalgadas que le di hace unas horas.

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