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Contra la satanización de la clase media

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No me gustó nunca #LaSalida, lo dije el mismo 12 de Febrero, a pocas horas de culminada la marcha que llegó hasta la Fiscalía General de la República, y que se convertiría en la manifestación que desató la serie de protestas que se dieron a nivel nacional durante los últimos meses (es bueno recordar que en el estado Táchira dichas protestas se iniciaron a mediados de enero. El #12F sólo las extendió por todo el país). Creía en su momento que #LaSalida no funcionaría, que el gobierno de Maduro no sólo no caería por las protestas sino que, incluso, podría cabalgar sobre ellas y salir fortalecido.

Sin embargo, también escribí en aquella ocasión, y en todas las oportunidades posteriores, que respetaba el derecho a protestar y que entendía la indignación y desesperación que movía a un sector de venezolanos a apostarlo todo por una salida de calle, a tan sólo un mes de unas elecciones regionales de las que la oposición salió mal parada. Entendía que esa indignación y ese sentido de la urgencia no sólo se debía a cierta inmadurez en los ciudadanos opositores, sino también a un gobierno que sistemáticamente ha destruido el tejido social que permite la convivencia entre los venezolanos, y el tejido democrático que permitiría dar respiro a los conflictos cotidianos. Creo que si en Venezuela hay un sector que en algún punto dejó de creer en elecciones o en diálogos, es porque el mismo gobierno ha demostrado en numerosas ocasiones que no desea dialogar, que no reconoce a quienes se le oponen, ni respeta los resultados electorales cuando le son adversos, amen de que ni siquiera cumple las leyes electorales o permite condiciones justas en los comicios que se realizan. Está allí, en la desinstitucionalización del país, en la progresiva eliminación de las libertades civiles y democráticas, en la persecución a la disidencia y en la negación de cualquier convivencia con el contrario, el germen de la desesperación opositora. No es culpa de los ciudadanos indignados por una calidad de vida que cada vez más se acerca a la sobrevivencia, y por un sistema político que coarta sus libertades personales. Repito: no es culpa de ellos; ellos son las víctimas. Eso lo dije y lo reitero.

Más allá de eso, jamás se me ocurrió ni se me ocurriría nunca culpar a quienes promovieron protestas legítimas en cualquier democracia, de las muertes y gravísimas violaciones a los Derechos Humanos que ocurrieron durante los días posteriores al 12 de Febrero de este año. Así como no es culpa de Henrique Capriles, quien el 14 de abril de 2013 llamó a la gente a las calles a protestar por el resultado electoral anunciado por el CNE, la cantidad de muertos y heridos que se produjeron en aquellas jornadas. Es absurdo culpar a los manifestantes y a sus convocantes por esta sangría desatada en Venezuela contra civiles desarmados cuyo único delito, además de protestar fue, tal vez, algo de torpeza política. Es bueno puntualizar esto, porque hay que decir que el no compartir los motivos de una protesta no implica, bajo ninguna circunstancia, justificar su represión y menos si esta represión excede los límites de lo legal (el Estado puede dispersas manifestaciones, siempre que estas sean violentas) y se convierte en una cacería a la disidencia que ha arrojado, además de decenas de muertos, abominables casos de tortura, agresiones sexuales, prisiones inhumanas, persecuciones personales, y, en líneas generales, un acoso al pensamiento disidente como no se veía en Venezuela desde hace muchísimo tiempo.

Traigo todo esto a colación por lo ocurrido en los últimos días cuando, como bien dice el editorial de hoy de Tal Cual, mientras en el gobierno se da una especie de discusión interna con dos polos bien establecidos, en la oposición ocurre igual. No creo que haya nada malo en esto, si algo ha sido para mí lamentable del concepto de “unidad” que se ha manejado en los predios opositores, es creer que la unidad es sinónimo de unanimidad, cuando no es así. En los ciudadanos que nos oponemos a este gobierno existimos muchos que no nos identificamos con la línea, llamémosla social-demócrata, que es mayoría absoluta en la MUD, y el hecho de que en algún momento se abra una discusión sobre el modelo económico y sociopolítico que debería existir en Venezuela después del chavismo, y que esa discusión genere corrientes internas en la oposición, no es algo malo en lo absoluto. De hecho, pudiera ser bueno para abrir panoramas y discutir asuntos fundamentales para el país, como el futuro del petro-estado populista, los controles de cambio y precios, las privatizaciones de esas empresas que Bernal acaba de descubrir que no funcionan, etc. Son temas que eventualmente deberían abordarse en el debate interno opositor, sin que por esto esas corrientes que se generen no puedan hacer alianzas temporales con objetivos específicos.

Por tanto, que haya una discusión a lo interno de la oposición buscando la conceptualización del chavismo para definir si se trata de una dictadura o una democracia y, por consiguiente, de cuáles deben ser las formas de enfrentarlo; es decir, si hay o no espacios para una salida electoral, si la salida debe ser con movilizaciones de calle, si hay espacios para la agitación social, si se puede jugar en ambos tableros y por un lado mover protestas de calle mientras se sigue apostando a elecciones, si ir a elecciones no es una contradicción con calificar al chavismo como un gobierno dictatorial. En fin, una discusión de fondo sobre qué enfrentamos y cómo enfrentarlo. No es tampoco nada malo, creo que ayuda a sincerar las cosas y obliga a los actores políticos a definirse y hablar claro. Así no volvemos a caer en la contradicción de decir que estamos en dictadura, pero participamos en elecciones; de llamar a movilizaciones de calle y “luchar hasta el final”, y luego ver a los mismos que convocaron a esas “luchas hasta el final” salir corriendo a inscribirse como candidatos a cualquier cosa apenas hay una elección en agenda. Creo, por cierto, que esa es una discusión que debió darse hace mucho. Me gustan las definiciones, no soporto los dobles discursos, creo que hacen daño. No me gusta el Capriles que llamó el 14 de Abril del año pasado a desconocer los resultados electorales, y que ahora anda peregrinando la salida electoral, luego de que él mismo desacredito al CNE y lo acusó de robarle las presidenciales. Tampoco me gustan los radicales de pacotilla que un día andan llamando a la calle y diciendo que llegó la hora de la batalla final, y al poco tiempo disfrutan de su vida tranquilos, dejando a los ciudadanos que ellos mismos convocaron y que siguieron sus aventuras irresponsables, a la deriva y solos frente a las consecuencia de tales irresponsabilidades. Me gusta saber que el debate que se está dando ahorita podría llevar a un enseriamiento de la oposición. Creo que es necesario.

Qué asco la clase media

Pero de lo que yo quería hablar y he divagado un poco al hacerlo, no es de eso, sino de la postura que ahorita parece dominar el discurso opositor: el desprecio por la clase media.

Así como en su momento dije que no me gustaba #LaSalida, también llevo años diciendo que la oposición debía apostarle a conquistar la mayoría. Salir de los sectores de clase media, que aunque no son (nunca ha sido) la fuerza única de la oposición, sí han sido su más constante capital político. He dicho que la oposición lleva años equivocándose al no saber cómo conectar con los sectores populares, con la base del chavismo, con esos sectores sin los cuales, aún logrando una mayoría, no podría gobernarse ya que forman el grueso de la clase obrera, campesina y técnica del país.

He sido observador unas cinco veces en comicios electorales, siempre para el bloque opositor, y si algo he lamentado es cómo la mayor fuerza de los comandos de campaña se concentra en aquellas zonas, mayoritariamente de clase media, donde pueden anotarse victorias holgadas. Sin ir muy lejos, en los recientes comicios regionales, el esfuerzo de los partidos en el Municipio El Hatillo fue desproporcionado, comparado al que recibieron otras zonas como Los Teques donde, con un poco de esfuerzo y trabajo político serio, se hubiera podido lograr un resultado favorable. Pero los partidos políticos prefieren anotarse en victorias seguras antes que apostarle a esas zonas donde las fuerzas están un poco más balanceadas y donde un trabajo de base podría cambiar la correlación de fuerzas a favor del bando disidente. Así los partidos pueden presentar las cómodas victorias de Chacao, Baruta, El Hatillo o Los Salias y venderse como fuerzas políticas en crecimiento y expansión. De esta forma refuerzan su poder dentro de la coalición opositora y “crecen” en la sumatoria de fuerza política a nivel nacional.

Si algo es detestable en la vida, en cualquier ámbito de ella, es el oportunismo, el arribismo, todo lo que implica utilizar a las personas y luego desecharlas. Esta mañana, mientras leía las palabras de Capriles ayer, no dejaba de abandonarme un sentimiento muy oscuro respecto a lo que decía. Y no es porque crea que no tiene razón cuando afirma que la gran mayoría del país no acompañó #LaSalida, repito que este artículo no trata sobre eso, sino en cierta tendencia en su discurso, desde hace tiempo, que busca descalificar a la clase media y a cualquiera de sus formas de expresión. Como si su consigna de ir a buscar el favor de las clases populares, objetivo éste totalmente válido y que acompaño, implicara negar a las clases medias y repetir ese discurso resentido que el chavismo nos ha impuesto, según el cual Venezuela está dividida en dos toletes: una gran burguesía, depositaria de todos los defectos del país y de la humanidad; y una gran clase popular, que representa a toda la gente buena de Venezuela y cuyo favor hay que conquistar, cual si de una evangelización se tratara.

Yo creo que la clase media tiene muchos defectos en su idiosincrasia. Llevo años escribiendo sobre eso. Lo he hecho con conocimiento de causa porque por algo soy un miembro de la clase media, habitante de un municipio de clase media, e hijo de una obrera y un taxista pobre que le echaron mucha bola para progresar y llegar a tener una modesta vida de clase media trabajadora. Sé cuáles son los defectos de mi clase social, he hablado mil veces de ellos, seguramente yo tengo muchos de esos vicios. Pero en ningún caso creo que la clase media sea el diablo maligno contra el que ahora deban apuntarse las armas. Me repugna esta actitud, por dos razones que quiero exponer.

La Primera, ya la esbocé: es profundamente hipócrita que una clase política que se ha levantado y sostenido sobre los hombros de esa clase media, ahora la niegue tres veces como el apóstol aquel. Y es que a excepción de Acción Democrática y Copei, dos partidos históricos cuya base es eminentemente popular; los demás movimientos opositores se han construido sobre la clase media. Comenzando por Primero Justicia, que comenzó como una ONG que laboraba en Chacao, y cuyos triunfos electorales más contundentes son, no sólo en zonas de clase media, sino en verdaderos bastiones de ésta, como Baruta, de donde salió Henrique Capriles, y Chacao, de donde proviene el liderazgo de Leopoldo López. Con la obvia salvedad de Carlos Ocariz, el resto de los dirigentes del partido amarillo no salieron precisamente del 23 de enero o Antímano. Y lo mismo aplica para cualquier movimiento opositor, tal vez exceptuando algunos puntuales triunfos electorales de Un Nuevo Tiempo, que si tienen asidero en sectores populares, toda esta clase política le debe su carrera a la clase media. Y si la movilización social opositora se ha concentrado casi siempre en las zonas de clase media, mucha culpa tienen esos movimientos por no haber querido hacer a lo largo de estos años trabajo de base en sectores populares, ya que era más preferible ganar las zonas seguras que construir alternativas en esas zonas donde el chavismo es mayoría.

Entonces, ¿cómo es que ahora esa clase política sale, disfrazada de pastor evangélico, a decir que la clase media representa lo peor del país? ¿No creen que algo le deben a esos ciudadanos a los cuales han recurrido durante años para pedirles el voto? ¿No tiene algo de responsabilidad ética con esas personas sin las cuales ustedes no serían los líderes que son? Es curioso como la clase media representa la base electoral de esos partidos, y esos partidos ahora reniegan de ella, son incapaces de entender que su desesperación y rabia también es legítima, y en vez de dirigir un discurso que al menos dialogue con ellos, se han dedicado a estigmatizarla y estereotiparla como sifrinos descerebrados responsables de lo peor del país. Ya veremos si en 2015, cuando venga la campaña por las parlamentarias, estos partidos dejarán de hacer campaña en Chacao y Baruta, donde viven esos “sifrinos despreciables”, y van a ganar las elecciones sólo con los votos de Petare y San Agustín. ¿Saben qué? Lo dudo. Algo me dice que en unos meses veremos lo de siempre: toda la campaña concentrada en el este de Caracas y unos pocos dirigentes populares buscando votos en el oeste, sin apoyo de las maquinarias partidistas. Es decir, lo de siempre. Esto me recuerda un poco a esos artistas acomplejados cuyo público está en las librerías de Las Mercedes y en los cines del Sambil, y que nunca salen de un eventico cultural en el Trasnocho, y siempre que pueden escriben cursilerías sobre lo horrenda, inculta, despreciable y espantosa que es la clase media que se lee sus libros, va a sus eventos, escucha su música o ve sus cortometrajes y películas. Es una doble moral despreciable.

Y el segundo punto, es porque ya va siendo hora de desmitificar todo ese discurso relativo a la clase media en Venezuela. Hay países donde sí existen clases medias constituidas como castas, de una sola raigambre racial y/o social. Pero ese no es el caso de Venezuela. Chacao no es Bervely Hills, allí no viven puros blancos multimillonarios que han heredado fortuna durante generaciones. Sí, la clase media venezolana tiene muchos defectos, puede ser insoportablemente anti-intelectual, puede ser muy inculta, puede que se consuma en muchas ocasiones por la necesidad de tener estatus antes que calidad de vida; pero no son el monstruo ni el enemigo a vencer. Esta clase media se formó gracias a las políticas de los gobiernos social-demócratas de Acción Democrática y Copei. Esta clase media se sostiene en base al trabajo. Esta clase media estudia en universidades públicas, asiste a hospitales, utiliza transporte público. Y si esta clase media ha sido la más constante en su rechazo al chavismo ha sido, –evidentemente, por dios– porque ha sufrido de manera directa la depauperación de su calidad de vida y la disminución de sus libertades civiles. Y ha sido gracias a ese descontento que muchos liderazgos y movimientos opositores han hecho carrera, como para que ahora vengan a lavarse las manos, a desconocerlos y a ni siquiera tener una mínima palabra de aliento para esas personas que han sufrido la brutal represión, para esos muchachos que siguen encarcelados en condiciones que no conocieron los golpistas del 92, o el propio Capriles cuando fue encarcelado por este gobierno, cuando era… Alcalde de Baruta (sí, de Baruta, no de Libertador).

Por cierto, una cosa más. Es muy curioso que sin importa cuál sea el problema, cuando se consulta al venezolano cuál es la solución a cualquier cosa, todos responden automáticamente que la solución es la educación. “Es un problema educativo”, “hay que apostarle a la educación”, “esto se resuelve con educación”, “lo que hace falta es más educación”, repiten sin cesar. Y sin embargo, basta que un ciudadano que le apostó a la educación, que se formó y terminó sus estudios, aparezca protestando, para que se lo retribuyamos con agresiones, descalificado sus exigencias y vomitándole en la cara toda una sarta de complejos que se parecen mucho a la envidia. Un país que suelta toda clase de cursilerías a favor de la educación, no puede ver un hombre educado porque lo desprecia, lo estigmatiza y lo descarta. Todavía recuerdo aquella andanada de ridiculeces que se publicaron cuando muchos se (nos) quejaron (quejábamos) porque el candidato a la presidencia del PSUV era un chofer sin formación alguna. Decían los maestros de la corrección política, que ese discurso restaba, que era clasista. Curiosamente, nadie le dice a sus hijos que sean choferes, sino que, por el contrario, desde niños les repetimos la letanía de la educación y la necesidad de formarse. Cuando se forman y se convierten en profesionales, los despreciamos con todo ese populismo repugnante, que es el mismo que hace que a todos los intelectualoides de este país se le caigan las medias con ese personajillo tan penoso que es el Presidente de Uruguay, el humildísisisisisisisimo Pepe Mujica; de quien se celebra su sobreactuada pobreza y su culto telenovelesco a la miseria. Esa es la madre de nuestras contradicciones. De allí todo el desprecio a los profesionales que han emigrado desde Venezuela. “No los necesitamos”, les gritamos al partir. ¿Y saben algo? Puede que sea verdad. A juzgar por el discursito dominante en estos días, parece que sí: en Venezuela no se necesitan profesionales, ni gente que se haya formado, la clase media no es necesaria, afea el ambiente; ahora todo es una pobrefilia de lo más demagógica.

Creo que hay muchas cosas que discutirle a la idiosincrasia clasemediera. Pienso que la clase media tiene una responsabilidad con el país luego de salir del chavismo, que a la hora de la reconstrucción muchos deberían entender que una clase media que sólo emprende en el comercio no es suficiente, que el país eventualmente exigirá a quienes tienen un título universitario que se queden y aporten su talento para la reconstrucción de Venezuela, aunque eso implique bajar ciertas expectativas personales. Creo que la clase media tiene muchas cosas que mejorar, muchos imaginarios que superar, muchos complejos que dejar atrás; pero me niego a esta estigmatización balurda y simplista que pretenden llevar adelante quienes no serían nadie sin el voto de esas personas de las que ahora reniegan.

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