«I woke up as the sun was reddening; and that was the one distinct time in my life, the strangest moment of all, when I didn’t know who I was-I was far away from home, haunted and tired with travel, in a cheap hotel room I’d never seen, hearing the hiss of steam outside, and the creak of the old wood of the hotel, and footsteps upstairs, and all the sad sounds, and I looked at the cracked high ceiling and really didn’t know who I was for about fifteen strange seconds. I wasn’t scared; I was just somebody else, some stranger, and my whole life was a haunted life, the life of a ghost. I was halfway across America, at the dividing line between the East of my youth and the West of my future, and maybe that’s why it happened right there and then, that strange red afternoon.»
No es difícil entender por qué «On the Road» tuvo un enorme impacto cultural dando identidad a una generación para convertirse en una de las novelas más importantes del siglo XX. Es una reacción a la modernidad y sus sistemas. Su esencia es el anhelo de libertad, la rebelión frente a las convenciones sociales y los códigos morales, al plan de vida diseñado por el mercado, ese que ejerce una ortopedia social para formar trabajadores productivos y consumistas. Con roles y posiciones definidas de acuerdo a categorías y estilos de vida predeterminados. Es una negación del propósito, de cumplir con las expectativas haciendo aquello que la sociedad espera de nosotros.
En este sentido, «On the Road» es un no al sistema. Pero en la búsqueda de Dean y Sal hay una desesperada afirmación de la vida, del éxtasis que se funde con el mundo, de la pasión por el instante y la música y la gente, con sus historias y particularidades. Hay que vivirlo todo, disfrutarlo todo, absorberlo todo.
El proyecto de Dean es demencial y caótico, una persecución de «algo» desbordante que guarda el secreto de la existencia. Se puede hablar de eso, pero nunca definirlo o explicarlo, no hay tiempo. El único camino es entregarse y arder en el fuego originario de la vida, para siempre.
«But then they danced down the streets like dingledodies, and I shambled after as I’ve been doing all my life after people who interest me, because the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars and in the middle you see the blue centerlight pop and everybody goes «Awww!»»
Pero Sal descubre algo distinto, tras su profunda confusión comienzan a anunciarse los vestigios de algo parecido a un sentido, a un descanso que se encuentra en el amor y la amistad. Una vida que merece la pena de ser vivida.
El final del camino enseña que la despedida es inevitable, Dean está destinado a la derrota poética que sufren los hombres rotos. Como el espectro de lo que alguna vez fue, se pierde en el laberinto de su propio vacío, agotado y sin descanso. La infinita soledad de Dean es la trampa de una epifanía que nunca llegó. Cuando todo había sido dicho no quedó nada, detrás de la pose no había nada, solo las sombras del pasado, las de un padre inalcanzable y aquello que pudo haber sido.
En el ardor de la rebelión la mente encuentra nuevas maneras de ser superficial. En la mueca de Dean, que era la de una generación, había tanta fatuidad como locura. Esa que aprende palabras sofisticadas y memoriza pasajes de Nietzsche y Schopenhauer para citarlos fuera de contexto, una excentricidad que siempre depende del favor ajeno, una obsesión pulsante que persigue la libertad pero no sabe qué hacer con ella.
Hay tantas cuestiones decisivas sobre la esencia de Dean que Sal, o más bien Kerouac, nunca responde. Mientras lo observa alejarse con amargura, «On the Road» termina con la misma sensación de pérdida irresoluta. Es inevitable preguntar por qué.
«Dean took out other pictures. I realized these were all the snapshots which our children would look at someday with wonder, thinking their parents had lived smooth, well-ordered, stabilized-within-the-photo lives and got up in the morning to walk proudly on the sidewalks of life, never dreaming the raggedy madness and riot of our actual lives, our actual night, the hell of it, the senseless nightmare road. All of it inside endless and beginningless emptiness. Pitiful forms of ignorance. «Good-by, good-by.»